domingo, 24 de agosto de 2008

Ilusiones 570

ALEX

Después de su habitual retiro anual, solitario, en Noruega, muy cerca del Dalsniba, en la cabaña que tenía reservada desde hacía 10 años y a la que volvía como el que vuelve a su casa de la Sierra en vacaciones, llegó a aquella isla. Todavía no se había adaptado. Demasiadas horas en solitario le hacían adquirir cierto aire salvaje en su comportamiento. Le hacían posicionarse con cierta incomprensión hacia el mundo en el momento de regresar a la civilización.

Después de los progresivos viajes entre amigos, de los viajes en pareja, y de los viajes en solitario, a medida que fue madurando, necesitó utilizar todos los días de sus vacaciones que agrupaba en 30 días continuados, en aquellos retiros. Empezó alquilando una cabaña en Argentina, en una islita del río Tigre, de Buenos Aires. Fue el primer año. Y a pesar de encantarle el concepto, no le terminó de gustar el entorno, demasiado turístico. Por eso cambió a Bulgaria, donde repitió tres años seguidos alquilando una cabañita por los Pirin Montains, cerca de un río, y de nada más. Allí fue cuando empezó a escribir de verdad. Los primeros días pasaban más lentos, hasta conseguir avituallamiento y encajar su aliento entre las paredes de madera. Al frío de las montañas. A la humedad del río. Adaptarse al silencio, y a su cuerpo, a su peso, y en definitivamente, adaptarse a él. Aguantar estar consigo mismo 30 días seguidos con sus 24 horas. Sin nadie más. Era un ejercicio. Solo valían paseos, footing, comer, leer, dormir y eso si, escribir. Escribir con su ordenador portátil, y a veces, su lámpara. Páginas y páginas.

Su extrema sociabilidad le obligada a estas limpiezas. De joven se hubiera tratado a sí mismo de loco. Sin embargo a medida del paso del tiempo, solamente ese mes le permitía crecer de forma desproporcionada. A veces se llevaba libros de arte, otras veces de historia, otras veces libros cualquiera… que desmenuzaba, releía, interpretaba, analizaba… Volvía alegre, sus amigos no entendían donde se había metido, pero tampoco preguntaban mucho, porque sabían que de nuevo entre ellos, estaría dispuesto y disponible para todo. Siempre. Igual que en el trabajo. Destacaba entre los mejores. Más sociable, más analítico… un líder entre líderes, un motor para su entorno social, un pequeño motor para la humanidad.

Más adelante le hablaron de Noruega. Y con bastante temor, cambió su destino búlgaro. Temor porque iban a ser 30 días entre unas paredes ajenas, una madera nueva que no reconocería ni su tono de voz ni su risa. Ni sus achaques de gritos ni sus saltos de alegría. Pero pronto se acostumbró. El cambio era a mucho mejor, sobretodo a partir del segundo año, cuando hizo coincidir ese mes con los paisajes impresionantes, atardeceres de auroras, que pasaba observando el lago y sus mil colores, cerrando mentalmente asuntos pendientes, y poniendo orden en sus ideas, y cuando todas ellas ya estaban perfectamente encasilladas, pensaba tranquilamente en la infinidad de ideas nuevas, en cosas en las que podía pensar solo cuando el tiempo lo permite. Ideas esbozadas en la frenética actividad, que se transforman en brillantes con la ayuda del tiempo y de la precisión. Y luego, solamente luego, se dedicaba a no pensar en nada.

Llegar a esa isla le recordó la sensación de esos retiros en los que, por su puesto, llegaba el ecuador en el que creía que iba a perder el norte sin poder hablar con nadie, sin aguantarse, sin ser capaz de rellenar una hoja… En los días que se pasaba durmiendo sin levantarse, o los que pasaba demasiado activo, demasiado emocionado, promoviendo mil ideas para poner en práctica, para solucionar tantas y tantas cosas…

Pensaba en todo eso apoyado en el balcón de su nuevo apartamento que daba a la bahía. Trabajo nuevo. Tenía una vista que, no era comparable con la del lago Dalsniba, pero era entretenido observarlo e incluso, de noche, los barcos como bailando sobre un agua tranquila volvían como en un ceremonioso ritual.

El sonido de un teléfono apartó toda la sensación de tranquilidad que, curiosamente, había sentido a pesar del duro día de trabajo.

- Si, ¿diga?
- Hola, buenas noches – sonó una voz demasiado alegre, acompañada como con un suspiro de alivio, de alegría -
- Buenas noches ¿quién es?
- ¿quién es Usted? – repitió la voz alegre, como exigiendo un derecho a saber.
- Pero si me ha llamado Usted.
- Si, pero no se con quién hablo…
- Mire… se equivoca.

Alex colgó el teléfono.
No le dio la mayor importancia. Quería recargar pilas lo más rápido posible y el nuevo entorno, a pesar de la tranquilidad y el olor a sal que se respira, era ajeno a él y no le daría, hasta la costumbre, un descanso automático… No le preocupaba puesto que tenía energía de sobra… Estaba convencido de que esos retiros le regalaban años de vida y meses de energía… Dudaba de la fuerza del individuo en sociedad… y se quedó durmiendo sopesando ese pensamiento.

Al día siguiente, después del mismo día duro de trabajo, le volvió a sorprender el teléfono…

- ¿Si, diga?
- Hola, buenas noches. – De nuevo una voz demasiado alegre para ser desconocida.
- ¿quién es?
- Buenas noches. ¿quién es Usted?
- Mmm… yo soy… Alex… ¿pero quién es Usted? Hágame el favor que son las 12 de la noche…
- Alex. Muy bien Alex. Encantada. Yo soy Elena.
- ¿Elena…? No la conozco yo a Usted de nada, ¿vedad?
- No.
- ¿y que es lo que quiere?
- Hablar con Usted
- ¿No se da cuenta de que se está equivocando de nuevo…?

Colgó de mala gana. No estaba dispuesto a perder un minuto más de sueño…

Y fue así como el teléfono de la casa de Alex sonó puntualmente, a diario, a las 12h de la noche. De forma incansable.

Y así fue como, en cierto modo, con el paso del tiempo, esa llamada fue esperada por el, de forma inconsciente... Sonaba el teléfono 6 veces, una única vez. Era el único sonido de las noches abiertas. De esas noches nuevas y húmedas de su vida. Un húmedo silencio que a veces decoraba el sonido de algún barco, y con exquisita puntualidad, un teléfono.

Lo que en un principio le pudo resultar tétrico, se fue transformando en algo reconfortante… y lo que empezó siendo molesto, se fue transformando en algo esperado. El esperaba esos 6 tonos, apoyado en el balcón, disfrutando de la tranquilidad del verano, y de su nueva vida… Y luego,…luego ya se podía ir a dormir.

Los días pasaban a veces más rápidos. A veces más lentos. Pero todas las noches pasaban lentas. Había dejado mucho atrás. Puede que los motores se resignaran a arrancar de nuevo. Puede que su pulso le exigiera un suspiro. Puede que la pérdida era tanta que pesaba más de lo que se hubiera podido imaginar, anclada a un recuerdo todavía demasiado fresco. Algunas noches se odiaba por tener esa memoria tan afilada. Sería mucho más sencillo pasar las noches con menos detalles rondando por ellas. Sería mucho más sencillo olvidar las cosas sin pensar. Creerse que nada de eso había ocurrido, o por lo menos difuminar el detalle de todo lo que había ocurrido… Pero eran tantas las noches que había estado acompañado, y tan intensos los recuerdos que a menudo, le seguía latiendo el corazón.

Por eso es que las noches si que pasaban lentas. Todas las noches pasaban lentas…

Fue al cabo de unos 20 días, que mientras, apoyado en la barandilla de su terraza, temió que las llamadas cesaran. Temió que las 12 no fueran acompañadas de ese pequeño ritual, de su ritual, en el que él era un Dios, y una extraña desconocida bailaba alrededor de una fogata pegando brincos y haciéndole reverencias que él, ignoraba o simulaba ignorar… era de alguna manera un Dios para alguien, y temió que ese alguien dejara de acordarse acordara si o si de él, al otro lado del teléfono, y de dar con él, a pesar de aquella manera tan extraña…

Por eso fue que, al cabo de unos 20 días - o puede que por muchas cosas más, puede que por la incansable insistencia, puede que por una nueva soledad que no recordaba haber sentido nunca antes, ni en los solitarios retiros en los que tenía consciencia de su propia presencia mucho más que cualquier cosa - una noche, se acercó al teléfono segundos antes de que sonara, para poderlo descolgar.
- ¿Si, diga?
- Hola, buenas noches Alex - De nuevo esa voz dulce, tan alegre que podía describirla como un poco cantarina, a la vez un poco melancólica…
- No te vas a cansar nunca… como te llamabas… ¿Elisa?
- No, soy Elena, Elena Alex.
- Bien Elena, dime que es lo que quieres. Llevas llamándome todos los días durante este mes a las 12 cada noche… ¿te crees que es forma de vivir? ¿Que es lo que quieres?
- Solo llamar.
- ¿solo llamar?
- Si…
- ¿Te conformas con eso, llamar?
- No se no hacerlo.
- ¿Pero se puede saber a que número llamas?
- Al 971 316555
- ¿Y porqué?
- Porque llevo haciéndolo desde hace mucho
- Ya pero antes te descolgaría otra persona. Otra persona que ya no está aquí, así que ya no tiene sentido seguir llamando a este numero.
- No puedo no hacerlo,
- ¿Por qué repites eso?
- Porque llevo llamando desde hace años, ¿entiendes?, todas las noches a las 12. Yo llamaba. Y él me descolgaba. Para charlar. Solo charlar. Ahora lo único que me queda es esta línea. Creo que no soy capaz de dormir si no llamo antes. Si mis músculos no se contraen para marcar este número, si no descuelgo el teléfono e intento llamar. Es lo único que me queda. Lo único.

Alex entendió entonces que se trataba de una extraña cuestión de supervivencia.
Sin ninguna otra lógica que poder analizar.
Elena era agradable. Decidió hacer por primera vez lo que no se hubiera imaginado unas horas antes, que era darle pie a esa chica psíquicamente desequilibrada… apartando la curiosidad de encontrar una lógica a sus llamadas, y dejando ese tema zanjado para ninguna pregunta más.

- Bueno Elena, y de donde vienes
- Vengo de la playa. Me gusta bañarme por la noche, cuando ya no queda nadie más que la noche, el mar y yo…

Indiscutiblemente no era una chica normal. Pero el tono de su voz y la imagen del baño hicieron que a Alex le agradara imaginarla. Se empalmó.

- Bueno Elena, me voy a dormir.
- Gracias Alex,… hasta mañana.
- Hasta mañana….

Y colgó bastante consciente del tremendo engranado que podrían encadenar estas llamadas sin sentido.

De nuevo tenía demasiada tensión para analizarlo mínimamente, y tras el desahogo, pudo dormir, por primera vez desde que llevaba en la isla, profundamente y de un tirón.

Y fue así como se sucedieron las noches, y se sucedió el tiempo. Alex esperaba las llamadas que a veces se alargaban hasta las tantas de la madrugada. En las conversaciones se limitaban a resumirse el día, a contarse anécdotas, a reír, a pensar, a soñar también un poco. Sin tocar el pasado. Hablando únicamente de presentes y de futuros. Únicamente resumiendo horas en las que más de una vez, pensaban en recordar para poderlo contar por la noche al otro lado del teléfono. Crecían confianza y cercanía. Crecían dependencia y amistad. Se sabían de memoria sus vidas sin saber el color que tenían de piel.

Solo una vez surgió de nuevo el tema tabú del pasado…

- Oye Elena, ¿porque no me llamas antes alguna vez?
- ¿Antes?
- Si. A veces nos alargamos hasta las 3 de la mañana… Podríamos llamarnos antes de las 12h…
- No tenemos otra hora
- Como sabes que no tenemos otra hora.
- Porque ya le he dicho que lo llevo haciendo desde hace más de 3 años…
- ¿¿Pero porqué, a quién llamabas? ¿sabes que al principio pensaba que estabas loca de atar? ¿Con quién quieres hablar y con quién me confundes?
- Quiero hablar contigo. Ahora que descuelgas…

El silencio absorbió las voces y las líneas. Al cabo de un momento de incómodas e interminables pausas colgaron.

El día siguiente todo continuó normal.

