lunes, 9 de diciembre de 2013

Vuela esta canción, para tí, Júlia.

Si alguna vez AMÉ...
si algún día después de amar, AMÉ,
fue por tu amor, Júlia,
pequeña Júlia..."

A lo Pedro Salinas

No hemos hecho el amor, pero te debo un puñado de versos.
Quiero decir, que te debo
unas horas de otoño.
Una intima conversación,
un café expresso.
Unas gotas de magia,
cierta dosis de sueños,
y el sabor de unos besos.
Imaginarios.

Hubiese podido ser distinto
¿Hubiese podido ser distinto?

Hubieses podido doler.
Hubieses podido doler y dictarme cada una de las palabras para un libro entero.
Si. Hubieses podido doler. Y entonces hubiese podido ver tu cuerpo desnudo.
Sentir ese miedo a perderte. Justo antes de tenerte, como nunca nadie te tuvo.
Justo antes del abismo de besar tu labio.
Sentir el estremecer de mi cuerpo entero, al simple rozar de tu mano.
Lamer tus lágrimas y beber de tu piel.
Hubiese podido extraer tu miel.
Y entonces me hubieses enseñado a Creer
en todo aquello que ya no creo.

Pero no ha ocurrido así. Y, al igual que Pedro,
Estaría contenta de deberte estos maltrechos versos.
"Estaría contenta si no supiese yo
que escribir un poema es un acto cobarde,
Un pretexto irrisorio de gente inadaptada,
De cuerpos de mentira,
Cambiando por estrofas el calor de unas manos,
O el dulce fogonazo de unos ojos
Por la gloria marchita de unos juegos de flores"
 
O por la gloria marchita, de cualquier otro sinsentido.
 
No hemos hecho el amor, pero te debo un puñado de versos.
Ahora cierra los ojos.
E imagina cómo podría haber sido.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Ilusión 42.200


Sus letras no entretienen. No.
Sus letras sacuden. Golpean. Irritan. Abrasan.
De esa forma, seducen.
Para siempre, enganchan.
Lo siento.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Sobre lo invisible.

 
El hábito es nuestra segunda naturaleza. Ya lo dijo Aristóteles y, de su tiempo a esta parte, ha quedado suficientemente probado.
 
Si uno quiere ser bueno en algo, no basta con dedicarse a un rato después de comer. Ser bueno en algo requiere una dedicación diaria. Ser el mejor requiere mucho más.
 
Yo lo tuve claro muy temprano.
 
Sabía perfectamente lo que me apasionaba. Era algo único. Algo que sólo me apasionaba a mí. Algo sobre lo que no podía hablar con los demás. Pero lo tenía muy claro. Me quería volcar en aquel aprendizaje de forma disciplinada y diaria, y lo que fuera que tuviera que hacer más, para ser el mejor en mi disciplina. Para no tener competencia ni parangón. Para que, cuando en un futuro el resto de la humanidad se despertara y se interesara por esta novedad mía, yo les llevara tanta distancia que todos me viniesen a mí a preguntar.
 
Así fue como, con nueve años, me embarqué en la aventura de lo que ahora es en mi profesión. Mi pasión. Mi segunda naturaleza:
 
                                        El estudio de lo invisible.
 
Si hiciéramos una encuesta para tratar de saber si las personas creen ser capaces de ver aquello que es invisible, nos sorprenderíamos del elevado % de gente que contestaría afirmativo. Esa certeza tan interna de uno mismo debe tener una explicación racional. Algo así como el argumento ontológico de la preexistencia de un ser Divino.
 
Yo, lo empecé en el colegio. Observando lo invisible. Suspendiendo al principio cada una de las asignaturas convencionales, para poder profundizar más detalladamente en lo que yo tenía que hacer todos los días allí. Muy pronto supe compaginar la superficialidad de las asignaturas convencionales de la lista trimestral de las notas, con las asignaturas invisibles que eran objeto de mi pasión. Empecé a destacar como buen estudiante cara a los profesores, y a la vez supe seguir mi propio programa paralelo, cara a mi propia ambición.
 
Perfeccioné el lenguaje de los gestos de compañeros, profesores, bedeles, padres, todos. Todos se expresaban con gestos. Mucho mejor que con la voz.
 
Más tarde seguí en el Instituto. Algunas asignaturas me parecieron cruciales. Pero sobretodo eran los silencios los que me abrían puertas innombrables. Las prudencias del resto de los alumnos, las miradas, los pensamientos jamás formulados. Aquello que aplaca la timidez. O cualquier otro sentimiento que supera a una cuerda vocal en aquel preciso momento. Estudié, también, cada uno de aquellos sentimientos. Y cada una de sus ausencias: todo aquello que estaba por detrás de una aparente apatía, todo aquello que envolvía su indolencia.
 
Las vibraciones que nos recorren. La flojera en las piernas que nos delata. Lo que se miente con apariencias. Lo que se grita sin palabras. Lo que transmite una lágrima sincera. Lo que transmite una lágrima forzada. Lo que significa un silencio. Lo que se siente, pero se aplaca. Todo eso lo analicé, destripé, y descubrí durante mis años de Instituto.
 
