martes, 15 de diciembre de 2009

Ilusión 277

No fue su boca, ni su forma de besar. Ni su pelo rojizo enmarañado. Ni sus habilidosas manos. Ni su forma de abrazar. No fue el desplazamiento, de su cuerpo, en esa habitación suplicante al tiempo. No fue su aliento en mi cara, ni su forma de bailar sobre mi piel mojada. No fue hasta donde me iba elevando. No fueron sus ojos, vistos de tan cerca, como los que pudiera tener un gato cazando. No fueron sus palabras. Ni su suave piel. Ni su voz aterciopelada. Ni sus formas ni sus fondos. Ni su espalda. Ni sus hombros, ni sus brazos, abiertos,… siempre abiertos sobre mi. No. No fue hacerme volar. No fue solo hacerme volar. No fue su forma de cantar. No fue solo su forma de cantar. Ni la que siempre tuvo, tan y tan sexual de bailar… Ni su mar. Ni todo lo que, poco a poco, se abría en lo que rodeaba… Como puedo explicarte lo que fue… Fue todo eso y fue mucho más… todo lo que, en cuestión de simples segundos, era capaz de dar. Era capaz de volcar.
Marcaje. Eso es lo que fue. Fue marcaje.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ilusión 223

UN PRELUDIO, SEÑORES.

“Uno, busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños, prometieron a sus ansias” es no obstante genial. La imagen de ese camino, que los sueños prometieron a sus ansias, es la imagen del mejor posible de todos los mejores destinos posibles… “sabe, que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra, por la fe que lo empecina”… Vuelve a ser genial. Sabe que la lucha es cruel. Que es mucha. Pero lucha, y se desangra por esa fe que lo empecina. Lo encandila estando dispuesto a todo, estando dispuesto a más…

Evidentemente, de Enrique Santos Discepolo. Dicen que es un Tango. Si Señores. Un Tango. Aunque tiene todo el timbre elegíaco de ellos, no lo clasificaría tampoco como tal… Sin embargo.. ¿qué es Tango Señores?… ahí está el Grande de entre los Grandes… el Magnífico Piazzolla… Y, ya que estamos, juguemos con las palabras, Señores, juguemos… ¿Y cómo sigue después “Uno”…?: "Uno, va arrastrándose entre espinas y en su afán de dar su amor, sufre y se destroza hasta entender, que uno se ha quedao sin corazón...Precio de castigo que uno entrega por un beso que no llega a un amor que lo engañó...Vacío ya de amar y de llorar… tanta traición…"

lunes, 12 de octubre de 2009

Ilusión 179

Y un día leí en Malena es nombre de tango… “ De qué me voy a quejar, si perdí a Jaime es porque un día lo tuve. No, no cambiaría eso. Porque yo tuve suerte, mucha suerte, y si mi caída fue brutal, si me hice tanto daño, fue porque cuando me estrellé contra el suelo venía de muy arriba. De muy muy arriba”…

Está claro que, analizando la caída de Malena, se trata de esas caídas antes de llegar a la cima, pues desde la cima ya no te caes. Y durante la ascensión, una subida increíble, en la que la descarga de adrenalina te exalta, la belleza del paisaje te ciega, el aire tan puro te asfixia, y la imagen de la meta provoca que absolutamente todo, todo, sea la mejor predisposición.

Y la cima te la imaginas tu propio paraíso. Nunca el que te regalaría un tercero que no te conoce y, por lo tanto, no acierta… No. Te lo imaginas al milímetro a tus mayores ansias, a tus mejores sueños, a aquello que ni siquiera te atreviste a soñar. Incluso a parte de un mundo ajeno que quieres hacer propio pues, cuando te enamora algo, también te enamora su entorno, y su acceso a él…

Si levantas la vista, entre arroyos y valles, lagos y bosques, cabañas y colores, la cima se encuentra tan alta que se pierde entre las nubes que la rodean, a pesar de aquel cerúleo cielo, que te transmite con tranquilas palabras que claro que debes subir hasta ahí… cueste lo que cueste. A pesar de un todo. A pesar de un contra todo. Que más da lo que se complique el trayecto. Pues siempre se ve fácil cuando se sabe lo que se quiere… y yo… voy siempre con flecha… y se lo que quiero. Desde siempre lo supe… No puedes imaginarte la seguridad que eso da.