Elena era alegre. Llamaba cansada de los días duros de trabajo, y su voz era un poco más apagada entonces, pero Alex la asociaba a su carácter, puesto que no podía comparar. Alex por su lado empezó a abrirse más hacia esa desconocida porque finalmente apartó la idea de que pudieran acarear algún tipo de peligro unas simples conversaciones. El tiempo desmintió su primera idea de que fuera una loca, dejando asentados por el contrario claros indicios de que se trataba de una chica muy lista y además de interesante, interesada por temas muy parecidos a los suyos: el mundo del cine, el deporte, el mar y el sexo.

Esas fueron las noches más largas y cortas. Cuando la confianza rigió las palabras y los dos empezaron a desvelar, divertidos, toda clase de historias. Alex pensaba a veces que se trataba de un juego de niños, porque solo los niños se comportan con esa curiosidad y ese nerviosismo al desvelar todo lo que han hecho o pretenden hacer. Entonces se contaron experiencias, y entonces empezaron a jugar. Fue a partir de entonces que Alex le contó lo de sus viajes a Noruega, que no sabía nadie más que su familia, a la que ni de lejos había dado tantos detalles.

Fue mucho antes de eso que Alex aprovechaba la dulce voz de Elena para masturbarse mientras hablaban… con la imagen de un cuerpo desnudo completamente inventado, en la cabaña… y fue mucho antes de eso que Elena ahogaba en la almohada algún grito o alguna respiración más fuerte para que Alex no se diera cuenta de que hacía un buen rato que ya no seguía su conversación.
- Sabes, este teléfono es muy parecido al de un primer novio que tuve, seguro que si esto lo analiza un psiquiatra encuentra alguna conexión de frustración y querrá encerrarme…
- A ver Elena. Seguramente que si esto lo analiza un psiquiatra fácilmente encontrará más de un motivo para encerrarte.
Y ambos reían. Era un fácil y agradecido el humor con para el otro.

Un buen día Alex decidió llamarla fuera de horario. De día. Una improvisación. Teniendo la impresión de que se saltaba todas las normas nunca establecidas pero creadas a base de una costumbre arraigada.

Lo intentó 4 veces sin resultado. Al final, a las 4 de la tarde el teléfono de Elena se descolgó. Era el primer día que Alex marcaba su número. Era la primera vez que la escuchaba antes de media noche. En un principio no reconoció su voz. Natural. Inesperada. Alegre. Despierta. Dinámica

- Si
- ¿Elena? ¿Eres tú?
- ¿Alex? ¿Pero que haces?
- Nada, te quería llamar…
- No tengo mucho tiempo ahora, ¿te pasa algo, necesitas algo?
- Si. Tengo que verte.


ELENA.

Elena llevaba más de 3 meses intentándolo. Con desesperación. Después de haber regalado tantas horas a unos oídos demasiado egoístas. No se sentía estúpida, como creyó que sería su reacción. Se sintió desesperada. Hasta unos limites que nunca había imaginado alcanzar.

Descolgaba, marcaba un 971 316555 y esperaba…

Los primeros días, simplemente, la línea comunicaba.
Más adelante una señal más aguda como de error en tres tonos distintos parecía indicar que esa línea no existía. Que estaba llamando a la nada. Que las ondas no daban para más perdiéndose en algún agujero negro en los que tanto habían pensado. Esas llamadas no le devolvían ni siquiera un reflejo, un espejismo. No era ni la imaginación de algo por el otro lado. Tenía la impresión de enviar energía a un hilo cortado sin destinatario,… y ese gesto tan repetido, tan memorizado, tan automatizado, de repente carecía completamente de sentido.

Muchas noches, sumida en la desesperación de lo que empezaba a ser desencadenante de su locura, se las pasaba marcando ese número. Empezó en la época en la que comunicaba la línea… puede que, tanta insistencia, hasta que le sirviera de psíquico desahogo,

Al cabo del tiempo, ya no podía descansar ni trabajar, después de las noches completas marcando ese número.

Y justo al límite que creía que había alcanzado el tope de su locura, se impuso unas reglas. Unas reglas para sobrevivir. Pero unas reglas para, a su vez, sobrevivir. No podía dejar de llamar a ese número, estaba claro. Por eso el primer sobrevivir. Pero tampoco podía hacerlo de esa forma compulsiva porque al cambo del tiempo continuaba la frustración. Continuaba las mismas ansiedades, la misma desazón. Por eso el segundo sobrevivir.

Fue a partir del día en el que se impuso una serie de normas para seguir de forma obligatoria, cuando empezó la mitad de su vida. Llamaría una sola vez al día. A la misma hora. Se pondría una alarma para nunca olvidarlo. Se pondría como obligación prohibida la rellamada. A partir de entonces pudo hacer más cosas. Descansar por las noches. Concentrarse en su trabajo. Concentrarse con sus amigos. De toda la gente que le rodeaba, tan cercana a ella, tan ajena a esta situación. A partir de entonces empezó a no preocuparse por no estar en casa, hasta poco antes de las 24h. Su meta, era el día siguiente. Dirigía su esperanza a la siguiente llamada, al día siguiente, y su mente descansaba.

La segunda mitad de su vida empezó 6 meses después de aquel 7 de julio. El día que le descolgaron el teléfono. El día que comprendió que no todo era en vano. El día que se alegró de su insistencia, de su decisión de, a pesar de todo, continuar.


OSCAR

7 de julio

Oscar Plan se dirigía al aeropuerto de aquella isla. Se iba. Si, definitivamente se iba habiendo, al fin y al cabo, cumplido su función. Se iba de un barrio. De una calle. Se iba de una parte de su vida. Después de tres años. Una buena experiencia. Sin duda única.

Tenía la impresión de que, en unas horas, todo volvería a la normalidad y a penas recordaría este paréntesis. A penas recordaría las tardes repetidas por las calles de lo que al fin y al cabo no era más que un pueblo, con su gente, con sus barcos. Olvidaría la sucesión de las noches y de los días en aquella isla. Una vez que estuviera rodeado de la gran ciudad, se perderían como tantos otros recuerdos, y volvería a lo habitual, a lo cercano. A lo conocido. A lo querido. A lo cotidiano.

Enseñó su tarjeta de embarque a la azafata enfrascado en su mundo interno. La miró a los ojos. Sonrió. Dio las gracias. Era muy bonita. Dentro de muy poco sería incapaz de recordar el color de los ojos miel de esa preciosa azafata… pero tampoco le importaba mucho. Le regaló una última sonrisa. El era consciente de su atractivo. Eso le daba mucha seguridad. Sabía que le había gustado a esa desconocida azafata que se había sonrojado más de la cuenta con una simple sonrisa.

Entonces pensó en ella. En llamarla. Aún conservaba, haciendo poca memoria, su teléfono. En ese momento necesitaba llamarla, como lo necesitó en tantas otras noches. Su cálida voz, su risa… Si. Era sobretodo su risa. Y todo lo que contaba. Todo lo que le contó durante esos 3 años. Habían hablado Europa y del mundo. Del trabajo y de las vacaciones. Se sabía de memoria sus gustos y sus temores. Habían hablado de cine, de libros, de música, de arte. Habían descrito a la gente que rodeaba al otro y que nunca conocerían, hasta extremos tales y a estar tan fielmente dibujados que, como si hubieran visto una fotografía, que los podrían, de forma recíproca, parar por la calle. Se habían descubierto y desnudado. Se habían querido mucho. Incluso se habían odiado. Envidiado y perdonado. Se conocían más de lo que se conoce la gente. Habían pensado en viajes imposibles, hacia el pasado, hacia el futuro. Hacia los pensamientos, hacia los agujeros negros. Había hablado del tele transporte, de la crionización. Habían hablado de irse juntos de viaje. En irse juntos a dar la vuelta al mundo. Y justo al final, hablaron de irse juntos a vivir. De tener hijos. De educarlos. En tener nietos. De disfrutarlos. Entró en el avión. Lo pensó por última vez y, definitivamente, apagó ese teléfono. En unas horas todo habría pasado. En unas horas estaría muy lejos de allí. En unas horas ya no necesitaría llamarla nunca más.

sábado, 9 de agosto de 2008

Un 9 agosto de 2008


Tengo el despacho de la oficina patas arriba. He abierto todos los armarios y he sacado todas las carpetas para “organizarlo”. Ayer fue fiesta en Ibiza. Eso me proporciona un fin de semana bastante más largo que de costumbre, para poder ordenar ideas, las que voy apuntando en una carpeta que tengo titulada “ideario”, que por fin hoy tengo tiempo de abrir para leer, en lugar de tirar notitas y papeles, para al fin estructurar y poner en práctica.

El hecho, es que antes de abrir esa carpeta y pensar en como empezar esas nuevas buenas ideas que solo se consolidarán con ayuda del tiempo (siempre el tiempo, dicen que es el mayor aliado) y con colaboración (siempre colaboración, multiplica fuerzas), he decidido organizar lo que ya tengo creado, y como no, tirar todas las cosas inútiles.

Entre montones de expedientes, entre mis primeros juicios, primeras grabaciones en sala y cantidad de documentación que atenta contra los árboles amazónicos (que lo único que puedo hacer es reciclar…) y entre la cantidad de cosas que me han venido a la mente rompiendo y ordenando 6 años de trabajo sin pausas para esto que estoy haciendo ahora, he encontrado un plástico, con el lomo trasero azul y el delantero transparente, en el que había colocado un cuarto de folio en blanco, en el que había escrito concienzudamente a ordenador, con letras grandes y mayúsculas “ PAPÁ”.

Es curioso como había olvidado esa carpetilla. Hace ya años, colocaba allí todas las cosas que no tenía claras. Todas las preguntas que le quería hacer. Todas las cosas que me tenía que explicar, o todos lo consejos que quería recibir. De repente, mi mente me ha llevado a aquella oficina de 60 m2, a finales del 2001, y a principios del 2002. Mucho más joven que lo que envejecen 6 o 7 años, por todo lo que ha pasado.

Me he visto de fuera. No sabía nada. A todo decía que si. A todos los clientes les sonreía. Mi padre estaba a mi lado a veces. A veces estaba sola en la oficina porque él tenía que ver algún cliente o estaba de reunión. Yo no entendía que, conociendo su carácter, se enfadara tan poco conmigo cuando hacía las cosas mal. Cuando decía que si a algo que era que no. Cuando hacía algo de una forma cuando claramente había que haberlo hecho al revés. Me sonreía mucho. Me presentaba a todos. Me observaba y me explicaba las cosas sin tener en cuenta esos errores, demasiado bien recibidos. Yo tenía 21 años. Recién licenciada. El 66, con unas ganas locas de jubilarse. Estábamos los dos. Codo a codo. Nadie más que nosotros dos. Me quedaba por las noches dando vueltas a las cosas. Me quedaba, no hasta muy tarde, porque entonces no me dejaba, más tiempo que él, y apuntaba en folios dudas. Y guardaba en esa carpetilla expedientes, para, al día siguiente o cuando fuera que él tuviera un minuto, preguntárselo.

Con el tiempo me fui obligando a utilizarla cada vez menos, y a no utilizarla. Al principio no fue tanto porque ya no lo necesitaba. Necesitarlo era fácil. Había mil puntos de vista que compartir. Mil historias que comentar. Me fui obligando de forma consciente, para relajarlo. Porque ya llevábamos más de 6 meses trabajando juntos, porque ya estaban las niñas, que, a su vez, me preguntaban a mi… y no dejarían de hacerlo… Porque ya era por enriquecimiento. Por curiosidad. Pero también porque tenía 67 años y se había ganado con creces la tranquila jubilación. Los viajes, y toda es vida que tenía programada y de la que hablaba desde los 60, cuando ni habíamos empezado la carrera en Madrid.

Además, luego vinieron más personas en el equipo. Luego vino la mudanza. Y luego vino mi hermano.

No recuerdo el momento exacto en el que la carpetilla azul fue a caer en este armario. No recuerdo haberla utilizado ni una sola vez en este despacho, en la oficina nueva, en la que llevamos más de 4 años ya.

Mi padre sigue viniendo, entre viaje y viaje, de vez en cuando por la oficina. Le gusta esto. No me extraña. A quién no le abduce esta continua actividad. Esta continua fuente de todo, que te hechiza, te emboba y que te embauca el tiempo y no te deja marchar hasta las tantas de la madrugada.