Continué en la Universidad. Para entonces, visto desde la perspectiva de este presente, ya tenía mucho camino recorrido. Mas mucho desorden en mis ideas, también. No escondo que. De las numerosas crisis éticas que atravesé, esta fue la más grave:
No encontraba universidad que me correspondiera. Recorrí todas las facultades de España. Y no la hallé. Luego viajé Paris, a Londres, caminé en los mejores Campus, y nada. Tomé un vuelo hacia los Estados Unidos. Y tampoco. Viajé a Oriente. Porque creí que su mentalidad sería mucho más proclive a darme la respuesta pertinente. Permanecí meses, meses, y más meses. Pero. Tampoco. Nada. Absolutamente nada. Nadie estudiaba lo invisible.
 
No existía escuela universitaria en el mundo especializada para que yo fuera capaz de continuar mi formación.  
 
Esa fue mi mayor caída. Una caída tan fuerte que me lanzaba de lleno en la mayor duda existencial de mi vida. ¿Era real aquello a lo que llevaba 10 años dedicando todo mi tiempo? No había una sola persona en mi entorno que me apoyara. Y voy a obviar el séquito de profesionales a los que debí enfrentarme fruto de la incomprensión de mi familia.
 
No es sencillo que una familia con ideas más bien convencionales acepte que su hijo de 9 años quiera lanzarse al detalle en el estudio de lo invisible. Principalmente, porque aquello que me obsesionaba no entraba en su orden lógico de su realidad de ellos. A todas luces les había salido un hijo tocado, chiflado, perturbado, alienado, paranoico, desquiciado, ido, desvariado, alineado, delirante, absurdo, disparatado, insensato, excéntrico. En definitiva, un loco.
 
En un principio la ingenuidad (y mi juventud) hizo que yo les explicara abiertamente a mis padres mi decisión. Pero después del rechazo y desaprobación me volví más hermético, silenciando mi anhelo y mis progresos. Al fin y al cabo no me pareció mal que mi estudio de lo invisible lo realizara desde una perspectiva invisible.
 
Y. Desde el día que lo empecé a esconder, todo fue mucho mejor.
 
Pero iba por mi crisis existencial. Y la aquella sensación de estar perdido. Todo el mundo colocado. Con las ideas clarísimas. Siguiendo dogmas que tenían su propio nombre. Que tenían edificio propio. Y yo perdiendo el tiempo con una cabezonería de crío que, la madurez y continuos prejuicios de los que me rodeaban me hacía replantear.
 
No obstante, Tiempo me dio la respuesta que estaba buscando. Y me hizo ver que estaba más cerca que nunca. Dijo el mismísimo Peter Pan a través de su personaje inventado J. M. Barrie, que: “The moment you doubt whether you can fly, you cease for ever to be able to do it.” Lo que en la realidad del mundo invisible significa: “The moment you doubt whether you can fly, you are the nearby possible to be able to do it.”
 
Tardé 3 años enteros en completar mi búsqueda. Justo cuando iba a abandonar definitivamente: comprendí lo esencial. Evidentemente, una Universidad que te va a licenciar en lo invisible, no lleva ningún nombre del estilo “facultad de lo invisible”. Sino que está oculta entre todas las otras facultades.
 
Todas las facultades me abrían sus puertas a priori no visibles para el estudio de lo invisible. Es más. La riqueza era inmensa. No tenía que elegir desechando el resto de posibilidades. Todas estaban abiertas para mí.
 
Ese fue sin duda el mayor de los acicates para volcarme de pleno en el estudio apasionado de todo aquello que está, pero que es invisible a los ojos.
 
Estudié las carreras de arquitectura. Medicina. Filosofía. Fotografía. Arte. Antropología. Sociología. Anatomía. Todas las Filologías que fui capaz. Física. Humanidades. Me doctoré en Biología y en física cuántica. Elegí las asignaturas más apasionantes de Matemáticas. Me colé en psicología. Me apañé para conseguir la mejor bibliografía tanto de letras como de ciencias, para seguir con mi forma autodidacta de estudiar. Conocí a “Los Grandes”. Y empecé por indagar todo aquello que probablemente había quedado sin publicar de Aristóteles, Arquímedes, Platón, Hypatia, Safo, Leonardo Da Vinci, Copérnico, Newton, Einstein, Heisenberq, Bohr, Nietzsche, Sócrates, Kant, Sartre, Santo Tomás de Aquino, Voltaire, Dostoievski, Spinoza, Leibniz (y Dios, cuantos más) para más tarde adentrarme en aquellas otras personalidades que les acompañaron, que jamás llegaron a publicar y que, seguramente eran más brillantes. Claro que. Lo invisible tiene sus limitaciones. Y la mayor limitación es que no se puede ir a buscar. Hice un postgrado en hiperincursión y fui visitar el futuro tantas veces como fuera para sin aprehensión volver al presente. Pero lo del pasado es más complicado. Aún así, lo intenté. Me propuse tan fuertemente dedicarme a ese estudio de lo que ha desaparecido de un pasado que, hasta conseguí volar.
 