Abro los ojos… caigo de nuevo en la realidad, tengo el libro en las manos y sigo leyendo… Hace muy poco que he conseguido volver a leer… es como si aprendiera a andar. Y así resulta que leo poco a poco, porque mi mente se despista. Cada poco tiempo de lectura se despista. Y va a ese monotema. A esa alegórica cima increíble, idolatrada, ansiada, deseada, principio y fin que hasta hace muy poco, me había impedido hacer cualquier otra cosa que no se tratara pensar en ella… Hoy, tras mucho esfuerzo y la misma predisposición, consigo, concentrarme algo y a trozos leer… no mucho tiempo ha, eso me era imposible…

Preferiría que me regalaras un libro, o un plumier de madera...-Escúchame, Malena. Ya me he dado cuenta de que no te hace mucha ilusión, pero sin embargo este diario te puede ser útil. Escribe en él. Escribe sobre las peores cosas que te pasen, esas tan horribles que no se las puedes contar a nadie, y escribe sobre las mejores, esas tan maravillosas que nadie las comprendería si se las contaras, y cuando sientas que no puedes más, que no vas a aguantar, que sólo te queda morirte o quemar la casa, no se lo digas a nadie, cuéntalo aquí y volverás a respirar antes de lo que te piensas, hazme caso”

Cuantas veces he temido contar a terceros eso que he sentido… convencida de que jamás ellos lo podrían llegar a sentir pues, adoptan la vida en su vertiente cómoda, segura, estable, dócil… como si se tratara de niños que han asumido el ser educados para no tener ninguna inquietud más… He temido expresar hasta donde he amado, y hasta donde me han amado… para no dañar al que esa sensación no ha conocido. No ha vivido. No ha sufrido. No ha sentido. He escondido la ilusión de mis ojos, para no dañar a aquel de mirada calmada, que ya no tenía motivo de ilusionarse, pues la rutina habría invadido cualquier atisbo de ilusión…

Odiosa soberbia… cada uno es como es. Y es admirable la estabilidad. La inicial, o la de después de la tempestad, particular, de cada uno… pues cada uno tiene su tempestad.

Hace ya algún tiempo que dije que era difícil que algo me desilusionara… hace más tiempo aún que lo asumí. Más adelante, bastante adelante, lo pude exteriorizar. No es cuestión de despecho… o si es cuestión de despecho… el caso es que es cierto que ya nada me pueda desilusionar...(… ¿será eso el colmo de la desilusión…?)

"Y no tengas miedo, porque tampoco va a pasar nada. Nunca pasa nada [...]Mírame, Malena, y escúchame. He vivido casi medio siglo, he pasado por tragos mucho peores, y he aprendido que sólo cuentan dos cosas. Una, y esto es lo más importante, que nadie te va a poder quitar en tu vida lo que has bailado ya. Y dos, que a pesar de las apariencias, no pasa nada. Nadie mata a nadie, nadie se suicida, nadie se muere de pena y nadie llora más de tres días seguidos…”

Y sin embargo… cuando llega el final del final… cuando ya ni siquiera puedes ponerle al punto final los puntos suspensivos… cuando no te importa demostrar esa dureza a pesar de seguir amando… cuando en el fondo necesitas demostrarla para enfrentarte al desdén, al desprecio, a ti mismo…