Muchas veces se pasea solo para observar. Entonces las niñas que lo quieren tanto le preguntan “Claudio, ¿un café?”. Y él sonríe. Claramente está pensando en otra cosa. Entonces muchas veces insiste en conversaciones en las que involucra su opinión con alguna idea que, con el ritmo que tenemos, nos parece absurda. Entonces insiste más. Muchas veces terminamos a gritos. Somos los tres bastante expresivos y aunque en seguida se nos pasa (carácter Almunia), puede que desde fuera impresionemos bastante. Pero, finalmente, mi hermano y yo, aliados hasta extremos inimaginables, no le damos la razón. Entonces él termina por decirnos que la experiencia nos lo hará ver, más adelante, y de forma extraña, calma el ambiente.

Voy a poner esta carpetilla encima de esta mesa. La he limpiado porque está llena de polvo. Como al principio. No para preguntarle, sino para guardar recopiladas las cosas que él va diciendo. No se parece nada su sistema de trabajo al nuestro. El nuestro es más rápido. Obviamente, gran parte se debe a que lo tenemos todo informatizado, no es mérito nuestro, sino de la ciencia. Además tenemos más volumen porque hemos ampliado las actividades… Él se pasaba horas hablando con los clientes. No le importaba porque parecía nunca tener prisa. Les contaban su vida, y él opinaba de todo. En realidad es que sabe opinar de forma agradable sobre todo, y además, cuando le apetece, solo cuando le apetece, entonces te regala alguna historia extraordinaria sobre Marruecos que de deja asombrado al que se ha transformado en su oyente, que de repente quiere más.

A pesar de su carácter. A pesar de su exigente actitud. A pesar de su fuerte voz, que emplea demasiado a menudo… todo el mundo le quiere. Todos los clientes que lo conocen preguntan por él, y si tienen la suerte de encontrarlo en la oficina, todo son sonrisas y abrazos. Nada de falsos. Nada de exagerados. Son abrazos de un cariño real. De un sentimiento que han cuajado los años. Los problemas. La historia. De una época que jamás conoceré. Una humanidad que no he llegado a dar a mis clientes. Porque soy más fría en las relaciones. Porque no le puedo dedicar más tiempo a uno sin que le esté quitando tiempo a otro. Puede que un tremendo error…

Si, voy a poner esta carpetilla encima de esta mesa. Se que, como mínimo, me traerá suerte.

Un abrazo.

sábado, 31 de mayo de 2008

PURA VIDA


Suena un violín. Me doy cuenta de que nada puede sonar tan triste como este violín. Está todo oscuro. Solo se oye el canto del violín. Su lamento. No veo nada de luz a mí alrededor. Me pesan los párpados. Intento concentrarme en el sonido que asciende, agudo, lento, crujiendo a veces las hebras del arco al retomar las cuerdas. No consigo abrir los ojos. Mantiene una nota y la hace vibrar. Creo percibir algo de luz al fondo. Permanece vibrando mucho tiempo. No puedo levantar los ojos. Me guía, me llama. Me pesan demasiado. Es un sonido triste. Me daña la luz. Crece en intensidad y en arpegios. Intento enfocar la luz. Son las notas más tristes del mundo…

Tengo sueño. Tengo mucho sueño.

De nuevo el silencio.




Solo silencio




No siento mi peso. El silencio ha envuelto cada uno de los rincones de la habitación donde permanezco tumbada. Donde permanezco inmóvil. No se cuanto tiempo llevaré aquí. Solo quiero dormir. No me responde ningún músculo del cuerpo. Pero no me importa. Tampoco se lo que hubiera hecho en caso de que me respondiera… No me siento. Ni siquiera puedo palparme, ni notar mi respiración. Tengo sueño… mucho sueño…



Desde muy lejos vuelvo a escuchar el triste violín. Esta vez está menos oscuro y creo reconocer una pequeña silueta que lo sostiene. Toca lento, toca bien. No puedo erguirme porque tengo la espalda pegada al suelo. No puedo ni siquiera levantar el cuello. No lo noto. No me noto. Las notas se van acercando a mí. Me vuelven a llamar, descendiente de los agudos, de nuevo vibrando. Pienso que parece un pájaro enjaulado. Nunca había escuchado nada tan triste en el mundo…




De nuevo, el silencio



No se cuanto tiempo llevo así… Tengo sueño… mucho sueño… no consigo mantenerme despierta…





De nuevo ese violín. Está utilizando notas más graves, más densas pero ligeramente más alegres. Abro los ojos con dificultad. Las notas se enlazan fácilmente. Intento levantar el cuello. Sube lentamente a los agudos. Enfoco. Es un niño. Es un niño tocando el violín. Es un niño con el rostro más triste que he visto nunca. Su técnica es trabajada. Con unos dedos que conocen de memoria las cuerdas y con una muñeca que conoce el peso del arco. Tiene los ojos ligeramente abiertos. Siente la música que toca. A la vez permanece mirándome a mí. Su música me llama. A pesar de él. El parece haber vivido más de lo que un cuerpo de su peso puede soportar haber vivido. No es él el que me llama. Si sus notas. Intento erguirme. No soy capaz. Sigue acelerando, en crescendo, en arpegios que suben a los agudos. Manteniendo las notas en los agudos. Me llama con su música y no soy capaz de seguirle. No soy capaz. Sin embargo se que me acompaña. No reacciono como espera. Pero por alguna extraña razón me acompaña, a su manera. Es lo que quiere hacer y lo sabe hacer... Tengo mucho sueño. No puedo mantenerme despierta. No puedo.



De nuevo silencio.



Oscuridad y silencio



Debo llevar más de 1 semana en este oscuro cuarto. Bajé las persianas para no recibir la luz del sol. Es normal que lleve aquí encerrada todo este tiempo después de lo sucedido. Pasará. Pasará porque todo pasa. Porque el tiempo lo curará. Y entonces podré volver a abrir los ojos. Podré erguir el cuello. Podré volver a levantarme despegando mi espalda del suelo. Podré abrir la persiana. Podré soportar la luz. Podré caminar y hablar con la gente. Como si nada. Como si todo fuera normal. Sin ni siquiera resignación. Sin que se trate de una aceptación. Sin que se trate de una derrota. Sin que se trate de otra cosa más que de la pura vida.

Y todo volverá a sus orígenes como una cruel ironía.
Sin embargo, a partir de ahora, se repetirán muchas noches, en las que escucharé en plena oscuridad, este violín, el violín del niño de triste rostro, concentrado en su instrumento, enroscado en sus notas, consiguiendo hacer sonar la música más triste de este mundo.

viernes, 30 de mayo de 2008

UN FAVOR...


-Te tengo que pedir un favor
-¿cuál?
- No te lo digo todavía. Necesito que te tomes un par de copas para oírlo. Luego querré que te lo pienses durante 15 días. Que no me lo vayas comentando. Que no me contestes antes de que, tras esos 15 días, nos volvamos a reunir. Entonces yo te plantee todas las posibilidades. Me plantearás las que tú hayas pensado, y volverás a reflexionar durante otros 15 días.
- ¿me estás diciendo que mi respuesta necesita 1 mes de maduración? ¿Que tipo de favor me quieres pedir?
-No. Tienes más de un mes. No pienso plantearlo hasta dentro de 3 semanas a partir de hoy…

Elena siempre hacía ese tipo de cosas. Daba pistas, daba señales, para posibles conversaciones, para posibles comentarios. Era una de las cosas que más le gustaba de ella. No tenía nunca la sensación de poder aburrirse junto a alguien así. A menudo pensaba que no era nada del otro mundo. Muchas veces sus conversaciones terminaban en simples análisis o sencillas observaciones, pero de vez en cuando sus discusiones sobre libros, películas, música o sobre situaciones analizadas degeneraban en auténticos estudios meticulosos de alguna cuestión que parecía que el mundo entero había obviado o ignorado y eran ellos dos, los únicos que habían reparado en ello.

Le gustaba la manera que tenía de razonar las cosas, porque le hacía razonar a él también. En su trabajo estaba acostumbrado a dar conversación a todo tipo de gente. Se encontraba muchas veces en la situación de no tener nada que decir al dialogante de enfrente, simplemente por no tratarse de un cliente buen dialogante. Entonces él se esforzaba más sacando temas e ideas variopintas para captar algún tipo de atención de su conversadores,… la mayoría de las veces la gente no se hacía mucho de rogar y tras ese esfuerzo, descubría forofos del fútbol, de mujeres, expertos en artes marciales, en submarinismo o cualquier otra pasión secreta y extraña como única posible conversación… con la cantidad de cosas que tenía él habitualmente que decir eso le resultaba frustrante. Pero también le ocurría que en raras ocasiones se topara con interlocutores más callados, inertes tras su esfuerzo. Chicas más tímidas que contestaban con monosílabos, o hombres que simplemente no tenían intención alguna de abrir su mundo hacia un tipo extraño a ellos, por muy agradable que se mostrara.

Elena sin embargo, tenía el don por su simpática insistencia de sacar tema a ese último grupo de gente que desesperaba a Miguel. Ella insistía insistente, con sus gestos nerviosos pero cercanos, con su timbre de voz alegre y su poco interés al primer rechazo que recibía del tímido conversador. Era inquieta y activa. Sin embargo no actuaba sin darle varias vueltas a las cosas, y por esa razón Miguel insistió solo un poco más en la conversación tan extraña que dejaba mil puertas abiertas que iría abriendo durante ese mes de espera. Ella lo sabía. Por eso lo había planteado así. Quería que él hiciera parte del trabajo. Que él pensara sobre la cantidad de favores que estaba dispuesto a concederle a ella. Así además de divertirse comentando luego las opciones equivocadas, y las razones que habían dado pie a ellas. Así en alguna de las posibilidades podía acercarse a la correcta y con un poco de suerte Miguel reflexionaría sobre ello antes de que ella le hiciera reflexionar. Aunque lo más seguro fuera que ni se lo planteara… habiendo para entonces planteado mil situaciones tan inverosímiles o temidas, que la real propuesta no pudiera significar algo mucho peor…

- Dame alguna pista
- No.
- Algo para que no vaya mal encaminado todo este tiempo
- Es una propuesta.
- ¿una propuesta de que?
- Una propuesta. Podrás decirme que si o podrás decirme que no. Si me dices que no al favor, no te preocupes que nada cambiará entre nosotros… vamos, que no te lo tendré en cuenta.
- ¿Pero una pista… de que se trata ese favor/ propuesta?
- No hay más que hablar por hoy. Sácame el tema dentro de 3 semanas…
- ¿Y si no te lo saco?
- Querrá decir que no me quieres hacer este favor sin siquiera saber de que se trata.
- Pero me lo tendrás en cuenta, quiero decir, que te sentará mal…
- Ya te he dicho que no.
- ¿No?
- No, en serio. No es nada grave. Se lo puedo pedir a otra persona.
- ¿A que otra persona?
- A cualquier otra persona
- ¿Y entonces porque me lo pides a mi?
- Pues porque te he elegido a ti para ese favor.
- ¿Y puedes elegir a otros?
- Creo que no a otro mejor que tú.
- ¿Porque soy abogado?
- Puede que si, que sea porque eres abogado…

Y Elena le sonrió mientras se rascaba la barbilla con la mano. Miguel la miró. Sabía que
ese gesto delataba nerviosismo. Le pareció encantador sorprenderla en ese estado, ella siempre tan segura, tan cómoda, tan locuaz. Recogió rápidamente sus cosas de la silla y volvió a poner esa sonrisa que ponía siempre que ya no tenía tiempo de más charla por su ajetreado día. Le dio un beso en la mejilla, un poco cerca de la boca, un poco lento, como siempre de tierno, y rápidamente se escapó colocándose una enorme bufanda roja sobre el abrigo de lana verde que apretó en sus manos preparando para recibir el frío de la calle.

Miguel hizo ademán de ir a decir algo, pero para entonces ella ya se había perdido entre la gente de alguna calle de Madrid… pensó que lo primero que debía decidir era si hacerle ese favor o no. Sin saber cual era. Conocía a Elena desde la facultad y era consciente de sus locuras y constantes ideas dementes. Le divertía provocar a la gente, comprobar la reacción del que tenía enfrente. Le encantaba entablar conversación con casi todo el mundo, en tono divertido, en tono jovial que ella era, sin reparar en lo perpleja que se quedaba esa gente durante un primer momento… gente que se ganaba a la segunda observación que soltaba con su encanto natural.