Sueños. Pensamientos. Deseos. Símbolos. Cansancios. Origen de las Enfermedades. Felicidad. Sabiduría. Sentimientos. Palabras no dichas. Aquellas cosas que jamás se llegaron a realizar. Todo aquello que jamás se llegó a crear. Personas que nunca llegaron a nacer. Mundo que no existe porque cada una de las decisiones humanas fueron otras. El vacío. Auras de las personas. Energía de los lugares. Los sentidos infinitos. Lo que se esconde detrás de la provocación. Lo que hay y no se ve en los cuatro elementos. Lo imposible. Lo nunca dicho. Lo que nunca existió. Lo que nunca se consiguió. Lo que nunca se ha intentado. Lo que nunca se ha escrito. Ni pintado. Ni soñado. Ni dicho. Ni imaginado. Ni pensado. Las lágrimas que no se derramarán. Las mentiras que se esconderán. Los sitios que nunca se verán. La vida que no se vivirá. Lo que se deja de expresar. Los límites del lenguaje. Los límites de nuestra mente. Lo que genera el origen de las cosas, que, de forma invisible, está ahí como una semilla haciendo que de forma inexorable desemboque en una u otra cosa. Aquello que ocurre tan rápido que nuestro ojo humano que se limita a 24 movimientos por segundo, es incapaz de captar. Todo lo que ocurre para lo que somos, por lo tanto, ciegos. La energía. La vida que está y jamás seremos capaz de identificar con una mente tan cerrada. La energía. Las distintas formas de energía. Por supuesto, que la muerte no es “muerte” como nos hacemos creer porque luego “no vemos” nada más. El idioma del mar. El idioma de la música. El de los animales. El idioma del aire. Del viento. Del fuego. El existir de las mariposas. Las almas. Por supuesto, lo inescrutable de la muerte. Lo anterior al nacimiento. Los misteriosos caminos del amor. Los multiversos. La realidad multidimensional.
 
Existe todo un mundo paralelo que alberga el roce de una mano en concreto. Existe un histórico insospechado que envuelve todos los abrazos arcanos. Hay mucho dolor acumulado en la ardiente paciencia. Existe la invisibilidad de un momento que lo cambia todo, sin aparente explicación. Ese momento tiene una textura. Un color. Y, si me apuráis, un olor distinto. Existe un arte de crear el futuro por medio del presente.
 
Porque todo lo grande es invisible: el tiempo, el amor, la alegría, los sueños, la pasión, y todos y cada uno de los sentimientos.
 
¿Qué impulsa al genio, al sabio, al artista, al escritor?
¿Cuál es la causa primera que da origen al fruto? ¿Cuál es la causa primera de la existencia de su obra? Porque, después, la obra por sí misma cobra vida y sentido. Pero. Hablamos de algo previo. De un primer motor. Aquello que estaba en un estado de ser anterior, y que, desormais, se nos ha olvidado. Y a lo Orwell, lo hemos borrado. Eliminado. Hasta parece que jamás fue.
 
Todo aquello que está, puede, además de no ser visible, no ser palpable, no olerse ni saborearse. Puede no ser identificable con ninguno de nuestros sentidos. Pero eso no significa que deje de estar. Salí de la facultad, con una idea prócer. Escribí mi tesis ordenando el infinito ramaje de la posibilidad de lo imposible, la imaginación de lo inimaginable, el infinito de lo finito, el cálculo de lo incalculable, con todas las ideas que acabo de exponer ordenadas y enlazadas de forma sutil y prácticamente impalpable. La presenté en todas las facultades que pude y me aceptaron aquel “sinsentido” frente a la visible realidad, encubriendo mi puntiagudo estudio sobre lo invisible con algún título visible que de forma global, parecía apuntar a alguna materia de las convencionales.
 
Tres ideas por las que me felicitaron, y son divertidas mas, según mi punto de vista, no son de las brillantes, son “hijos de Roxette”, “el inicio de un todo”, y “la velocidad de lo que ocurre que se nos escapa”.
 
De todos modos, titulé mi tesis, valientemente: “El universo de lo imposible, invisible, y existente”. Y terminé mi doctorado exponiendo mi tesis que versaba en detectar todo aquello que no es capaz de captar ninguno de los sentidos que desde la infancia hemos desarrollado. Pero que tenemos muchos más. Que existen multitud de realidades. Y que el problema radica en la educación más temprana. Mi estudio, entre otras cosas, redescubría un lenguaje nuevo en el que se redefinían conceptos cómo “imposible”, “invisible”, “insensible”. Me doctoré en la especialidad única de averiguar aquello que existe pero, que ni se ve, ni se oye, ni se saborea, ni se toca, ni se siente a través de la intuición, ni se capta mediante alguno de los siente mil extra sentidos que nos acompañan (si, he escrito siente mil).
 
El trabajo fue excelso y precioso. Mi tesis consta de 12 tomos en los que recojo desde mi primer recuerdo, la primera oleada en silencio del mundo de lo invisible, hasta todo aquello que he conseguido estudiar durante los 30 años siguientes.
 
Identifiqué todo aquello que percibí que envolvía el primer beso que recibí con 9 años. Y luego, cada uno de los besos que siguieron después. La oleada que me transmitió la primera mirada intensa. Y luego, cada una de las miradas de después. Comprendí las ramificaciones nerviosas que se movilizan en el cuerpo cuando una persona en concreto te roza una mano. Y luego, escribí sobre cada una de las manos que rocé. Identifiqué todo aquello que se siente y es inefable en un abrazo. Analicé los distintos abrazos. Y conseguí explicar con palabras lo que siente la piel cuando se encuentra pegada a otra piel. Seguí en mi disertación pasando por los apuntes de mis años de instituto, de selectividad, de universidad, y de postgrado.
 
Mi tesis empezaba con las sencillas palabras de un niño de 9 años, y terminaba con lo que un adulto de 39 conseguía identificar al observar una ausencia, un silencio, un vacío. Expresándome en un lenguaje físico, cuántico, filosófico, matemático y astronómico. En términos cósmicos y microbióticos. En un tiempo atemporal.
 