Tras los dos meses en blanco… demostrarte a ti. Demostrar a mí… ¿Demostrar a quien más…? ¿Demostrar para qué…? De que sirve ser el más fuerte de los fuertes para que, la próxima vez, si es que existe una próxima vez, la coraza que haya que abrir, dañe tanto a ti, tanto a él… Y si. Si. Prueba superada… has superado ese sueño parecido al amor… Has aguantado. Cuando has tambaleado, no lo has demostrado. Cuando querías gritar. No has gritado… Y cuando ya no podías mas, en un estado de ánimo veleidoso, cualquier subterfugio para dirigir tu debilidad servía, por muy humillante que fuera para un ego dolido, con tal de que él no viera tu debilidad… cualquier escapatoria servía. Con tal de resurgir, a sus ojos, capaz de seguir. De seguir sin que se vea más que fuerza y felicidad. Y todo se resume al suicidio de un sentimiento. Un sentimiento nacido no se porqué, pero de entre los mejores sentimientos. De entre los más bellos parajes. Con las mejores fragancias y candelas. Las mejores sonrisas. Los más bellos recuerdos de una vida. Las más increíbles ilusiones. Algo mágico que llega como un regalo… envolvente de asaz hedonismo. Como una explicación de todo, un principio de todo. Como el camino que siempre buscaste, la meta que siempre quisiste conseguir, que, sorpresa, te llevará a aquella otra meta, y a aquella otra más,… todas tan y tan altas… creando un sinfín de ellas, motor de inquietudes, sin suficientes pulmones para aspirar tanta y tanta vida…

Se que, tras algo así, puedo estar dos meses en silencio. Se que puedo matar lo que siento creyendo lo que me propongo creer… Creerme fuerte me hace fuerte. Lo odio.

Se que puedo vivir con alguien sin dirigirle la palabra, durante un día, dos, una semana, un mes, un año, dos años… y sobrevivir, con mi coraza. Asusta. Me asusto… Se que además, puedo hacer creer que soy feliz. Incluso despertar envidias ajenas por tanta felicidad… Lo odio.

Y luego que… una vez que eso se ha matado. Que, conscientemente, lo has tapiado para que deje de molestar. Para que deje de incidir de forma punzante en el camino que has trazado de forma laboriosa y consciente, y que al fin y al cabo se llama tu felicidad… Dime de que sirve… creerte capaz de conseguir poder matar todo lo bueno. De que sirve creerte capaz de algo así. De que sirve proponértelo, conseguirlo, sobrevivir… De que sirve no dejarte morir… si tu camino significa olvidar todo aquello que te hizo temblar. Te lanzó al cielo. Te enseñó a volar…

Recuerdo cuando me contaban…
“Hace más de un año que la he dejado… y sigue, de vez en cuando, alguna tarde más difícil, llamándome, llorando, diciendo que no puede vivir sin mi… y yo pienso… un poco de orgullo coño… ya no hay vuelta atrás después de lo ocurrido… un poco de orgullo joder, tiene que aprender a …” Y yo argüía: “A qué tiene que aprender… ¿a fingir? A no decirte a ti, que lo has sido todo para ella, a no decirte a ti lo mal que está… Evidentemente no te merece… el problema es que todavía no se da cuenta, pero se dará cuenta, en breve, que no te merece… ojala nadie me hubiera nunca enseñado a fingir…”

Esa pureza… ese estado en su puridad que muestra a flor de piel los sentimientos, sin esconderlos, sin luchar contra ellos… cuando ya no se puede luchar… cuando son los sentimientos los que te derrotan. Y más lucha significará matarlos. Y por lo tanto, suicidar mucho de ti…

Y es que en este mundo no son las personas las que derrotan. Deberían ser palabras prohibidas, no se debería hablar, refiriéndose a las personas de derrota, de fuerte, de débil, de orgullo, de ego, de mediocridad… para tratar este tema. Y no comparar. Y no encasillar. Y hablar exclusivamente de un tú. Y de un yo. Y de un hacer lo que haya que hacer para que sea para siempre. A pesar de todo. A pesar del otro tú. A pesar del otro yo. A pesar del resto del mundo, que no dejará de girar. En aquella forma que diablos quiera que sea. Mañana podemos dejar de estar aquí, y, no haber dicho nada.