Pasaron 3 semanas exactas y Miguel la llamó. Elena había despertado ese día esperando la llamada. Miguel era el idóneo. Si se hubiera dejado, no habría dudado en haberlo elegido como compañero de vida. Como compañero a muerte…

A las 8 en punto de la tarde y por segunda vez en esas semanas, se acercó al teléfono, seria, como si lo hubiera oído sonar. Esta vez apoyó la mano en el aparato mientras esperaba la melodía. Sabía que llamaría a las 8 en punto de la tarde, justo al cerrar un duro día de trabajo. Esa era la fase final de maduración. Habría barajado distintas posibilidades. Y habría ido más allá rompiendo sus instrucciones, que había puesto para romper. 21 días era el tiempo exacto. Más hubiera sido alargarlo, aumentando el tiempo de reflexión y por lo tanto las reflexiones, con consecuencias no contempladas en su estrategia. Menos tiempo hubiera dado el resultado opuesto ocasionado por la precipitación.

Miguel llevaba todas las horas de esos 21 días dándole vueltas a posibles favores, a posibles propuestas. Empezó sin atinar con imaginar alguna más razonable. Algún tema de trabajo, ayudarla con algún posible despido, con una denuncia, algún problema con algún vecino, con la policía, por un tema más peliagudo o incluso con algún favor para alguno de sus amigos raritos. Como no era propio de Elena ser razonable, al cabo de la primera semana optó por imaginarse opciones más excéntricas como ayudarla en algún lío en la que se encontrara metida por algún tema de drogas, de dinero, de prostitución…

Una noche se levantó junto a Julia, una preciosa pelirroja con la que vivía desde un par de años, pensando que la respuesta debía ser no. No podía dejarse engatusar por ese cuerpo alegre, por esos ojos chispeantes, cuando tenía una preciosidad durmiendo al lado a la que podría perjudicar cualquier favor que Elena pudiera proponerle. Porque era Elena. Porque ella era así. No podía ser nada normal, debía ser algo extraño y por eso le estaba haciendo meditar durante tanto tiempo… A demás, no podía dejar que Elena le contara el problema y si le interesaba hacerle el favor decir que si, y si no le interesaba decir que no. Eso no era un amigo. O por lo menos no era el amigo que ella esperaba que fuera. Por eso a la mañana siguiente descolgó el teléfono para decirle que no y la llamó desde el trabajo. Elena no descolgó y saltó el contestador de su casa. Entonces Miguel sin dejar mensaje alguno colgó y se puso a trabajar concentrando sus pensamientos en todo lo que no fuera la propuesta de Elena.

Durante la última semana siguió pensando y llegó a una conclusión. Escucharía el favor de Elena y decidiría. Si eso suponía dar una impresión equivocada de su amistad lo asumiría. Su decisión la adoptaría en función de lo que su respuesta pudiera perjudicar a Julia, como primera variable. Y en lo que pudiera perjudicarle a él como segunda variable. Pensó de nuevo en los posibles favores de los que se podría tratar, terminando por plantearse situaciones enrevesadas como cómo aparentar ser su marido cara a sus padres, o acompañarla a un viaje por India, o presentarse a una productora de cine como su manager… podría ser cualquier cosa… y no podía sucumbir a la tentación de agradarla si algo así fuera a perjudicar a Julia…

Al fin sonó el teléfono, a las 20h y 30 segundos… Elena sonrió y descolgó.

- Bueno Elena, no se como será que siempre consigues de mi lo que quieres… vengo a pedirte, suplicarte, rogarte, implorarte que me desveles tu favor.
- ¿Has estado pensando?
- ¿Qué si he estado pensando? ¡no he dejado de hacerlo en estas 3 semanas! ¡casi me cuesta el divorcio con Julia que me echa en cara que no esté en este mundo!
- ¡No entiendo como no se ha divorciado ya de ti…!

Miguel sabía que bromeaba. Julia y ella habían sido muy amigas durante la facultad y Julia siempre le contaba a Miguel lo bien que hablaba Elena a la gente de ellos dos. Elena tenía por los dos un cariño enorme pero Miguel era mejor conversador que Julia, que era un poco más callada y se pasaba las tardes de tertulia con algún libro de historia interesante o algún documental aburrido.

- Ríete… me he imaginado millones de posibles favores a cual más descabellado… ya verás cuando hablemos de ellos…
- No era así Miguel. Yo te pedí que pensaras en si querías que te pida este favor o no.
- Ya, pero entenderás que sin saber de que favor se trata poco te puedo contestar…
- Bueno, esta llamada significa que quieres saber de que se trata, o me llamas para decirme que no te pida nada, tal y como estuviste a punto de hacer la semana pasada…
- … mmmm….
- No llegué a descolgar por segundos. Oí el teléfono mientras abría la puerta… como vi tu número en la pantalla esperé a que volviera a sonar pensando que te habrías arrepentido…

La voz de Elena sonaba divertida. De nuevo era otra de las conversaciones estúpidas que muchas veces tenían. Ella era consciente de que Miguel la creería y no cuestionaría ninguna de sus palabras. Decirle que había esperado esa primera llamada no era necesario. Decirle que la desconocía era mentir a su amigo. Intuyendo la primera reacción de su amigo, sabía que haber descolgado hubiera significado el fin de sus posibilidades, y se limitó a mirar el teléfono de cerca.

Recordó que para conseguir que él dijera que si al favor debía hilar muy fino… Sabía que no era tan sencillo como en un principio creyó… pero su estrategia iba sobre ruedas… esperó en silencio a que Miguel siguiera hablando…

- No… no recordaba si habíamos quedado hoy a alguna hora. No recordaba si era en el café de la otra vez o…
- Te dije que lo oirías con dos copas Miguel.
- Cierto, dijiste que con dos copas.
- Te espero en el Irma’s a las diez en punto. Esta vez te invito yo. Pregúntale a Julia si se quiere venir. Hace mucho que no la veo, ya que es guapa, pero de ahí a tenerla encerrada…
- ¿Pero ella…? si…
- Hablé de un favor, de dos copas y ya… no hablé de que fuera ningún secreto entre tú y yo… pero Miguel… ¿en que tipo de favores has estado pensando…?- y se puso a reír con su risa transmisora de risas.
- Claro claro… Le encantará verte.
- Y a mi verla a ella.

Miguel colgó y se quedó descolocado. Puede que la única respuesta a este favor fuera un “si” ya que la primera variable no se encontraba en peligro alguno. Llamó a Julia que tenía cierre de contabilidad de la empresa esa noche porque estaban en periodo de impuestos. Le apetecía ver a Elena, pero no quedarse las horas que hicieran falta en la oficina haría peligrar su puesto pese a la buena relación que tenía con sus jefes, dos primos jóvenes un poco mayores que ella, que la habían contratado desde que era una niña con 16 años y la trataban como si fuera de la familia,… pero el trabajo era el trabajo, y se lo habían dejado claro un par de veces hacía ya muchos años. Ella ahora tenía 26 y no tenía ninguna duda sobre las prioridades.

Miguel se cambió 4 veces de camisa. No sabía porqué. Elena era Elena. Por eso mismo se habría cambiado 4 veces de camisa... Decidió dejarse puesta la misma que la del día de trabajo, optando únicamente por quitarse la chaqueta y la corbata. Esperó. Esperó con una copa en la mano y el mando de la tele. Sin mirarla. De nuevo pensaba en la propuesta de Elena… No entendía su emoción. Además se alegraba de que no fuera Julia. Empezó a analizar sus sentimientos y se avergonzó. Ahondó en ellos. ¿Cuál era el mayor favor que deseaba que Elena le propusiera? Elena estaba loca. Elena era inquieta, nerviosa, tenía siempre mil amigos, mil planes, mil éxitos… empezó a pensar en él y en lo que realmente le ponía nervioso. Excluyó definitivamente a la mansa y amable Julia de sus sueños y atacó con crudeza sus anhelos más recónditos… y si fuera irse a vivir con ella, o mejor, irse a vivir con ella en una isla perdida en medio del océano indico, o mejor, irse a vivir con ella en una isla perdida en medio del océano indico únicamente fo que te fo… Y si fuera dejarlo todo para empezar una vida ellos dos en Paris, Berlín o en Nueva York… sin amigos de facultad, sin gente alrededor de Elena. Solo ellos dos. Y si fuera irse a Las Vegas con…

Sonó la alarma de su móvil que le recordaba que quedaban 20 minutos para su cita. Cogió la chaqueta, bajó las escaleras y llamó a un taxi. El Irma’s estaba a 15 minutos de allí. El taxi tardó 17 y eso le hizo llegar 1 minuto antes de su cita al bar. Se sentía culpable por haber excluido a Julia de sus sueños. Se sentía traidor. Ya había tomado una decisión unos años atrás en su vida y no podía replanteárselo. Un aire fresco le golpeó el cogote subiéndole hasta la frente. Escuchó la voz alegre de Elena saludar a todo el mundo mientras se acercaba a él. Tenía la cara blanca y los labios y los mofletes muy rojos. Sonreía. Comprendió que era humano pensar en ella en esa isla desierta ya que, a pesar de que compartía la cama con una de las mujeres más bonitas y deseadas objetivamente hablando, Elena encarnaba la vida misma en cada una de sus gestos, de sus risas y de su cuerpo. Tenía una fuerza distinta. Era feliz y fuerte. Todos los días. En todos los momentos. No decaía nunca. No dudaba nunca. No titubeaba nunca. Con una paciencia extrema, y una sonrisa alentadora a todo.

- ¡Hola! – Y le dio un beso en la mejilla, un poco cerca de la boca, un poco lento, como siempre de tierno - ¿No te dije que las dos copas te las tomaras conmigo?... lo debí olvidar… porque creo que tu ya llevas una… o me equivoco…
- ¡Hola Elena!... una copa… ¿yo?… no que va… que quieres tomar, que al final invito yo.

Hubo un silencio poco habitual un poco tenso, un poco largo. Ella se bebió de un trago la ginebra con tónica que había pedido, y pidió otra. Sonreía. Empezó a hablar de su día y de alguna otra banalidad, analizándola hasta el extremo, como solía hacer. A mitad de la segunda copa se puso más seria.

- Suéltalo ya – dijo Miguel – Estoy yo más impaciente que tú.

Con alguna otra persona podría haber esperado pasar la noche sin tocar el tema. Los dos sabiendo que quedaba algo pendiente, algo inacabado, no dicho, pero sin que nadie se atreva. Es la actitud de ciertas personas. Nada que ver con la actitud de Elena. Miguel sabía que llevaba la primera copa buscando las mejores palabras para exponer su preocupación a Miguel. La conocía bien. Sabía que incluso cuando estaba volcada en alguna explicación de su día, estaba pensando en la mejor manera de exposición posible. A saber el tiempo que le habría dedicado en casa… posiblemente más tiempo que el.
- Un segundo Miguel – dijo poniendo una expresión seria, concentrada, que tanto le gustaba a Miquel… se recogió el pelo… claro que se la llevaría a una isla, pensó. – Dame 1 minuto,… solo un minuto… - y bajó la cabeza para preparar sus palabras. Lo hacía mucho. Era así de reflexiva. Era simplemente adorable – El favor… te lo voy a pedir. Pero te adelanto que no me puedes decir ni si ni no. No puedes contra argumentar. Lo soltaré, nos despediremos y pensarás tu respuesta. Nos volveremos a ver de aquí 2 viernes, a las 10, en esta mesa, igual que hoy. Si no vienes, es que tu respuesta es que no. Si vienes, puede que sea si o que sea no… puede que prefieras decirme ese no a la cara… Si no vienes no te lo tendré en cuenta. Pero si vienes será genial. Verás… - Miguel estaba que no aguantaba más…
- Suéltalo, venga Elena….
- Verás…. Quiero tener un hijo. Quiero tenerlo contigo.
Elena tragó saliva y como Miguel no articulaba un músculo, se bebió lo que le quedaba en su vaso de ginebra y se pidió otra más. La camarera, una chica guapa de pelo muy corto que había seguido la conversación, rápidamente le sirvió la tercera copa que se tomaba en los 20 minutos que llevaba allí.
- Sabes, las tías somos todas muy parecidas… llega un momento en la vida en la que necesitamos vernos completadas con lo que nuestro instinto nos pide a gritos desde los 20 años… Muchas veces es sencillo cuando la suerte hace que se cruce en nuestro camino la persona idónea… pero yo no creo que exista esta persona para mí. Ya no creo en nada de eso… todo es mentalidad y si he llegado a este estado de que nadie me completará jamás, es realmente difícil que encuentre a alguien que lo consiga. No me ha costado decidirme. Se que quiero ese hijo. Pronto cumpliré los 30 y cada año se complican más las cosas. El físico que ahora domino y me hace fuerte, no me durará mucho tiempo… y no es plan de ser madre a los 40,…el tiempo pasa rápido y la tópica frase de que “antes de que nos demos cuenta” aplicada a mi inquietud… significará que antes de darme cuenta esté convertida en una vieja incapaz de embarazarse… Es importante para mí, y hasta aquí, de forma resumida, mi inquietud. No necesito a alguien al lado. No necesito tener un maridito en el que apoyarme, ni que me grite ni al que gritar. Me valgo por mi misma. Sabes que me encanta mi trabajo, y creo que podría de sobra educar a un niño de forma completa y enriquecedora… En cuanto a ti… Tú eres el idóneo. En primer lugar porque te conozco. Paso de ir a cualquier clínica a por el semen de un pervertido que vete tu a saber lo que pensaba a la hora de eyacular…. Tú eres listo, guapo, deportista, simpático, alegre, fácilmente feliz, activo, inquieto… Te gusta la literatura, la pintura, la música, eres cariñoso, fuerte, responsable, generoso,… Eres muy distinto a la mayoría de tíos que solo piensan en follar y en el porno. – A Miguel le extrañó que pensara que él no pensaba en follar y en el porno… que sabía ella…. Claro que pensaba en follar y en el porno… - evidentemente el sexo también es importante… No quiero que interpretes que te he evaluado en el mercado de la especulación, te lo propongo a ti… - Por primera vez tomó aliento, bebió del vaso de ginebra hasta dejar solo un cuarto entre los hielos sin derretir – Piénsalo. Repito que entenderé un no… - Y le besó esta en pleno centro de la mejilla… Y se alejó con su manera alegre de andar, rápida, abrigándose al recibir el impacto del frío aire de la calle.