He dedicado toda mi vida a estudiar lo invisible. A aquello que existe y está. Aunque la mayoría, lo ignora. Aunque, hemos visto, la mayoría, cree en ello.
 
Por eso puedo decir hoy que, únicamente lo invisible, lo imposible, pero existente, es la única ciencia que puedo garantizar. Curiosamente, todo aquello que pasa desapercibido para la humanidad es la única realidad de este mundo. Y si. He dicho ciencia.
 
Y tras este exordio, pasemos al incordio, como diría Sampedro que dice Jardiel Poncela. Aquí os dejo los 12 tomos de mi tesis. Que empieza con una frase de Pivot: “Quien no ha conocido la pasión, no sabe diferenciar la fiebre, el vértigo, la embriaguez, y el abrasamiento”

Café...

Café contigo es algo así.
 
 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Una pequeña reflexión de lunes.


Primero hubo que lograr la bipedestación. Hasta entonces no pudo acomodarse el cráneo sobre la columna en la forma en que está insertado hoy, muy diferente de los cuadrúpedos.
 
A partir de ese momento, el cuello pudo alargarse de la manera precisa para conseguir que la laringe, órgano de fonación imprescindible, junto con las cuerdas vocales para articular las palabras, se situaran justo por debajo de manteniendo una forma de perfección sonora que no está en los otros animales.
 
Los simios no pueden hablar pero en cambio, parece que pueden beber y gruñir al mismo tiempo. Cosa que los recién nacidos también pueden hacer. Los mayores ya no, porque al crecer e incorporarnos, la laringe se desplaza a una posición inferior, lo que nos proporciona una facilidad de modulación en la cavidad bucal.
 
Cuantas transformaciones del esqueleto. De la Fisiología. Cuantos pequeños cambios consecutivos a lo largo de los siglos y milenios. Cuanto tiempo ha hecho falta para poder convertir los sonidos animales en sonidos articulados. Para poder dotar esos sonidos articulados de significado hasta lograr el lenguaje. Cuanto esfuerzo del universo existe detrás de cada palabra.
 
Cuantos años de evolución para que hoy yo te pueda decir un “Te quiero”.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Pase privilegiado.

Esta es una historia sencilla. Pero no es fácil contarla. Como en todos los cuentos, hay dolor. Y como en todos los cuentos, está llena de maravillas y de felicidad. De hechizos y de magia. Y de momentos sin aliento. Esta es una historia sencilla. Pero no es fácil contarla. Esta es la historia de mi vida. De la vida de mi interior.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Ilusión 39.900


Dibujo de Dalí. 1929. "Le Baiser"
 
 
Piensas que nunca te va a pasar. Imposible. No a ti. Tú eres el tipo de persona a la que jamás le ocurriría ese tipo de cosas. Eres la única persona del mundo a la que no le sucedería algo así. No. Nunca. No es verosímil que te ocurra a ti. A ti no. Jamás.

Y entonces. Un día llega. En el que ocurre.

Ocurre y empieza a pasarte a ti.

Quizá convenga que dejes tus historias atrás y te dediques a indagar sobre lo que ha sido vivir en el interior de ese cuerpo que es el tuyo. En ese cuerpo que ha sido tu taller desde el día que recuerdas estar vivo. Desde ese día, hasta hoy. En ese despliegue de pliegues de datos de sensores sensoriales. De historias solapadas y de minutos cabalgando.

 
Resulta que.
Conociste al amor de tu vida.
Lo miraste a los ojos.
Y lo reconociste. Si. Un tan inmenso SI.
Un tan mágico todo.
Pero.
No lo supiste hacer mejor.
Y.
Has sido únicamente eso:
“el amante del amor de tu vida”.
(Se pronuncia rápido.
Esta frase atroz se pronuncia tan rápido:
“Has sido el amante del amor de tu vida”
Una frase dura.
A la merced de un sino con irreversible trágico final:)
Con otro.
Hoy ya está con otro.
De otro.
Hoy ya es de otro.
Y tú únicamente supiste hacerlo así de mal.
Para:
Ser el amante del amor de tu vida.

Quizá convenga analizar lo que significa estar vivo a partir de hoy.

jueves, 15 de agosto de 2013

Ciclos circadianos.

 
Sobre el insomnio: Insomnio de angustia, insomnio de nerviosismo, insomnio de ansiedad, insomnio de preocupación, insomnio de estrés, insomnio de dudas, insomnio de culpa, insomnio de alcohol, insomnio de excitación, insomnio de celos, insomnio de desesperación, insomnio de dientes de nácar hincando en el pecho, insomnio de medicación,  insomnio de meditación, insomnio de frío, insomnio de calor, insomnio de sueños, (y tan altos sueños), insomnio de espera, insomnio de jet lag, insomnio de vida, insomnio de no quiero perderme nada, insomnio de altura, insomnio de niño pequeño, insomnio de duelo, insomnio de amor y también de desamor, insomnio de madre, insomnio de una noticia, insomnio de visualización, insomnio de verano, insomnio de ganas, insomnio contra el tiempo, insomnio de dolor físico, insomnio de dolor metafísico, insomnio de ruido, insomnio de silencio aterrador, insomnio de cachorros, insomnio de traición, insomnio de exaltación, insomnio después de un momento mágico, insomnio por fatiga física, insomnio por no dormir nada, insomnio de dormir mucho, insomnio de falla en los ciclos circadianos. Insomnio al filo de la cuerda. Insomnio de "y que le den". Insomnio de zolpidem. Insomnio. Pero siempre. Siempre: insomnio de mierda.