“De nada –contesté–. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro.
—¿Tú comes vísceras?
Se echó a reír y encogió los hombros antes de contestarme.
—¿Por qué quieres saber eso?
—Es un secreto. ¿Comes o no comes?
—¿Callos, riñones, sesos y cosas así? –preguntó, yo asentí con la cabeza–. Sí, claro que como. Me gustan mucho, sobre todo el hígado encebollado, los riñones de ternera y las mollejas.
—Lo sabía –murmuré.
—¿Qué?
—No, nada.
—¿Otra vez nada?
—Sí... ¿Puedo pedirte un favor? –me levanté, cogí el vaso de la mesa, y le miré. Él asintió con la cabeza. Intentaba disimularlo, pero estaba muerto de risa–. Déjame tumbarme en el diván.
—Pero ¿por qué? –estalló por fin, en largas carcajadas nerviosas–. Si eso está pasadísimo de moda.
—Ya, pero me hace ilusión.
Sin dejar de reírse, movió afirmativamente la cabeza.
—¿Y qué me vas a contar ahora?
Su voz sonó desde un lugar muy cercano, situado justo detrás de mi nuca, y me giré perezosamente sobre un costado para encontrarle precisamente donde suponía, sentado en una silla.
—¿Qué haces ahí?
—Ah, ésas son las reglas del juego. Si tú te tumbas en el diván, yo me tengo que sentar aquí.
—Pero entonces –sonreí–, tú me ves a mí y yo no te veo a ti.
—De eso se trata –bajó el volumen para cambiar de tono–. Y te advierto que luego te tendré que cobrar.
—¿Sí? –pregunté, estirándome para verle la cara.
—Desde luego. Es la tradición. La escuela clásica se muestra rigurosamente inflexible en ese punto –y fingió que se ponía serio antes de sonreír–. Me puedes pagar en vísceras.
—Muy bien –reí–, acepto.
Entonces me tendí nuevamente de espaldas y empecé a hablar, y hablé durante mucho tiempo, más de una hora, tal vez dos, casi siempre en solitario, a veces con él, y le conté cosas que jamás le había contado a nadie, vertí en sus oídos todos los secretos que me habían atormentado durante años, verdades atroces que se disolvían como por ensalmo en la punta de mi lengua, estallando en el aire como una burbuja vana, aire relleno de aire, y me sentía cada vez más ágil, más ligera, y mientras hablaba, desprendí mis zapatos del talón y jugué a balancearlos con los dedos de mis pies, levantando sucesivamente las piernas para mirármelas, doblando las rodillas, volviéndolas a estirar, uno se me cayó y no lo recogí, el otro permaneció en precario equilibrio sobre mi empeine, y el tejido de las medias empezó a molestarme, pero era una sensación casi agradable, cálida, hasta divertida, me gustaban mis piernas y no quería ver arrugas sobre ellas, así que fui estirando el tejido con los dedos, muy suavemente, de arriba abajo, y a la inversa, ahora un muslo, luego el otro, y a veces me daba cuenta de que aquélla era una actitud demasiado frívola para un discurso tan serio como el mío, y decidía estarme quieta un rato, pero me giraba un poco para mirarle y él me sonreía con los ojos, y las piernas se me levantaban solas, y las arrugas de las medias tentaban irresistiblemente a mis dedos, y volvía a estirármelas sin dejar de hablar, levantándolas por orden, primero la izquierda, luego la derecha, juntándolas un instante en el aire para separarlas luego, cambiándome de pie el zapato que conservaba hasta que ya no me quedó ninguna cosa terrible que contar.
—Por eso maldije a mi hermana –dije al final–. Sé que parece ridículo, pero en aquel momento, yo sentí que tenía que hacerlo.
Esperaba escucharle, pero todavía no dijo nada. Entonces me incorporé sobre el diván y le miré, y encontré su mirada, honda y concentrada, los ojos agrandándose en el trance de mirarme.
—La maldición es el sexo, Malena –dijo, muy despacio–. No existe otra cosa, nunca ha existido y nunca existirá.”

martes, 3 de marzo de 2009

Ilusión 82

Y podría despertarme entre sábanas blancas. Limpias. A tu lado. Sabiendo que no has estado durmiendo bien. Habiéndo notado tu cálido cuerpo inquieto dando vueltas, cambiando de posición durante toda la noche. Pronto. Teniendo todo el día por delante.