Recibiendo el aire frío se puso a andar más rápido que de costumbre, en primer lugar para entrar en calor, y en segundo lugar para desaparecer antes que de Miguel saliera. Analizó su exposición. Bastante creíble. Tuvo que darle más importancia exagerando un poco su preocupación. Había soltado lo del sexo para tantear el interés de Miguel, sabía que su amigo siempre estaba interesado en ese tema…

Elena pensaba muchas veces que las cosas no le preocupaban tanto como debían preocuparla… Eso le horrorizaba. Le horrorizaba también que se le viera así desde el exterior, así que creó una cantidad gestos expresivos que la recubrían como una burbuja, y que disfrazaban su real indiferencia. Un trabajo cuidadoso de relación que solo lo recompensaba el tiempo, sin una mínima tilde de exageración y con el que provocaba que solo un atento observador notara posibles sentimientos, basándose en esa relación gestual, como cuando se tocaba la barbilla para simular incomodidad, como cuando mantenía los silencios, como cuando se recogía el pelo…

Si que quería un hijo. Y claro que quería que fuera con él. Pero si él le decía que no, a parte de enfriarse un poco la relación, no pasaría nada… Ella lo asumiría y ya. Tal vez buscaría otro. Analizándolo de la manera más fría pero coherente, la mejor opción era él. Ya no porque sería un padre estupendo, cosa que jamás le pediría. Sino porque se trataba de la persona más interesante, rica emocionalmente y motivadora que tenía a su alrededor. Por eso se sentía satisfecha de haber dejado patente lo importante que era para ella, hasta el punto de haberlo exagerado de sobremanera… Ahora él estaría pensando. Barajando la manera de recibir la propuesta. De interpretarla. De asumirla. De estudiarla. La manera de exponérsela a Julia. De analizar las consecuencias económicas que tendría una paternidad. De considerar la buena fe de Elena en el futuro. De confiar en ella… Al cabo de los días, su análisis iría a más. Pensaría entonces en el futuro, en la posibilidad de que más adelante tuviera más hijos, en como se repartiría la herencia y en si Elena le exigiría algún reconocimiento paterno, o no. O si él se lo exigiría a ella…

Elena estaba orgullosa del transcurso de la noche. Paseando por el parque de Colon, y subiendo Goya… era cuestión de espera. Conocía muy bien a Miguel. Pero no sabía cual sería definitivamente su respuesta… sabía que si la propuesta hubiera sido de un simple polvo habría dicho que si allí mismo, encima de la mesa del bar, a pesar de que eso hubiera roto la relación que tenía con la hermosa Julia. Ella lo había hecho lo mejor que sabía. Lo había expuesto con franqueza. Solo cabía esperar. Era consciente de que durante estos 15 días muchas circunstancias le podrían hacer cambiar de opinión… pero eso ya, eso ya se le escapaba de sus manos.

Le sonó el móvil… Dudó en descolgar. Sabía que si descolgaba todo era precipitación, sin raciocinio, sin pensamientos madurados… Por una vez la sorprendió. Creyó que esa naturalidad y transparencia era la correcta… la que debía dar la respuesta aunque fuera saltándose las instrucciones que, al fin y al cabo, eran para provocar, para no cumplir…

En el teléfono aparecía parpadeante el nombre de Miguel una y otra vez…

- ¿Si…?
- Elena… tengo ya la respuesta. Te la digo así… no cara a cara. Yo… yo… no sabría…
- Bien Miguel, espero.
- Elena… No. No puede ser. Es imposible. Es descabellado. No y No.

Elena permaneció en silencio… Era normal. Estaba Julia, y él la quería… Ella no tenía nada que darle frente a lo que Julia le daba. Ella le divertía, lo despejaba, pero ningún sentimiento más allá. Pensó que no debía haberlo planteado tan bien como pensaba… ¿Cuál había sido el fallo de su estrategia…?

- Oye Elena,… ¿sigues ahí?
- Si, Si Miguel… claro. Está bien, claro Miguel. No te preocupes. Gracias por no alargar la espera al ser esta tu respuesta… - Era por Julia… estaba convencida… El estaba loco por ella y nunca podría ni siguiera plantearle algo así… Hubiera sido mucho más sencillo conseguir un polvo salvaje, un trío, cualquier cosa… que algo así… y solo ahora lo veía… - Gracias Miguel. Ya hablamos. En serio que gracias por no alargarlo. – Colgó rápido sonriendo… y sin quitarse el teléfono de la oreja siguió como si él fuera a escucharla… “hubiera sido un hijo precioso…”

Miguel escuchó su punto final. Estaba claro que nada sería igual entre ellos. Al menos al principio. Ella no lo quería para compartir el resto de su vida y no estaba dispuesto a ser tan generoso con alguien que no le correspondía… Pensó en Julia. Seguramente ya estaría a punto de llegar a casa. La dulce Julia. El seguro. La tranquilidad. La mar en calma. Algo quiso que volviera a marcar el número de Elena. Seguía en la puerta del bar, donde había salido a buscarla corriendo, sin ver rastro de ella, tras haberse quedado anclado al tabuerete a penas 5 minutos. Colgó antes de la señal. Volvió a pensar en Julia, la previsible Julia… guardó el teléfono en su bolsillo. Lo volvió a sacar. Aparecía el nombre de Elena en la pantalla, ofreciéndo una cómoda “rellamada”… Miró su nombre sonriente. “Hubiera salido un hijo precioso”… murmuró…
Buscó el número de Julia y la llamó. Efectivamente. Estaba en casa. Acababa de llegar.

FASCIAS


No dejéis que nada os sorprenda tanto
hasta el punto de cuestionaros todo lo
que un día fuisteis.
Despierta… un, dos, tres,…ya.

Todo empezó en aquel Enero del 2008. Hasta entonces habían pasado 15 años en los que había conseguido ser feliz. 15 años en los que lo había olvidado todo. Fue mi subconsciente o tal vez fuera mi consciente el que había tapiado esa historia, una historia que no había durado más de varios minutos si sumáramos todos los segundos que la formaron. Puede que fuera por eso que, sin quererlo, cuando ya era demasiado doloroso, lo tapié. Lo soldé y lo tiré allá donde solo van las cosas que nunca han pasado. Ni siquiera donde van los recuerdos, que a veces se recuerdan. Sino donde la nada. Donde el vacío. Lo coloqué en el mismo lugar que aquel lugar del que venimos. Que aquel lugar al que vamos.

No. No fue decisión. Fue automatismo. Porque de otra forma lo recordaría. Hubiera quedado todo ese tiempo latente en mis poros o en mis venas. A duras penas hubiera podido entonces continuar mi existencia con la misma actitud. Pero lo recordaría. Debido al esfuerzo del disimulo. Debido al esfuerzo del olvido que, a menudo, únicamente se consigue matando todo lo bueno. Debido a la mutación consciente de una mentira, hasta creerla realidad.

No fue decisión porque no recuerdo nada de todo eso. Cada poro, cada membrana de mi interior, cada fascia de mis músculos supieron que era lo que tenían que hacer para olvidarla. Y para poder vivir estos 15 años alegre, todo mi cuerpo ajeno a lo que había sentido. Había conocido. Con una ligera retracción que me hacía más fuerte que el resto de los mortales. Con más poder puesto que no era capaz de llorar. No era capaz de sentir miedo. Ni era capaz de sentir dolor. Tampoco era capaz de sentir mucho más que la nada. Un vacío que ahora reconozco desde la vulnerabilidad de un desplazamiento demasiado acorde a su peso. Un vacío que me hacía fuerte pero de insípida existencia. De insípida coherencia. De insípida disciplina.

Y aquel enero de 2008 la volví a ver. Entendí que la había estado esperando sin saberlo. Que todos esos años no había hecho más que absorber conocimientos para poder volcarlos en ella. Para que estuviera orgullosa de mi. Tanto yo. Tanto ella. Su desplazamiento, tan acorde a mi peso, me había enseñado a querer. A quererla solo a ella. Por sus gestos, por su elegancia. Por su porte. Por su voz. Por su fuerza. Por la luz que desprendía.

Y fui a por ella. Sin que ella lo quisiera. Sin que yo lo supiera.

Y caí.

Caí como el que cae desde un precipicio sin tener a donde agarrarse. Como el que cae sin conseguir abrir el paracaídas con el que contaba y por eso había saltado feliz. Caí como nunca había caído, para recibir una bofetada de la luna. A la que todo lo que pido me concede… y a la que nunca eso le pedí….

Despierta… un, dos, tres, …ya.
Vuelvo a erguirme, vuelvo a andar.
Tengo la huella demasiado fresca, disfrazada pero fresca. Vuelvo a no sentir nada. A no temerle a nada. Vuelvo a aparentarlo todo. A no saber sufrir,… a no saber llorar .
Despierta… un, dos, tres, …ya.

jueves, 24 de enero de 2008

¿Me llamarás mañana?


Era domingo por la mañana. Estaba tumbada boca arriba, con la mirada perdida, pensando, después de un activo despertar. Estaba dibujando con la tiza de mis ideas, de forma invisible pero bien estructurada, como si el techo alto y blanco fuera la pizarra, toda una organización para ese domingo y esa semana. Mil garabatos invisibles parecían rellenar esa pared blanca. Mil posibilidades se iban planteando para dar paso a una exhaustiva selección…. Entonces mi amigo, que estaba tumbado a mi lado, pronunció las únicas palabras que no deseaba escuchar en ese momento “¿me ha encantado, me llamarás mañana?”

Los domingos tienen un color especial. Parecen trigo o rayos de sol. Son como atardeceres. Tienen esa pizca de tono dorado del buen momento que sabes que estas disfrutando y está escapando.
No me apetecía nada entablar ese tipo de conversación ni de justificarme de cualquier otra manera… y menos un domingo.

Cerré los ojos durante unos segundos con la intensidad que creí suficiente para que al abrirlos el no estuviera allí. Pero no funcionó. Volví a cerrarlos. Y a abrirlos. No se cuanto tiempo estuve así, pero cuando me di cuenta él había cambiado de postura y se encontraba medio erguido, mirándome, atónito. “¿te ha molestado que te pregunte eso?”. De nuevo volví a cerrar los ojos, y todo lo suave que pude pronunciarlo le dije “Mira,…creo que es tarde y tengo un montón de trabajo que terminar para mañana, pienso que te deberías marchar… en serio, ¿no te importa, verdad?”

domingo, 20 de enero de 2008

Ibiza en domingo de enero

Este domingo no he pisado la oficina. Los que más me conocen saben que no suele ser lo habitual, pero ese domingo me he permitido el lujo de disfrutar de lo que forma parte de la tradición ibicenca que tantos buenos ratos me ha hecho pasar.