Lo que amas.


 
“Querida, encuentra lo que amas y deja que te mate. Deja que consuma de ti tu todo. Deja que se adhiera a tu espalda y te agobie hasta la eventual nada. Deja que te mate, y deja que devore tus restos. Porque de todas las cosas que te matarán, lenta o rápidamente, es mucho mejor ser asesinado por un amante.”

C. Bukowski.

Realidades paralelas.

"¡¡Elan Vital se ha comido a Dostoyevski!!"
Es algo que existe en mi realidad.

domingo, 4 de agosto de 2013

Algunas personas. De Susana Sánchez.


 
"Algunas personas se esconden en los lugares más insospechados:

En las palabras esdrújulas, en el forro de una gabardina, en el hueco del sacapuntas, en el tallo de una flor. Se esconden tanto y tan bien que ni ellas mismas se encuentran, e incluso un día olvidan que llegaron allí escondiéndose de algo.

Otras se exhiben, también, en los lugares más insospechados. Bueno, los lugares para exhibirse nunca son tan insospechados como los lugares para esconderse".

Versionando a Patrick


 
Nos hubiéramos podido decir todo esto, en cualquier otro sitio que ese café del puesto. Que no me querías. Que había alguien más en tu vida. Que tu futuro, a mi lado no lo veías.
 
Nos hubiéramos podido decir todo esto, de otras mil formas, y del resto, debiéramos habernos reído. Yo te hubiese sonreído. Había muchas otras formas para este mismo gesto.
 
Así que esto es todo. Así que ya está.  
 
Así que me quedo aquí yo. Así que tú te vas.  
 
Todas las palabras que me vienen están de más. Todas mis preguntas inútiles ya.
 
Algunos, ya me los veo, se alegrarán. Otros, ya me los huelo, repetirán: “te lo advertimos”. “No te amaba, te lo dijimos”. Pero poco importa eso ya.
 
Nos hubiéramos podido decir todo esto, en cualquier otro sitio que ese café del puesto. Como en una mala serie de segunda. Como si nuestra historia no mereciera nada mejor que eso.
 
Me hubiera gustado decirte alguna cosa más. Que Perdón. Perdón por tantas cosas... Jamás te quise dañar. Y que Gracias. Gracias por haberme enseñado al fin, a amar.

miércoles, 10 de julio de 2013

¿Será esto plagiar a Silvio? En cualquier caso, es "lo que me ha salido" (¿quién escribe cuando escribo?)

 
 
Tú,
Tumbada y medio dormida,
 
Yo,
Despierta y frenando… tensión.
 
Tú,
Desnuda y extendida.
 
Yo,
Vestida y en retracción.
 
Tú,
Te desperezas lentamente,
Me miras febrilmente,
Queriéndome asaltar.
 
Yo,
Que me he asustado un poco,
Te miro, no te toco,
Y me intento controlar.
 
Felina enardecida.
 
Yo,
Acorralo mi desear.
 
Pero tú,
Brillante y decidida
 
Yo,
Sedienta y rociando un mar.
 
Tú,
Te acercas lentamente
Me sonríes silente
Y me haces estallar.
 
Yo,
Te abrazo mansamente
Hechizada de repente
Por tu piel y tu mirar.
 
Tú,
Me recorres de frente,
 
Yo,
Me rindo y me dejo expugnar.
 
Pero tú,
… apasionadamente…,
 
Yo,
Renazco una y otra vez más.
 
Yo,
Te venero y me arrodillo
Te idolatro te lo digo
Y libo tu dulce mar.
 
Tú,
Al borde del delirio,
Confundes tus dominios
Conjugando el verbo amar
 
Tú,
Tumbada y divertida,
 
Yo,
Tejo tu mundo alrededor.
 
Tú,
Desnuda y extendida.
 
Yo,
Desnuda en plena expectación…
 
 
Tú,
Yo.
 
 
 
 

Ilusión 25.433


 
 
Y lo cierto es.
Que fui tan feliz que hasta pude amarla menos.

Ilusión Lorca.


 
 
Amor de mis entrañas, viva muerte,
También yo espero en vano tu palabra escrita.

Para el Poetry Slam I ( con fuerte entonación)


 
 
Habíamos alcanzado lo que nadie antes había alcanzado.

Escalamos catedrales, sobrevolamos cimas, glaciares y piélagos. Hablamos el nuevo idioma. El origen del idioma. El idioma de los idiomas. Reformulamos a Euclides, y los aforismos de Heráclito. Encarnamos a Hypatia y a todas las poetisas de Mitilene. Las que antes fueron. Las que vinieron después. Y después de haber sido todas las mujeres que un día fueron, miraste a los ojos al Sol. Infinito te devolvió su infinito. Y descubrimos el Aleph en nuestro Aleph. Acariciaste con tu mano lo inmortal. Que era mi mano mortal. Que fue tu mano hacia un siempre. Siempre tu mano siempre siempre siempre. Tu mano. Me amaste por encima de todos los males. De todos los bienes, también. Como si al principio el Dios creara un infierno, creamos nuestro propio mundo siempre eterno. Paraíso nos plagiaba reinventando enunciados. Los hechiceros nos visitaban para que les reveláramos el significado. Los jueces hacían cola para que les resolviéramos lo sentenciado. Llegamos a la cartografía última de todos los portulanos. Reproducimos los mapas del mundo a una escala por mil. Y alcanzamos hasta el último de los rincones secretos jamás antes pisado.