Podría ser en la habitación del ventanal de la preciosa casa decorada a conciencia, que da a una enorme playa de arena blanca y mar azul. Podría ser Formentera. Podría ser. Podríamos desayunar en nuestra terraza preferida, soleada y junto al inmenso mar. Y entonces me confirmarías que no has dormido nada en toda la noche. Y que me has observado. Me hablarías de lo lento que respiro mientras duermo. Muy profundo. Tan profundo que me consigo relajar tanto que prolongo las expiraciones de forma suave, durante mucho tiempo. Entonces yo te contestaría que yo si que he dormido bien. Relajada. A tu lado. Que seguramente Podría haber recuperado esa energía que desprendía tu cuerpecito tan inquieto de día, y hoy, tan inquieto de noche. Y me sonreirías. Podría pasarme la mañana entre estos periódicos y estas conversaciones. Que empiezarían por mi respiración y continúarían por todo lo demás.

Y mañana sería lunes. Podríamos despertarnos de la misma forma. Con algo menos de tiempo, porque iríamos a trabajar. Pero madrugaríamos, eso seguro. Pues no se nos da muy bien el dormir. Y entonces sería el día el que nos daría la bienvenida a ti, a mi, al despertarle con nuestra luz. Intensa. Única porque interpreto que es única desde el primer día que te vi, y que me acerqué a ti. Y podríamos pasar asi mañanas y mañanas. Volcando luz. Puede que yo más inmersa en esas horas que tanto disfruto, haciendo cualquiera de mis cosas. Puede que tú, algo más distante, en esas horas que disfrutas, haciendo cualquier cosa de tus cosas.

Y puede que entonces nos las arreglaramos para, una vez a la semana, tomarnos la tarde libre y ver la puesta del sol. Aunque el sol receloso para guardarnos a su lado tardara en ponerse asi como dos horas. Y puede que entonces invirtiéramos todo ese tiempo en crear arte, con sombras, con piedras. Y seguramente, porque eso no se nos da nada mal, las horas nos pasarían volando hablando de música, de arte, de cine, de libros, y hablando de cualquier cosa de nuestras cosas. Cualquier cosa de las cosas del mundo. Cualquier cosa de tu mundo Norte. De cualquier cosa de mi mundo Sur.

Podríamos despertarnos asi todos los días hasta ese siempre que a ti no te gusta. Y podríamos ir al cine con tal de esa tarde darnos el capricho de, en una apretada agenda cargada por el diablo, comentar luego todas esas infinitas cosas por detrás de la imagen principal que “ el resto de la gente” parece no ver. Y podríamos viajar y emocionarnos planificándolo. Y podríamos ir a cenar por todos los restaurantes buenos dando nuestra propia vuelta al mundo. Podríamos ir a la ópera. Podríamos incluso filmar. Y yo te tocaría el piano alguna noche. Incluso alguna mañana te despertaría con ese sonido, solamente para oirte cantar. Y te despertaría leyendo. Y bailando. Porque no sabes que yo, por las mañanas, suelo bailar…

Y puede que con el paso del tiempo parecieras volverte más distante. Y puede que con el paso del tiempo pareciera volverme más solitaria. Puede que con el paso del tiempo pareciera que todo se relajara. Cuando en realidad todo se asentaría pues es imposible vivir cada segundo, hasta aquel siempre que yo tanto repito, con esta intensidad… Y puede que por turnos activáramos. Nos sorprendiéramos. A veces tanto tú. A veces yo más.


Y podrían ser tantas más cosas… que me cuesta bastante más de 4 horas volver a reaccionar…

Un abrazo,

miércoles, 14 de enero de 2009

Ilusión 113

Toda la casa duerme. Duerme toda la ciudad. Me siento invencible, hoy, para conseguirlo. Para encontrarte. Tengo en las dos manos una taza hirviendo de café. Lo noto recorrer mi pecho y como me invade, me encanta. Se nota el vaho condensado en la ventana porque fuera debe hacer un frío espantoso. Y esa humedad…

Tengo encendida la lámpara del sofá más cómodo que creo que exista. Mi espalda apoyada en el respaldo, se acomoda. Si. Estoy preparada. Para conseguirte. Tú, tan ansiada. Tan necesaria en mis días. En mi vida. En esta locura que se transforma en tormento y agonía sin solución. Hoy he amanecido antes, para recibir el día resuelta a conquistarte. A lograrte. A tenerte hasta el último día de mis días.