Santa Agnes de Corona y el camino por los almendros en flor. Un aire húmedo y fresco en el campo mientras los rayos de sol de finales de enero pican en la cara. El olor a madera quemada y a sobrasada asada es tan particular que afloran mil recuerdos. Recuerdos de Ibiza. De las reuniones. Recuerdos de esa bonita infancia donde no existía preocupación y donde anochecíamos entre juegos mientras los padres rodeaban la chimenea y entre historias preparaban el pan y asaban la sobrasada que desprendía ese olor. Y veíamos anochecer y el humo desde la casa que se mezclaba en ese cielo azul como creando nubes falsas de ceniza y viento.

Esas casas blancas de muro ancho y ventanas pequeñas. De arcos y de tradicional composición. Entre almendros. Entre tierra roja. Con algún pozo y con un horno de pan.

Esas casas tan frías que incitaban al acercamiento cerca de un hipnótico fuego en el que desfilaban historias, anécdotas y horas tan agradables entre gente tan dispar e interesante. Gente con ese pequeño acento de aquí que me llena de ternura, gente sin prisa con posturas cómodas, soberanas de un tiempo que es tan escaso para mi… gente llenas de vida en una tarde de vida.

Y entonces pienso en la cantidad de tardes de domingo que he pasado en la oficina, terminando cualquier cosa, siempre dejando pendientes para el resto de la semana, siempre quedando mil cosas por terminar. Por mejorar. Por entregar. Por revisar. Por inventar. Siempre con un trabajo infinito. Con ansias de crecer hacia un nivel de capital para codearme y competir con los grandes, con los de división de honor. Con ansias de más y más, porque el trabajo me apasiona por raro que pueda sonar. Pero hoy entiendo porqué estoy aquí, en esa isla un poco mágica un poco fantasmal. A pesar de haber conocido Madrid. A pesar de haber soñado con Nueva York. A pesar de haber pensado en irme a Paris… Todos esos preciosos sitios… esa actividad constante, ese ritmo esa libertad y calidad de elección… esa oferta cultural y ese nivel de ambición… que me he planteado…

Sin embargo aquí está mi elección,…

Y cierro los ojos y respiro este aire. Y esta tarde de domingo entre amigos, entre historias y conversación. Todavía me queda el olor de la ropa a chimenea y un energético chute de oxígeno y de sol para comenzar la semana.
Un abrazo,

Goya 63

Querido A,

Hoy me ha dado por recordar el primer día que me presenté en tu portal, junto a R, para decirte que me había encaprichado de ese pisito de Goya en el que tanto aprendería. Tus ojos redondos de antiguo sastre se abrieron por la preocupación (que solo he sido capaz de leer con el paso de los años) de tener a dos mocosas de 16 años bajo tu vigía y responsabilidad, sin que hubieras hecho nada para merecer eso… De ahí ese balbuceo “pero… pero… niña….” Entonces yo te contesté que a pesar de que mi educación no me permitía ser todo lo caprichosa que suele ser la gente, cuando me empeñaba en algo lo conseguía. Que ese pisito me había llamado por mi nombre y yo lo había sabido reconocer… y que más le valía dejarnos ver cuanto era el alquiler y que condiciones requería si no querías tener una pesada desde el amanecer hasta el atardecer sentada en el portal… Recuerdo que quedaste asombrado de la claridad de mis ideas y de mi exposición, y miraste a ver que es lo que te decía a su turno R que se limitaba a asentir todo lo que yo argumentaba.

Entonces nos lo enseñaste por segunda vez. Y me volvió a llamar. Y lo volví a escuchar. Y desde ese día supe que allí pasaría unos de los mejores años de mi vida entre entusiasmo, nervios, fiestas y alguna que otra desilusión. Te sonreí, y me sonreíste. No se por que extraña razón te abracé. Era para agradecerte esta segunda visita en la que tanto me habían vuelto a llenar esos metros cuadrados, esos techos altos y esa luz especial que accedía a los cuartos por sus ventanas amplias. Entonces ya si que no podías echarte atrás.

Con el paso de los años veo esa escena a través de tus ojos, y comprendo esa expresión de “por el amor de Dios que se me meten aquí estas criaturas que voy a tener que cuidar como si fueran mis hijas, quien me mandará a mí…”

Y quisiste hablar con nuestros padres, y sin que nos diéramos cuenta, velaste por nosotras de forma sigilosa pero permanente, desde la portería del piso de abajo, centinela de nuestros amoríos, esperanzas, decepciones, chiquilladas, sueños, fiestas, risas, inquietudes, inconsciencias, carreras, progresos, madurez,... día tras día, mes tras mes, año tras año.

No se porqué todo esto ha venido a mi memoria hoy.
Ni siquiera cuando, hace un mes, fui a visitarte y te volví a abrazar, recordando en el olor de caldera de tu traje negro con corbata, tantas historias de esos 6 años entre bullicio madrileño.
Recordando toda esa época que hoy veo a través de tus ojos con una pizca de sal. Y por eso tus ojos brillaban al separarme de tus brazos y verme vestida de abogado. Y como tu garganta se secó al verme marchar entre la gente, en esa inmensa calle que tanta historia mía alberga en su aire, llamada Goya.
Un abrazo,

sábado, 12 de enero de 2008

Ilusiones 73

Mi Qtec de nuevo se ha desconectado dejándome aislada. Acabo de hablar con él. Que viene esta noche. No me jodas B… Probablemente ya te hayas liado con mil otras tías y ahora vas y me dices que vienes esta noche… Mientras me ducho, aislada en la ducha como en una capsula de motor de pensamientos, concluyo que no se ha enterado de nada. Se que desafino mientras intento seguir lo que suena desde la radio, pero me ayuda a pensar… Y cuando ya no me queda nada, absolutamente nada porque todo es mentalidad y soy, como diría R una “mente fuerte” ya se ha borrado de un plumazo sin que tenga ahora ni siquiera ganas de pasar una noche de charla con él, va y dice que viene a cenar.

Todo fue, de nuevo, espectacular. Como siempre intento que sea cuando tengo alguien al lado. Y eso asusta. Seguramente yo asusto porque siempre pasa lo mismo. Primer acercamiento y parón. Luego vuelven… parece que él ahora también vuelve. Como el resto. Como siempre lo han hecho todos. Pero entonces me ha desaparecido ese sentimiento que creía único. Que creía distinto y nuevo… porque soy así de ilusa y no lo se reconocer, nunca lo se recordar.

Vendrá a cenar para que le revise el contrato que tiene que firmar, dice. También dice que quiere que hablemos. Vamos, que quiere hablar y lo del contrato ya veremos…
He pensado en decirle que no pero no deja de ser una persona importante en mi entorno, en mi circunstancia, y quiera hablar de él o del contrato volveré a reírme y disfrutar con él. Y por muy claras que tenga las cosas, a partir de él todo ha sido diferente. Ha cambiado la luz, un semitono en el sonido de mis percepciones… Es como cuando ya no vas a poder escuchar la canción desafinada sin darte cuenta de que está desafinado. O como cuando no crees en Papá Noel. Es como cuando has volado y te han cortado las alas recordando que es posible volar. Como cuando te han iluminado con una luz precisa y preciosa, desde una perspectiva mágica que tú sola no puedes encender… Ese cambio de luz no tiene vuelta atrás, como cuando te has acostado con la persona de tu vida, la que quieres de verdad y sabes que la has perdido para siempre y que jamás te volverás a acostar con ella… o como cuando has acariciado el cuerpo de una chica… después de todo eso cambia la visión y cualquiera se conforma con menos.

Un saludo,

Introducción y 1º Glartiste de un viernes de octubre

Introducción:

Por qué Glartiste: Sencillamente un juego más de palabras. De mis juegos de palabras. De mi mundo de palabras que tanto cuestan usar a pesar de ser gratuitas. Es gratuito usar todas las palabras que existen y probablemente, probablemente por eso, nuestro lenguaje sea habitualmente tan pobre. Si nuestras palabras costaran 10 euros,... cada palabra nueva que pudiéramos usar 10 euros por poder usarla, seguramente seríamos más ricos. Más cultos. Hasta existiría la piratería de palabras…
Glartiste se debe dividir en:

G.: Con el doble sentido de mi nombre abreviado, y la pronunciación francesa de “J’ai” de tener.

L’artiste: es la continuación, en francés como diciendo “ tengo el artista” de tener el artista dentro, o también de G. el artista, o Glartiste en pronunciación española que tiene una sonoridad parecida a Alatriste, y me agrada por ello… es tan importante que algo sea bonito para la vista como que algo suene bien...
(...)

HAY TANTO Y TANTO POR VER QUE NO VEMOS:
YO HARÉ LO QUE PUEDA CON EL TIEMPO QUE ME QUEDA…
(...)
PRIMER GLARTISTE:
19-10-2007 – SOLDADOS DE SALAMINA – de Javier Cercas Dir. Joan Ollé- Teatro Can Ventosa Ibiza –

1º - IMPRESIÓN INICIAL: Obra sin decorado, demasiado moderna para mi gusto, con 5 personas hablando de la época de franco para mayor desmotivación, y vestidas de negro con aspecto sombrío, expresiones sombrías y tono de voz sombrío… Una velo negro dividía la 4º pared… no entiendo de quienes hablan… de Javier Cercas, de Sánchez-Mazas, de Miralles… también de Franco y de Primo de Rivera. Y también de Machado. Hablan y repiten frases en distintos contextos. Las mismas frases en distintos momentos quieren decir cosas totalmente diferentes, y eso me gusta. Ponen focos de la bandera de España. Hablan de la Falange. Hablan de los rojos y de los muertos. No siguen un orden ni a la hora de tomar la palabra ni a la hora de repetir los textos… Estoy a punto de irme del teatro. Pero no puede ser que no consiga entenderlo, con lo que a mi me gusta el teatro. No puede desalentarme un tema político gris, de hace muchos años. Un tema demasiado tratado. Tan aburrido para mi. Por mucho que el tema me aborrezca… yo estoy por encima de eso porque me gusta mucho el teatro… Ambiente de nuevo gris. Y pasan a Sudamérica, y la historia no termina de convencerme a pesar de ponerle yo interés. Cada vez más forzado interés. Y se ponen a cantar. “Suspiros de España” con una letra que jamás había escuchado. Y la piel se me pone de gallina, por la nuca. Y describen como un soldado bailaba susurrando esa canción, abrazado a un fusil con la ternura con la que bailaría junto a una chica. Me acaban de cautivar. Eso ha sido realmente bueno... me lo han contado, de repente, todo. Decido quedarme.

2º - MOMENTOS Y FRASES: Algunos “secretos esenciales” ¿que es lo que leyó Miralles en la mirada de Sánchez-Mazas?¿porqué no lo fusiló? ¿porqué el pasodoble Suspiros de España es una de las músicas más tristes del mundo?¿porqué los héroes son los que no matan, y porqué están siempre muertos? Y la historia no es más que un recuerdo de cómo recuerdas que has contado otras veces las cosas… Y las historias son reales cuando hablan de historia. Y son reales sin serlo para el lector. Y “de todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”

3º - MOTOR: Pienso que Javier Cercás. Compro el libro. Aunque puede que fuera la puesta en escena lo que me ha llegado a activar. También buscaré algo de Joan Ollé.

4º - IMPRESIÓN FINAL. Los diálogos son buenos. El tema también. La representación magnífica porque no ha necesitado más que ellos, el tema y el diálogo para arrastrarme a un mundo de historia e historias. De personajes que cada vez me interesan más aunque he perdido demasiado tiempo al principio para poder entender lo que trataban de querer contarme. Tengo ganas de rebobinar. Tengo ganas de leerlo. Descripciones y palabras únicas. Me hace recordar. Cuando recuerda el personaje. Noto por el tono que la obra toca a su fin, y no quiero que acabe. Debería haber estado más atenta al principio… ¿la volverán a representar mañana?

5º - CRITICA. Ha conseguido algo complicado. Que esta noche y espero que ya me dure y perdure, me interese la historia que tenía tan aburrida de Franco, de Primo de Rivera, de Miralles, de Sánchez-Mazas, y del que ya me apasionaba, de Machado y de la relación con todos estos personajes, de la relación que su muerte puede tener con todo ese mundo paralelo de nombres desconocidos por mi incultoa percepción de la parte aburrida del mundo, hasta el día de hoy. Y como está escrito ( ¿escrito o adaptado…?) y se relacionan las frases ya dichas en sitios nuevos. Y se expresan sentimientos en distintos momentos. Y se dice que “las palabras lo dicen todo, excepto lo que no pueden expresar”. No se si la obra de Cercas transmite tanto y tanto o es Ollé en su puesta en escena. Lo que es seguro es que han despertado curiosidad por averiguarlo. Primero en leer el libro, y si no encuentro ahí lo que busco, me dirigiré a Joan Ollé.
Un saludo.