Y entonces pasó.
 
 

Amaste otro cuerpo. Que no era mi cuerpo. Y volviste a mi cuerpo que era tu cuerpo que encarnaba mi cuerpo sin ser tú y si yo, y sí nuestro cuerpo. Un cuerpo entre un millón de almas en basilisco. Volvimos a amarnos. Y pronto llegó. Volviste a amar otro cuerpo. Esta vez El Cuerpo. Amaste El Cuerpo. Que no era mi cuerpo. Dios. No era mi cuerpo y sí que era El Cuerpo Era el Cuerpo (de Cristo –amen- : ¿Tu nueva religión?) Dios, cómo duele.  Amaste mi recuerdo con tu presencia del más allá. El más allá que está mucho más cerca y más acá de lo que piensan todos. Pero eso, también duele. Le enseñaste todo aquello que habíamos alcanzado. La paseaste hasta el último de los portulanos. Por las catedrales. Por todas las cimas, los piélagos, y hasta aquellos los glaciares. Y eso, también duele.


Le enseñaste nuestra forma de hablar. Le enseñaste nuestro idioma. El origen del idioma. Hablasteis nuestro idioma como si fuera el vuestro como si fuera el tuyo como si yo no tuviera nada que ver en esto, para que finalmente ocurriera eso y que ya no fuera ni mío ni tuyo aquel idioma ni el nuestro, y se tornara, (como borrando el tiempo que fue de otro modo), en un idioma vuestro. Pero eso, también duele.


Y mirasteis a los ojos al sol.
 
 
Intentaste el infinito que no os devolvió el infinito ni su inmortal ni su Aleph ni su principio ni su Final. Pero eso, también duele. Y te acarició la mano. (Dios, te acaricio la mano, la mano, te la acarició… la mano). Esa mano que era mi mano. La mano que era mía te acarició mi mano. Eso también duele. Le enseñaste el último de nuestros rincones secretos. Repetiste palabras, repetiste abrazos, repetiste caricias miradas. Repetiste besos. Yo no lo pude ver. Pero eso, también duele.

Y recitaste a mi Lorca.


 
Le recitaste a mi Lorca. Bailasteis tu Cohen. (El mundo es ciclópeo, te dije. El mundo es infinito, te dije. Invéntate lugares nuevos, te dije. No profanes nuestros sueños, te dije). Aún así. Volasteis a Viena. Una a una quemasteis sin pena cada una de nuestras imaginarias fotos color siena. Viena encabezaba la ristra de instagram y las transformó en quimeras. Volasteis a Viena y desapareció nuestra Viena y se transformó en vuestra Viena. Y Dios eso, cómo duele.



Y llegó el día que nos vimos después de ser. Quedé para verte porque no verte era la muerte y prefería la vida aunque fuera sin tenerte viéndote viva y yo casi muerta y con tanta suerte de verte tan viva y lejos de la muerte. Y vi tus ojos brillar. Te vi resplandeciente. Hablabas de ella y te reías. De esa forma inevitable de esa forma inconsciente. Te sonreía yo al escuchar. Pero eso, también duele.
 
Observo el tiempo pasar. Ya no nos quedan rincones secretos. Todo aquello que creímos alcanzar es banal como cualquier otra historia de celos. Estoy anclada en un pasado que un día existió, si cabe. Soy incapaz de volver a amar, todo el mundo lo sabe. Y me paseo perdida por la isla de Léucade. Tú te entregas sin mirar atrás. Tú eres feliz, fuera de mí, te veo brillar. Y yo me siento como el viejo Titono inmortal.


Jamás me lo oirás pronunciar. Pero eso, también duele.


 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Decías. (¿Decías?)


 

Tú.
Me explicabas.
El lenguaje, y sólo él, esculpe en el fuego una decisión, un abedul, el desierto de mi Arabia.  

 

Eras sabia. Decías.
Vente a Arabia. Decías.
Tú.


Ahora sé.
Que Arabia es tu tierra y tu piel. Arabia es tu cuerpo en su idéntica geografía. Arabia se bifurca donde te bifurcas tú.
Eres Arabia entera. Con sus ojos. Tus desiertos. Con su Norte. Con tu Sur…


Pero Arabia no es hiperbórea, te repetí.

 
Y entonces te busqué. En noches de invierno.
Instrucciones de duelo. Una y dos mil.
Cuarenta pasos de eterno. De dudas. De al fin.

 

Decías
(¿Decías?)
Conozco el algoritmo de la pasión.
Pero desconozco el idioma, la lengua, las palabras, la expresión.

 
Tú.
Decías.
No creo en una pasión vasija, ni en una pasión dintel. Cimbra y dovela. Ni en una pasión jamba para sostener. Para albergar. Para mantener. No. No creo en ningún otro lenguaje que no sea el privado. Y renuncio a cualquier pasión de portulano, que no se inicie por una expansión hacia el infinito. Y decías. Repito. Sólo renunciando a una realidad exterior, somos capaces de definir el amor. En términos llanos. Y somos capaces de repetir algo tan simple como  te amos, pudriéndose en los labios nuestra historia. Nuestra expansión.

 
Esas cosas.
Tú.
Decías.
Cosas
Que parecían cosas.
Palabras
Que parecían
Palabras.
El lenguaje es vacío. Decías.
No me expliques el río, Decías,
Que sientes te recorre el interior.
No me hables de amor sin hablar de orogénesis, de placas tectónicas, de terremotos, de volcanes de corrientes convectivas. De arrastres, subducciones, fallas, puntos calientes, fosas oceánicas y tesoros con vasijas.