Noto que mis poros están abiertos. Por un laborioso trabajo. O por un claro instinto de supervivencia. Hoy te buscan y emanan mis fragancias, mil partículas químicas para atraerte hacia aquí. Para hacerte mía. Todo es predisposición. Todo lo he ambientado. Y he elaborado un decorado y creado un microclima, para encontrarte al fin. Hoy, estoy tan decidida. Quiero que ocurra a través de mi ferviente deseo. De mi tenacidad. A través del dolor de mis días pasados que me repite que desde en ciernes, nada tiene sentido.

Abro mi libro. Relajo mi cuello y mi espalda, y de nuevo, bebo café. Hoy estoy preparada para recibirte, Vida. Consiguiendo el milagro de olvidar su olor. De olvidar su voz. Olvidarla toda ella. De olvidar su peso. Preparada para olvidar el color de sus brillantes ojos, de su pelo, de su forma de fumar, de su forma tan y tan sexual de bailar…

El primer cliente del año


Entra en mi oficina el primer cliente del año…

- Buenos días… esto que tenéis en la ventana, ¿son casas para alquilar?

A lo que, manteniéndolo en el oído, pero apartándose el auricular de la boca, responde S, la más leal de las escuderas del Reino Torres, con su mayor sonrisa y mano izquierda, para dar una explicación a la vez que busca la complicidad del cliente:

- No, no son casas para alquilar. Son Citas.

- Ah… - dice el primer cliente del año…- dirigiéndose a A, otra escudera, recién integrada en el escuadrón de defensa del fuerte, que observa muy atenta - bueno… es que yo tengo un restaurante que querría poner en alquiler y quisiera que lo expusieran porque…

- No, no… - Contesta A - es que lo que tenemos expuesto, sabe Usted, son Citas. – Argumentándolo con su mejor voluntad, pero con un tono más parecido a: “ a ver, que parte de la palabra Citas no entiendes..., que son frases, frases para que te las leas, y te vayas a tu casa a reflexionar. Reflexionar chaval. Que no te vendrá mal con la cara de zoquete que tienes…”

Y yo, todo esto lo observaba desde el despacho… Sonriendo. Ya nos podemos poner a vender pases para la luna que las niñas se entregarán a fondo para defendernos. Asumirán e interiorizarán la idea a capa y espada como hicieran valientes generales ctorresianos en la batalla de un día a día, en el fondo divertido. Se que les divierte porque me lo recuerdan cuando, sin razón alguna, se ponen a bailar con la música del despacho…

Debo cambiar la vitrina, que ya ha pasado la Navidad.

Ilusión 112

Esta mañana es mañana de Reyes. Se que soy incapaz de llorar, pues hace hoy mucho, mucho tiempo que no lloro… y sin embargo tengo unas ganas tremendas… Odio sentir esta dependencia. Sentir lo que siento cuando, al abrir los ojos hoy, lo primero que he hecho, ha sido pensar en ti. Lo mismo que hice ayer al dormirme. Pensar en ti y en ti. Y sin embargo tú… tú quién sabe lo que estarás pensando…

Mi memoria a veces demasiado exquisita me recuerda hoy otras mañanas de Reyes. Me recuerda otras noches de Reyes. Otras noches de rondas como la de anoche. Mi memoria a veces tan exquisita me hace ser hoy conscientemente que la tuya no es la única historia. Me hace ser consciente de que mi vida, la que estoy trazando con una colección histórica de noche de Reyes, tiene hoy ya mucho por contar. Contar historias que voy dejando, poco a poco, y la vez de golpe, irremediablemente atrás.