Un 7 de noviembre

Hoy he visto un cuerpo perfecto. De tez clara y sin embargo con un bronceado homogéneo, cuidado, con pecas caprichosas que decoran un vientre plano y fuerte. Unos pechos bondadosos que de manera irresistible ya, quería poder ver, en ese cuerpo atlético, que he evitado mirar para que no me delaten mis ojos llenos de deseo por toda esa perfección que tanto se armoniza con la delicadeza de su cara, de sus rasgos, de sus pecas. Con la delicadeza de sus ojos y su sin embargo aire algo masculino en su pequeña y recta nariz, y su mandíbula... Una perfección de la que es consciente, y que además cuida, al detalle. Un bonito pelo, con la cara que he descrito, con un cuello blanco, unos hombros rectos y un cuerpo que mis dedos conocen de memoria por las veces que han soñado con él. En pleno mes de noviembre un tono de piel de chocolate. No me he atrevido a más, no me he atrevido... Mantenía la vista en otra persona y he despreciado su cuerpo, el Cuerpo, que merecía que me arrodillara ante el. No he podido examinarlo como me pedían mis ganas de gata, pero ella, luego, jugando quizás, provocando puede, o casualmente lo mas probable, ha pasado por delante de mi, lenta, provocativa, consciente de su belleza, la fuerza de su espalda y el porte de sus curvas, de su cintura y de la perfección de su culo. Como un imán mi cuerpo completo quería seguirla, quería agarrarla, quería abrazarla y notar cada curva hasta conocerlas de memoria… Y entonces he vuelto a pensar, como tantas veces he pensado, que no hay nada más bello q el cuerpo desnudo de una mujer. Y ella hoy me lo ha regalado.

Ilusiones 45

Siento esa necesidad de que me descubras, latente, sin abalorios ni pertrechos, que me mires sin tapujos, ni fingiendo una dureza extraña a mi sonrisa ni sonriendo de forma extraña a mi dureza. Es respeto o control. No quiero medir mis miradas a tu cuello. No quiero mostrarme fría ante tu peso en un aire cercano a mi peso. Y puede que nada de esto sea real. Probablemente mi mundo de nuevo crea universos paralelos en los que tú finges que no te importo, y yo finjo que no me entero. Pero en algún sitio se que existe porque quiero que exista tal y como lo veo. Porque cuento los minutos q pasan hasta volverte a sentir cerca, a poder mirar con disimulo, a poder no sonreírte porque eres como un muro, como un toro, en parte mucho como soy yo. En parte algo como lo que quisiera ser. Porque eres realmente buena y quiero que me veas como te veo de orgullosa por haberme fijado en la mejor... Sin corazas, como cuando sonríes, como cuando me escribiste, aunque solo sea una vez... Y conocerte como lo quiero hacer, como te intuyo.

Earning or losing life...

No hubo nada en especial que le hiciera plantearse una verdad delatadora. Analizó rápidamente los últimos años de su vida y tuvo que, un tanto horrorizada, admitirlo. Excusándose en un primer momento en que únicamente se trataba de detalles, que no tenían ninguna importancia porque esos detalles, al fin y al cabo eran suyos. Nadie los conocería, nunca. Nadie sabría su trascendencia. Su importancia. La recurrencia en sus días y sus horas. En los minutos utilizados para ellos. Nadie conocería ni su magnitud ni su número. No podrían ver más allá de la armonía y perfección en cada uno de sus movimientos, de sus sonrisas, de sus actos y de sus omisiones.

Pero ella si. Y entonces es cuando se tuvo que sentar en el sillón de esa casa tan perfecta, esa casa que había diseñado con tantos años de trabajo. Cada cosa que la componía tenía una explicación. Cada color elegido no había sido al azar. Cada mueble, cada habitación. Incluso el color del sofá en el que ahora estaba apoyada en posición de derrota. Todo tenía la misma explicación. Una dirección equivocada. Una perdida de tiempo. Un sueño estúpido. Un secreto que en ese momento le hacía plantearse si le había hecho ganar o perder 25 años de vida.

Empezó a pensar. A veces pensaba tanto que llegaba al desgaste físico. Temía que le volviera a pasar, pero era necesario pensar en esos 25 años. ¿Como habían podido pasar tan rápido 25 años…? ¿Cómo no se había parado hasta hoy, a darse cuenta de lo inútil que había sido haberlos vivido por nadie? Habían sido 25 años frenéticos. En los que tenía su misión y los minutos apremiaban para conseguirla. Un rumbo claro y definido. Sin vacilaciones. Pasos automáticos con actividad desenfrenada

Empezó a esforzarse para recordar el principio de su actitud. Una simple visita a la capital, en la que reencontró todos los antiguos amigos de la Universidad… Ella sabía que llegaría a sus oídos antes o después esa visita. Debía ser una noche estupenda y se lo debían pasar muy bien. Y así fue. Probablemente esa fue la primera vez que llegó a sus oídos que ella estaba estupenda y tan divertida como siempre. Tan locuaz, ingeniosa y sutil como siempre. Tan feliz, tan elocuente, tan agradable y tan interesante como siempre…

A esas periódicas visitas que llegarían a sus oídos de una u otra forma por las conexiones entre amigos, añadió llamadas a los más cercanos, en momentos puntuales. Se informaba delicadamente de cuando estarían sus puntos de conexión junto a él, y aprovechaba el momento para llamar sea felicitando cumpleaños, fiestas, o simplemente con la excusa de charlar un rato con un amigo que tanto añoraba y tanto quería. Así fue creando numeroso “puntos de conexiones”, que laboriosamente y con infinita paciencia fue trabajando para, de vez en cuando, coincidir a distancia, casualmente con él.

Se las ingeniaba para crear las que todos creían casualidades. Se cruzaba con uno a la salida de su trabajo, se cruzaba con otro a la entrada de su casa, mandaba amigas al trabajo de otra de sus conexiones, y hasta consiguió colaborar profesionalmente con otro par de conexiones, porque con un plan trazado hasta un límite de magnitud tan perfecta que ninguna de todas las coincidencias creadas era otra cosa que parte de un plan perfectamente elaborado con una única finalidad…

Gracias a ese arduo trabajo lo tenía ubicado. Unos años en Madrid, otros años en los Estados Unidos, Londres y París. También seguía las fiestas a las que le invitaban, las direcciones de sus casas, sus inquietudes, sus aficiones, sus libros, sus amigos toda su vida…

Paralelamente a esta ardua y disciplinada labor, ella se transformó en la persona que pensaba que él querría tener al lado. En el poco tiempo que lo tuvo prestó tanta atención a sus palabras y sus ideas que sabía que tipo de persona él necesitaba a su lado que tipo de mente, transformándose por completo. Aumentó el tiempo de deporte corriendo más kilómetros, jugando al golf, asistiendo a torneros de Whater Polo porque todo eso era lo que le gustaba a él.

Se esforzó para hablar un inglés perfecto, y cuidar su cultura leyendo y cuidando el tiempo, evitando perderlo en temas improductivos. Y se dedicó a escribir y a triunfar. A trabajar y a triunfar. A conocer a gente y a todo tipo de gente y a triunfar. A crecer en la escala social porque cuidaba la sociabilidad con la gente de su entorno. Cuidaba sus contactos y sus maneras. Igual que cuidaba a sus clientes y a su empresa. Porque él estaría orgulloso de ella siendo ella así.

El tiempo fue pasando y nada la hizo recular. Ni siquiera nada consiguió hacerla parar. Era consciente de que mucha gente se interesaba por ella, pero era hermética para el resto del mundo. Tenía un camino trazado tan claro, en una dirección que se llamaba igual que él. Nada que no se relacionara con una posibilidad más le iba a llamar la atención. Esa esperanza le daba tanta y tanta fuerza que en su cabeza buscaba mil manera de relacionar las cosas para crear y crear conexiones…

Al cabo de muchos años, como visitaba tan a menudo Madrid, y económicamente se lo podía permitir, se compró en la capital una casa. Y la decoró con todos los muebles que habían señalado viendo lujosas tiendas durante esas tardes que habían pasado juntos en esa época loca que habría de marcar su vida para siempre. Para que cuando él volviera lo pudiera reconocer. Para que se sintiera en casa. Con la colección de libros en la biblioteca que él habría elegido. Que él había leído o querría leer.
Tenía tan interiorizada su opinión sobre todo que, recorriendo de un vistazo esa casa, le costaba separar lo que hubiera cambiado ella si él no hubiera aparecido, hace 26 años en su vida…Tras mucho pensar decidió que únicamente el color del sofá… sin su influencia ella lo hubiese elegido blanco en lugar de marrón.

Habían compartido un año. El año más intenso. La conexión se creó entre los dos desde el primer día. Pero entonces él desapareció. Ella, con una voluntad de hierro y algo de orgullo, lo dejó de buscar.

Tenía muchas excusas en su razonada mente: su intemperante carácter, su cambiante opinión, sus dudas, sus principios básicos tan distintos… para convencerse a si misma de que no se trataba de él…

Pero algo en el fondo, algo le decía que su singularidad le atraía como un imán. Recordó que en esa época se preguntaba si a todo el mundo le ocurría igual ensalzando el atractivo de la persona hasta tales límites que ningún humano podría llegar nunca a alcanzar. Ella estaba convencida que él era distinto. Especial. Nadie podía querer como ella, porque nadie tenía una persona tan completa y magnífica como él. Y sin embargo la gente se enamoraba. Y eso pasaba todos los días. Pero sabía que nunca encontraría a otra persona tan interesante, tan activo y activador… un motor de creatividad, de pensamientos, de locuras, de risas… un motor de la vida…

Eso justificó que su lógica y sus razonables comportamientos se convirtieran, sin ella analizarlos, en autentica obsesión. Y cada acto era consecuencia de una meta, a largo plazo, pero una meta.

Y en Madrid y en Paris, y en las islas, en sus calculadas visitas recorría calculadas calles y quedaba con calculados amigos. El resto del año realizaba calculadas llamadas, visitaba calculados sitios y coincidía con calculadas personas. Sin plantearse nada. Sabía lo que quería, y eso era lo que tenía que hacer para conseguirlo.

Durante algún tiempo, muy al principio, dudó en acercarse abiertamente a él. En seguirle de cerca mostrando indiferencia sin sentimiento delatador. Una manera paulatina de recuperarlo, mostrando ningún interés por su parte, pero estando a su lado, temiendo, de otro modo, caer en el olvido.

Pero su orgullo y la pérdida de contacto repentino le impidieron actuar así. Su compromiso era una forma de demostrarle que ella lo respetaba a él. Convencida de que, antes o después, él volvería a ella.

Sin embargo lo que empezó por una semana esperando que sonara un teléfono que conocía su número de memoria, se transformó en meses y años de espera. Sin rencor. Únicamente espera. Espera que hasta entonces nunca hubiera cuestionado por su infinita paciencia y su total convencimiento. Espera que había sabido llevar absorbiendo minutos de vida, de cultura, de fuerza, de energía, para que él, a su vuelta, estuviera orgulloso de ella. Espera volcada en un maravilloso reencuentro. Espera paciente, trabajosa, trabajada, tramada con disciplinada perfección, basada en días y días de fortaleza. Espera rechazando todo lo humano, ni siquiera llegando a la comparación puesto que no existía comparación que valida. No existía persona a su altura, ni a la altura de lo que ella, esperándole, se había convertido.

Estaba recostada en ese sofá marrón, con la mirada, por primera vez en tantos años, empapada de recuerdos lejanos. Se miró al espejo y vio una figura perfecta, una cara de 50 años cuidada, un busto recto y la imagen, a diferencia de las otras veces que había notado la fuerza de la proyección de su imagen, la hizo sollozar ahora en voz alta, como jamás se había escuchado.