Decías.
No lo hagas simple.
No lo cosifiques.
Tú. Decías.
Lenguaje mata a lenguaje.
Lo aparta. Lo esconde. Lo gira. Lo corrompe.

Tú, sabia discípula de Wittgenstein predicabas que Sentido del mundo reside fuera de Mundo. Y por supuesto, fuera del lenguaje en que se intenta la expresión.
Tú decías Shakespeare
Yo decía Leopardi.
Tú decías Milton. Se terminaba la discusión.

 
Y Mudas.
Descubríamos.
Desnudas.
Otra región. Vastos dominios de la conciencia. Secretos rumores del sentido. Bailando al borde de la ciencia. De la metafísica. Lamiendo. Libando. Danzando al filo de un fuego donde hierro forja alma. Que se retuerce. Deviene diamante. Espada. Lanza. Ave Fénix.

 
Y el primer y último de los algoritmos. De los cielos. De la lluvia. De la pasión.
Me lo mostraste en expansión.
Y sin usar ni una sóla palabra.

Estiradas todo a lo largo.
No te oigo llamarme amor. Sin embargo lo gritas. De esa manera.
Eres bella. (Pienso). (Pensando en realidad cualquier otra cosa).  “No hay pérdida del lenguaje que no implique una pérdida de la realidad”.  Decías (¿decías?)

Eres bella. Repito. Callo.

No soportaré perder mis palabras. No estas maltrechas palabras con las que tan rudamente soy capaz de describirte. De encerrarte.

Tú me enseñas.
Y yo voy y vuelvo de Arabia.
A Arabia.
En tu Arabia.
De tu Arabia.
En tu Sur.
Sur de Arabia

(Tú
Eras sabia. Decías.
Vente a Arabia. Decías.
Tú.)

No quiero repetirte palabras usadas en mil otras escenas.
No a ti (no, no a tí no, a tí no).
Sin embargo, quieren salir.

Tu silencio las abrasa.

Bebo de ti. Bebo hasta las heces del cáliz de los tropos mudos de tu ardiente idioma. Me lo enseñas con tu piel. Con tu boca. Con tu cuerpo. Bajo el que estalla entero el Universo, envuelto en tu fulgor.

(Tan pequeño quedaría un "amor"...)
 
-Y esta es en realidad la verdadera teoría del Universo. La del Big Bang no tiene nada que hacer con esto-

viernes, 3 de mayo de 2013

Duelo de almas.

Duelo de almas. En noches convexas. En anastomosis plexas. En mares sin calma. Duelo de almas. En lista sin espera. En cierres sin cremallera. En dosis y dosis y dosis, de almax. Duelo de almas. En distancia extranjera. A nuestra piel. A nuestras caderas. Obtusa ingenuidad la nuestra. Duelo de almas. Quien lo dijera. Tú tan así. Y yo tan de otra manera.

martes, 16 de abril de 2013

Ilusión 25.003

Lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras, la ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes.

François de la Rochefoucauld

jueves, 11 de abril de 2013

Ilusión 25.001


De la serie cartas a Ofelia. Carta 2002


Querida Ofelia
 
Hoy he venido a Oslo a buscarte porque sé que te aborrece esta ciudad. Tú siempre fuiste más de capitales suecas.
 
Llevas Tiempos despotricando de lo noruego, por lo cultural.
 
Lo sé. Te embarqué por los pelos en aquel tren desde Bergen. No me lo tengas en cuenta, ya conoces mi humor. Y ya sé que por los pelos no es una expresión si no que lo hice textualmente. Pero te juro que destinaré este mechón de tu cabello que se resistió a franquear la puerta del tren a los mejores conjuros.
 
Como por ejemplo, para que te termine por gustar Oslo. Que tiene una ópera deliciosa. Y actualmente está en cartelera Robin Hood. Evidentemente, en noruego. Ese idioma que me encantaría, hables, para acunarme en las noches de invierno en las que nunca estás en mis brazos y sí en los de todas esas amantes fugaces que después de buscarte en la ópera vienen a llorarme a mí cuando ocurre que te vas a Estocolmo, donde hoy he venido a buscarte porque sé que te aborrece esta ciudad. Tú siempre fuiste más de capitales noruegas.
 
Llevas Tiempos despotricando de lo sueco, por lo cultural.


 

Ilusión 25.000


 
 
No dejes que la telaraña de la rutina se teja en tus ojos.
No dejes de sorprenderte.
Cree siempre en la suerte.
No dejes de reír con todas tus risas. Con todas tus ganas.
No te conformes.
No dejes de llorar con todas tus lágrimas.
Ni digas que amas, si no amas con todas tus fuerzas. Con toda tu alma.
No dejes de buscar.
No te quedes quieta.
No te agavilles en la cómoda zona de la seguridad insulsa.
Ni en los enclaves de la calma.
Que tu vida empiece abandonando tu zona de confort.
No temas el dolor.
No te quedes sin dudas.
No te quedes sin armas.
No ames sin la mayor locura.
No te salves del drama.
No frenes la pasión.
Deja que te maten las pasiones que te invadan.

Y compártelas con las personas que amas.
No sientas sin sangre.
No sangres sin lágrimas.
No te escondas de la vida.
Adéntrate en las tierras desconocidas, llevando por bandera tu magia.
Y apuesta por morir en cada segundo que vivas.