Pero volviendo no al futuro houxleiano, sino al hoy, hoy que vuelvo a despertarme con una única sensación de felicidad si te tengo en la planificación de mi día. Hoy que temo volver a ser de alguna forma lo débil que no quiero ser. Hoy que el sol puede salir en segundos y acto seguido tronar transformándose mi día en el peor de los días,… en el mejor de ellos… y todo independientemente de mi… Bueno, pues hoy, quiero afrontarte. Hoy te quiero abrazar sin soltarte. Hoy quiero zafarme, definitivamente, de ti. Hoy quiero que seas completamente mía.

Hoy miro a mi alrededor. Algo busco. Yo, 100 % autosuficiente. Yo, que estoy acostumbrada a dormir con mi único cuerpo. Acostumbrada a mi único peso, tan amado por no obligarlo a compartir otro peso. Acostumbrada a deleitar cada segundo de mi soledad, tan ansiada en el pasado, tan imposible en lo que ahora parece ser otra vida. Hoy que protejo mi cuerpo, tan admirable y endurecido tras compartir con quien no quiso compartir. Tan delicado por ser el reflejo completo de mi. Hoy, vuelvo a mirar a mi alrededor tras esta noche de Reyes. Hoy te busco. Porque un día, y no hace mucho, un día estuviste aquí.

Y porque con desatino por la energía que requieren de mi mis días, me transformo en perezosa por algo externo a mi. Y porque en mi solipsismo hay un intruso que lleva tu nombre, tu cara y tu cuerpo. Que no me permite apartarte de mis minutos ni de la importancia de mis días. Haciéndome soñar en cada momento inapropiado. Haciéndome dudar en cada momento inapropiado. Haciéndome reír, haciéndome vagar, imaginar, dibujar, viajar, rabiar, y penar, todo, en momentos inapropiados… Has entrado en mis circunstancias sin ni siquiera ser mía. Y entre desbarre de sentimientos, de balanzas imposibles entre pasión y circunspección, escusando esta tremenda intensidad con efugios y subterfugios de la única forma que se, que Eros calificaría de irrisoria, cuando tú ya has expugnado todo mi cuerpo, toda mi alma, toda mi piel, de la manera más irreverente, de la manera más cruel, de la mejor de las maneras, llevándome al cielo, apareciendo etérea, y despeñándome contra la flamboyante irrealidad… cuando todo se acaba, cuando vuelves allí. Al Universo de tus días. Al tormento de mis noches.

Es entonces cuando, frente a mi raciocinio que me dice que debo afrontarte, y encontrar la única solución erigiendo una estrategia para huir y dejar de dañar, es mi insaciante sed de tu cicuta la que le expone a mi fuerza de voluntad, con sus mismas palabras de sensatez trabajada durante años, que cualquier jirón que quede después del tórrido vodevil que se aproxima y muy a pesar de la tergiversación truculenta de terceros, será el mejor de los recuerdos de mi vida, y que todo, absolutamente todo, valdrá la pena…

Es así como caen rendidas mi lógica y mi coherencia, postradas a los pies de una divinidad que aparece con tu cuerpo.

Y a pesar del amasijo en el que has convertido mis minutos, te veo y me devuelves la paz. Y a tu presencia que enardece mi pulso cual mejor arenga expresada en silencio, le sumas el regalo de tu sonrisa sincera. Y olvido todo mi sufrimiento, mi sinvivir. Y mi desplazamiento vuelve a reconocer tu pulso, aceptando cualquier ardid para llegar directa a ti y a cuanto forma tu mundo que me dejas sutilmente rezumar entre fragancias, músicas, deleites y candelas.

Es también entonces cuando no se si son pensamientos propios o los tuyos los que profeso. Si veo tu piel cuando toco mi piel. Si veo en tu rostro una estela de mi rostro. Si emulo con mis gestos, toda tu forma de ser. Si cuando pienso mucho en ti, tu mágica recepción lo sentirá en cada uno de tus poros. Consciente de que esta fuerte simbiosis hace que pienses en mi cuando así lo deseo, me aterre el sufrimiento que te aterra y agonices al igual que yo, por mi vacío en tu espacio vacuo de mi, cuando en días me tuviste cerca… recordando los clisés tan nuestros a pesar de nuestra corta historia, y ajenos al resto del mundo, ciego, experimentando una anhedonia tan incomprensible para nuestro sentir.