Esa magia, esas casualidades y todo el encantamiento que había creado era imaginario y el tiempo había dejado plasmado que nada de eso era cierto. Nada de lo que le rodeaba era cierto. Todo había sido creado por una ilusión de lo que no existe por no estar ahí. Puede que exista en alguna parte del mundo, pero no junto a ella, y eso ya no merecía más espera. No merecía ni la espera de la primera semana. No podía entregar una vida a aquello que no había entregado ni una llamada, ni una carta ni una tarde para un último café.

Por primera vez se vino abajo. Y se encerró al mundo. Pasaron semanas y semanas y no contestó a ninguna llamada. No abrió ninguna puerta. Encerrada en su habitación con sábanas de seda permaneció sin cambiarlas meses cuando ella tenía que dormir cada noche con sábanas limpias… y de tanto llorar se le marcaron los ojos y se le secó la piel. Y de no comer más que algo de noche se le notaron los huesos de la cara, de la espalda, de las manos… Empezó a toser justo antes de empezar a delirar. A pasar calor y frío. A perder el color de la piel. A ser pellejo reseco a penas viviente.

Y nadie se preguntó porqué no respondía la número 1 de la sociedad madrileña a las llamadas, a las cartas, a la puerta… la máxima figura de las relaciones públicas… nadie se preocupó al no recibir la devolución de las llamadas perdidas, de las cartas, de las visitas...

Porque al fin y al cabo el mundo que había creado también era falso, como su interés por tantas amistades falsas, con conexiones falsas y alegrías falsas.

No se si se hubiese encerrado la primera semana sin aquella llamada llegara, lo hubiera superado… si lo hubiera pasado igual de mal, y tampoco hubiera aguantado más de 3 meses… puede que la fuerza que entonces tenía la hubiera llevado a levantarse de la cama al 4º mes. Pero probablemente firmaría por que hubiera terminado igual con 25 años menos de vida… siendo su único motor él…

Y así fue como la encontraron mucho tiempo después, un día forzando la cerradura de su casa, por el olor que desprendía su cuerpo inerte tendido en una cama mugrienta, demasiado grande para el peso que recogía. Y entonces, la noticia de su horrible muerte llenó la prensa de la capital. Y a su entierro asistieron todos sus amigos. Todas sus conexiones. Todos los contactos creados por ese disciplinado trabajo elaborado durante años. Y también asistió él. El motor de los últimos 25 años de su vida. Junto a su mujer, y a su hija de unos 20 años, una chica preciosa que llevaba el mismo nombre que la mujer que despedían bajo la lluvia…
2022 palabras
30 de septiembre 2007

El maestro

Cenaba con él todas las noches. Ya se había convertido en un ritual. En la mesa enorme de un castillo de la Loire en el que él había crecido. Cada rincón almacenaba miles de recuerdos y el ambiente unas risas de sus padres y hermanos. Tras muchos años viajando por todo el mundo había decidido volver. El abandonado castillo que tantos sueños había realizado necesitaba una ayuda, una limpieza, una caricia y una reforma. Y él se la debía. Por eso después de haber dedicado sin descansar su vida entera egoístamente a él, a crecer en sus sueños y sus ambiciones, a formar y reforzar su formación, después de haber dedicado una vida entera a la búsqueda de todo por todo el mundo, sintió que lo que realmente anhelaba eran esos años en el Castillo y lo que era él entonces. Por eso decidió regresar a él.

Trabajó en la restauración con los mejores arquitectos y los mejores artistas, las mejores mentes, los mejores paisajistas, los mejores decoradores y los mejores consejeros. Durante todo ese tiempo, incapaz de cesar esa búsqueda que anhelaba todo, analizó como siempre lo había hecho cada una de esas mentes prodigiosas,… que le decepcionaban por estar, en el fondo, vacías.

Tardó 5 años hasta quedarse completamente satisfecho con el resultado. Es Castillo ya no solo era lo que de niño le había parecido tan grande y misterioso a veces, sino que además era un resultado de la armonía perfecta de conservación y mejora. De antiguo y moderno, de las mejores manos y cabezas del mundo, especializadas en cada uno de los detalles que se había encaprichado realzar.

Y el último día, el ultimo, la conoció a ella. Apareció descalza, elegante y tan joven. Apareció del bosque, con un vestido blanco largo y un maletín en la mano derecha. Era la restauradora de los frescos de los salones que tanto habían estado esperando. La esperaban desde el primer día, era reconocida mundialmente y hasta ese día no había podido o querido, por eso de hacerse esperar un poco, aparecer por El Castillo para dar el toque maestro que ella era consciente que sabría dar… porque siempre lo hacía así.
Y todo lo que parecía apagado, antiguo y viejo, lo revivía. Y todo lo que parecía triste lo alegraba, y todo lo que parecía normal, lo elevaba hasta la exquisitez. Estuvo trabajando en el Castillo sola durante semanas y meses. Hasta conseguir lo que en ella era habitual. El último día se paseó habitación por habitación, satisfecha.
Lo que ya era perfección ella lo había realzado al nivel de las maravillas terrenales, y eso hizo que todas las corrientes artísticas del momento fueran a visitar el gran logro del Maestro.

Esa primera tarde, el Maestro la invitó a quedarse más tiempo. Le brillaban los ojos mientras recorría una y otra vez las habitaciones terminadas, y ella a su lado permanecía callada, sonriente, como durante todo el tiempo de trabajo. No se habían dirigido ni una palabra. Ella desde el primer día sabía lo que debía hacer, y el la dejaba hacerlo porque notó que entendía perfectamente lo que necesitaba su Castillo, ya perfecto para él… incapaz de imaginarse hasta que límites ella conseguiría potenciarlo.

Parecía ese niño pequeño que tantas veces había corrido por esas enormes salas. Estaba tan feliz que le pidió que se quedara a cenar con el. Esa noche. Para celebrarlo. Necesitaba celebrarlo con ella, por tan precioso que había sido su trabajo.

Y a partir de esa primera noche, dos copas de vino de Borgoña, de primero foie casero con ensalada y grosellas, y de segundo un pescado que, variaba según el día de la semana y el mercado…

Llevaban 30 años así. Ella asistiendo puntualmente a esas cenas, y el deleitándola de historias y de platos de pescado. No se llamaban de antemano ni al despedirse lo dejaban dicho. Simplemente los dos lo sabían. Ella a las ocho de la tarde llamaría a la puerta haciendo sonar 3 veces el picaporte, y el le abriría la puerta con su foulard doblado en el cuello, su sonrisa, y una música de jazz de fondo siempre distinta. Entonces el servicio abandonaba la casa y se quedaban solos los dos. Con su vino. Con su música. Con sus sonrisas. Con su voz.

Tres velas alumbraban sus caras, los platos y la parte de la mesa que ocupaban. El la presidía con su pelo blanco y su piel poco arrugada para su edad, y ella a su derecha, tal elegante y sonriente como el primer día que el le había pedido que se sentara allí.

Ella al principio únicamente disfrutaba las cenas en su compañía y en la de sus palabras, sus historias. Pero poco después de las primeras cenas, comprendió que eso no bastaba y que su memoria a largo plazo no era fiel a todos los pensamientos brillantes que ese hombre derrochaba en su presencia. Su memoria no era lo suficientemente perfecta para recordar la cantidad de cosas que él despertaba en ella, la cantidad de pensamientos que le hacía tener. Con mucho esfuerzo ella lo intentaba memorizar todo, para ella, para guardarlo como un tesoro, para recordarlo en un futuro, para poderlo disfrutar en las horas en su ausencia. Pero el tiempo era traicionero. Entonces ella pensaba que ya eran 2 en derrochar tantas palabras, tantas ideas, tanta precisión en los pensamientos. Tenía delante la persona más brillante que había conocido y que pensaba que debía existir. Hablaba y hablaba. Y no solo de música de filosofía de historia de geografía de literatura de arquitectura de política de astronomía de pintura de escultura de cine de fotografía,… también hablaba de su vida, de la de la gente que quería y de la que no quería tanto. Hablaba de sus sentimientos sobre tantas cosas a flor de piel, de su indiferencia, de sus proyectos y sus creaciones. Hablaba tan bien, y tan claro...

La primera noche tras terminar la restauración se quedó sin dormir hasta bien entrada la madrugada. Solo consiguió descansar cuando al fin se le ocurrió volver a presentarse esa misma tarde a la hora de la cena, y poder continuar el descubrimiento de esa alma. No concluir. Sus sentidos nunca se lo perdonarían. Necesitaba volver a oír esos distintos tonos de voz, esas canciones, esos dedos sobre el piano, y esos pensamientos tan lógicos que concluían ideas que destripaba con análisis tan exhaustos que no eran nada fácil de conseguir por el mundo…

Esa noche de insomnio solo lo había tenido al lado, abierto, 4 horas de un día. Y entonces decidió que la única manera de concebir el sueño, de descansar, era presentándose esa misma noche a las 20h00 a la puerta del Castillo…

Por eso cuando llamó por primera vez al picaporte del portal, y el le abrió sonriente con un “te esperaba”, sus piernas dejaron de temblar y su voz retomó la fuerza que había perdido a medida que se preparaba para su cita… y fue así como empezaron a sucederse esas cenas…

Lo que el le aportaba no se lo había conseguido aportar nadie. A pesar de tener gente para todo. Gente para tratar cada uno de los temas que le interesaban a ella. Para tratar la música, el baile y la moda. Para tratar la pintura y el avance tecnológico. Para tratar la ciencia o el arte. Pero nadie lo exponía como él. Nadie decoraba sus narraciones como él cuando las quería decorar… y nadie conseguía darles suspense como él cuando la quería interesar. Nadie analizaba las cosas tanto. Nadie iba en la dirección tan correcta, encauzada por todos lo puntos de vista posibles.

Pero a medida que pasaron las noches y que las disfrutaba ella notaba que se volvía con una sensación de frustración en el cuerpo. Las doce sonaban rápido y entonces todo terminaba, el sueño desaparecía y todo se desencantaba. No poder seguir hablando hasta que se hiciera de día… ella era incapaz de proponérselo. El le regalaba esas 4 horas. Ni una más. No tenía derecho ella a exigirle ni una más. Eran 4 horas de la vida de una persona tan excepcional que ya se consideraba una elegida, por ser ella la única que cenaba con él. Por ser ella la única que el quería tener al lado todas las noches de la semana, todas las semanas del año. Todos los años que le quedaban de vida.

Fue al cabo de un mes cuando se decidió. Y con la disciplina más exigente, después de cada una de las cenas, ya en su casa, a la luz de una vela y con una pluma de tinta negra, empezó a escribirlo todo. Todo lo que él le contaba, todo lo que él le transmitía. Y llegaba a su casa después de esas cenas llena de ideas, de actividad de creatividad. Y entonces pasaba la noche entera relatando las 4 horas, recordando con un orden exquisito el sentido exacto de las conversaciones y de las ideas del Maestro. Recordaba como se mezclaban los olores con las historias, como asociaba sutilmente las ideas del mundo y sus ideas. Como jugaba con las palabras, con las rimas. Con las frases y con los idiomas. Como entonaba la música y como cambiaba la voz. Como relataba sus guerras. Como le preguntaba todo lo que ella desconocía y como se volcaba para enseñárselo. Como le pedía su opinión para luego opinar él de todas las formas opinables.

Entendió entonces la frustración de las semanas pasadas. Toda la actividad que el le transmitía la tenía que encauzar. La tenía que utilizar, que exteriorizar. La tenía que direccional hacia algo productivo, algo grande, algo a la altura del Maestro.

Al principio sus resúmenes de las veladas se reducían a eso, simples resúmenes perfectamente concretados, a las historias que había contado… pero a partir del 3º día esos resúmenes se convirtieron en horas y horas de recuerdos perfectamente elaborados, como si se tratara de una grabadora de las ideas del Maestro, de las comparaciones, de las rimas y de las sutiles ironías. Se convertían en asociaciones suyas, en ideas desarrolladas, en pensamientos… Se quedaba escribiendo hasta el día siguiente. A veces hasta la hora de comer. A veces incluso ocurría que enlazaba con la siguiente cena, cuando tocaban un tema más interesante, porque como todas las cosas, cada una de sus conversaciones tenían su propia intensidad. Esos días en los que narraba, plasmaba y desarrollaba esas ideas intensas le faltaban horas de día, horas de sueño… una vida, una persona expuesta en rigurosos fragmentos de 4 horas,
Con el tiempo la intensidad fue creciendo. O puede que su recepción. Puede que sus sentidos hicieran que las conversaciones se intensificaran tanto como para no tener tiempo ni para dormir ni para comer, y únicamente escribir todo cuanto esas noches le transmitían…