 

Pero.
Si pese a todo, llega una tarde y la telaraña teje en tus ojos la rutina.
Si dejas de sorprenderte.
Si ríes con la mitad de tus risas.
Si ya no lloras con lágrimas.
Si te conformas y dices que amas cuando no amas con toda tu fuerza, con toda tu alma.
Si has dejado de buscar.
Si te enclavas en la seguridad y la calma.
Si ya no te quedan dudas.
Si ya no te azora un torbellino, ni vibras cuando abrazas.
Si no te adentras en tierras salvajes por temor a sentirte insegura.
Si ya no sientes con sangre.
Si ahora sangras sin lágrimas.
Si decides salvarte del drama.
Si prefieres la tranquilidad a lo indomable de las pasiones.
Si apuestas por la vida sin riesgo de muerte.
Si no te entregas ciega a la suerte.
Si dejas de creer en la fuente mágica de todas las ilusiones.
Si te apartas del éxtasis, de la furia, de la limerencia, de la ira.
Entonces deseo que tú te salves.
Y que abraces la felicidad de tu mundo.
Y que me abandones. A mi y a mi irremediable forma de vivir la vida.

Flam


Son las 8h30 de la mañana. Estoy desayunando copiosamente en el Flambryggia. Mi mesa da a un inmenso mirador de cristal. Que a su vez da al fiordo Sognefjord. Que a su vez da a una hiera de cuatro cabañas color grana. Que a su vez se vuelven a reflejar en el tranquilo fiordo de los sueños. Que a su vez capturo en mi pupila mientras me ven desayunar mientras las observo fascinada.
 
 
A pesar de esta hora inhumana para desayunar, (teniendo en cuenta que estoy de vacaciones y que ayer llegué a Flam a las tres de la mañana) (y en taxi desde Voss), se despliega ante mis no-sé-hoy-cuantos-sentidos una extrema realidad.

 
La muerte del color del occidente de las tristezas de las frentes marchitas de los caminantes sin rumbo que juegan a ir a algún lugar. Las cabins sin embargo permanecen ahí. Quietas. Con su olor a frío y con su color escarlata. Con su vida en los sueños del agua sobre la que flota la soledad de todas las cimas que un día fueron. Yo nado en el hechizo de las sombras de esta mañana sobre la que me agavillo para observarlas mientras sale un frío vaho de mi boca. Y se me hiela la nariz.

 
No. Tampoco yo vi jamás dos álamos odiarse.
¿Acaso te llegué a odiar a ti?
No. Y ese “No” es un absoluto.

 
No puedo quitar la mirada de las cabañas del otro lado de la orilla, que venden sus reflejos a mis pensamientos, a cambio de estas líneas.

 
Son granates. Con un tejado abuhardillado y gris. Común a las construcciones de todos los pescadores aborígenes. Una incomprensible atracción hace que las empiece a escrutarlas ahora que mi estómago se ha calmado de ese ataque de hambre repentino.

 
Son las 8h50. Y mi única misión se ha convertido en nadar en el hechizo que me transporta al otro lado de este fiordo. A pesar de una futura nostalgia. Yo que no soy muy de esperar, E S P E R O. Y observo.
 

Y es que, al fin.
Al fin la veo.


La veo salir desde la primera cabaña de la derecha.
Es una chica joven.
Va muy abrigada.

 

Pero

Me quedo sin aliento.

 

No me voy a ahondar en prolijas explicaciones. El caso es. Mi corazón patea como una fiera insomne: esa joven se parece asombrosamente a mí.
 
 

 
Ella se despereza. Se acerca al balcón. Mantiene en sus manos una taza humeante. Y se queda un buen rato apoyada. Aletargada. Parece se acabara de despertar. Como si no tuviera hambre y si un poco de pereza. Esa pereza agradable al solaparse con la visión de algo tan extraordinariamente bello. Nuevo. Inusual.

 
Parece también que me estuviera viendo. O a ella misma. En esta mesa desayunando al otro lado de la orilla. Aceptando esta imposible realidad.

 
Sobre ella crece la alta montaña que separa Myrdal de Flam. Se erige muy pequeña rodeada de tanta inmensidad. Parece frágil. Pero de esa fragilidad del cristal que no indica debilidad sino calidad. Y el paisaje que la envuelve dignifica su grandeza.

 

  
Se estira de nuevo. Entra en la casa. Y sale con otra taza más de lo que presiento es otro café. Bien caliente por favor que desde aquí se ve el humo. Se entrega al paisaje. Al frío glacial del fiordo.

 
  

 El infinito brazo del Sognefjord le devuelve su infinito.

Como si fuera impermeable al frío, saca del interior de la cabaña una mesa a la terraza. En el preciso momento en el que se sienta, recibe en la cara los primeros rayos de sol. Definitivamente la reconozco.

Soy yo.


Enchufa su portátil. Y ahora si, se echa sobre los hombros una manta mientras va bebiendo a sorbos su café.
 

A sus pies el santuario del agua de la vida de los sueños.

 
Y algo más lejos, en la ventana del restaurante del Flambryggia, me tiene a mí desayunando. A mí en otra dimensión de ideas. A mí en otra decisión. Me tiene a mí en una realidad tan paralela como real es el imaginario de nuestros pensamientos más potentes.

 
Y, como tenía previsto en este viaje relámpago, empieza a escribir componiendo los sofismas que me hacen desaparecer de aquí, para trasladarme para siempre a la realidad de ella.