Y sin mayores exordios, te veo, y sonrío. Y quiero más de ti. Sin que esta inmensa afirmación tenga un límite final. Sin que me hayas dado pie a ello. Tratando con desdén a mi raciocinio, y elevando al Olimpo del conocimiento las libidinosas ganas que tengo de ti. Borrando de un plumazo mi anterior exasperación por compartirte. Mi furibundo ánimo por esperarte sin obtener más que vagarosos silencios a medida que pasan los minutos y las horas de unos portentosos días por cuanto pueden ser infierno o de asaz hedonismo. Con una distimia ajena a mi. Con excéntrica reactividad a cada una de tus acciones, de tus palabras, de tus apariciones. Todas con alas, pues como te dije, solo te falta volar.

Más esta pluma, a esta altura, escribe para afrontarte. Y estratégicamente, ser capaz de marchar de ti. Tú que tienes otro. Tu, que en el fondo, únicamente me mantienes o me buscas como distracción, como capricho asertivo a tu fútil sentimiento, creyéndome revulsorio de tu histórica fascia llamada, pongamos, K. Tú, que haciendo apología de mi asertividad, abanderada de mi filantropía me defiendes ante quién dañamos, en realidad no creas más que una fantasía que percibo cuan más maravillosa historia que jamás me sucedió… Dibujándose como una alegoría, de lo que ocurre día tras día, persona tras persona, lo que a ti misma un día te ocurrió con quién ahora azoras al pronunciar mi nombre…

Resueltamente, solucionaré este lance. Sin ti. A pesar de ti. Para sobrevivirte. Pienso que mucho de todo esto es unilateral. Que la preocupación en la que se han convertido mis días no ocupa en tu cabeza ni segundos. Aunque al mirarme me llenes de puro O2. Aunque al abrazarme me hayas hecho tocar el cielo.

Pero no es sano que todo lo resumas, de repente, tú. Debo apartarte. Aunque no pueda soportar el peso de tu avizorar en mi nuca. Aunque sea incapaz de atisbarte sin que me deslumbre el color de tu piel. Aunque deba apelar a la actuación, a la soflamación de mis sentimientos, al tedio. Aunque deba amortajar y estrujar mi corazón para que deje de latir al verte, deje de sentir, convertirme en un ente páramo, cafre y cerril. Quedando solo la parte incisiva de lo que fui. Poniendo un oscuro redil a nuestra empática y fácil interacción por cuanto somos, en nuestra inmanente sustancia, parecido, inherente atracción, cuando estamos, cuando somos y siento que nos elevamos hacia un edén que nos espera, chafarrinándome unos sesos en los que hoy en día solo figuras tú por doquier, como principio y fin, duda y solución, para convertirlos en pirróneos a la hora de volver a ver tu figura, a la hora de reconocerte, a la hora de interpretar la sensación que, ineludiblemente, tendrán.

Soy consciente que para todo ello, te debo querer olvidar. Debo tener la fiel convicción de que será por mi bien. Y por el nuestro. Debo dejar de encontrar soluciones en lo que me sugestiona cada milímetro de tu cuerpo. Debo dejar de recelar de ti en cada minuto que pasa y no se lo que haces. Debo dejar de relamer mis heridas pensando en ti. Y evitar que tu recuerdo sea pretexto para dejar de producir, de sentir otros sentires, y de comparar con una prejuzgada insipidez.


Esta mañana es mañana de Reyes. Se que soy incapaz de llorar, pues hace hoy mucho, mucho tiempo que no lloro… y sin embargo tengo unas ganas tremendas… Odio sentir esta dependencia. Sentir lo que siento cuando, al abrir los ojos hoy, lo primero que he hecho, ha sido pensar en ti. Lo mismo que hice ayer al dormirme. Pensar en ti y en ti. Y sin embargo tú… tú quién sabe lo que estarás pensando…

Mi memoria a veces demasiado exquisita me recordará todo lo que sentí por ti. Lo que sentí por ti hoy, en una noche de Reyes… sumando a mi colección la historia de hoy, la que hoy creo más grande que - nunca y siempre - podré sentir.