jueves, 22 de septiembre de 2016

Quiero ser tu Japón

Tú. Apareciste tú. No lo quería. Pero ya estabas. Tu mundo me arrastraba. Tú. Aun sin habernos dicho nada. Amanezco en tu mirada. Dos perseidas esmeralda. Y yo. Que no se muy bien si. Que soy más bien de allí. De sures y caracolas. De Egeo y revueltas Jonias. Pero tú. Apareciste tú. Entre líneas y proyectos. No hay más sitio para versos. Aunque mis sueños, los trazas y rediseñas. Los mides y los piensas. Los alzas y proyectas. Tú. Te marchas a Japón. Y quiero ser tu Japón. Y convertirme en insecto disecado. Para que me destripes y disecciones. Permanecer a tu lado. Tú. Con tu voz rota, tu deje murciano. Ojala hubiera tenido a alguien, que me siguiera a cualquier parte. Hasta el otro lado del mundo. Hasta Japón. Ojala me hubieras roto el corazón. O sólo necesitado. Debería haber parado, el mundo, para gritar "Quédate a mi lado". "Sígueme a mi permaneciendo aqui". Que yo quiero ser tu bióloga. Quiero ser tu Japón. Olvidaré cualquier rebelión, mitilénica o sáfica. Me tendrás en el salón, recostada frente a la chimenea, como una piel negra de pantera, a juego con tu cabello. Fuego. Invade mi interior. Quiero ser yo tu Japón. (Aunque dure menos de minuto y medio, y luego, me vuelva a mi Universo de sures, de caracolas, de sueños).

domingo, 28 de agosto de 2016

Ya fuimos inmortales

Primero fue el origen de todo. De la vida. Tierra virgen. Las primeras bacterias. La era Eoarcaica. La Paleoarcaica. El rayo de sol en alguna célula dentro del mar. Y surgieron como por arte de magia los procariotas, los eucariotas. A ellos le debemos tanto y sin embargo ni les rezamos. Ni sabemos su nombre. Pero. Sigo. Y. Le sucede el periodo Ediacárico. El protagonismo es de las primeras esponjas, las algas, y los hongos. Luego fue la explosión cámbrica que lo originó todo. TODO. Y a las esponjas algas y hongos les suceden los artrópodos y otros animales. Los anfibios. Los amniotas. Y después los mamíferos y las aves. Seguro que algún gato alado. Seguro que algún dragón.  Pero de estos dos no se han encontrado fósiles ni huesos. To-da-vía. 

Darwin y la teoría de las mutaciones en la recombinación genética lo olvidó. Olvidó que ya fuimos inmortales.

La era Mesozoica y los primeros dinosaurios seguro que si te suenan. Después, mucho después aparecen las primeras hormigas. Y el australopitecus.

Debemos rondar la era Cenozoica cuando aparecen de los murciélagos.  Las mariposas. Las gramíneas. Poco después aparece nuestro ancestro el homo hábilis, y el naledi, y se suceden los rudolfensis, egorgaster, georgicus, erectus, cepranensis, antecessor, todos ellos homos sin una sola hembra. Extraño. Y después el homo heidelbergensis, florecientes, rhodesiensis, el hombre de neandertal. Aquí comienza el Holoceno y con él el homo Sapiens idaltu y el Sapiens Sapiens. Lo olvidaba. Con ellos primero fue la rueda. Luego el fuego. Y luego el tener un animal de compañía.  Los primeros lobos domesticados. Para seguir con el-perro-el-mejor-amigo-del-homo Sapiens-Sapiens. 

Y este hombre moderno pudo vivir hasta los 30 años. Y hasta los 40. Gracias a las vacunas, médicos y dentistas supo luego vivir hasta los 50, 60. Y hasta los 80, 100. Y hasta los 120 y 150. Y descubrió que se convertía en aquello que pensaba. Descubrió la fuerza que tenían sobre él los pensamientos. Y los pensamientos ganaron a su físico. Aprendió la hiperincursion. Teletransportarse y a viajar en el tiempo. Supo conectar cada noche su mente a un disco duro para que sus pensamientos le perduraran. Hasta el punto de tener que protegerlos más que su físico. La ciencia y la sanidad cayeron a los pies de la inteligencia artificial. Y copias de seguridad se ingertaban en los nuevos nacidos para que continuara la vida del fallecido y pudiera completar el plan. Hasta que el plan fue trasladarse a ese mundo virtual, inmortal, junto a todos sus animales y seres queridos para-siempre. El precio era dejar de sentir hambre o frio. O un vaso de agua fría atravesando la garganta sedienta e invadiendo el pecho. El precio por mudarse al para siempre sin retorno. Y así empezaron a vivir los homo intelo infinitis en un espacio comprendido entre el todo y la nada. Porque de tan intelecto eran insustanciales y de tanta ciencia inmortales. Invisibles aunque suprarracionales. Y la vida física desapareció. Y la materia. Y el aire infinito acogió las partículas de vida inteligente. 

La tierra comenzó a ganar por naturaleza lo que la mano del hombre había arrebatado, destrozado. Triunfó el verde y destruyó arquitecturas. Pasaron millones de millones de años. Desapareció todo vestigio de vida humana física. Y el intelecto impalpable invisible inefable adquiría más poder y mayor expansión. En lo visible, una nueva capa cubrió el antiguo límite de la geosfera. Nueva corteza que todo lo enterró.

De nuevo nada. 

La nada.

Durante mucho tiempo.   

Mucho.

Hasta que.

Como si hubiera ocurrido por primera vez, fue primero el origen de todo. De la vida. Tierra virgen. Puede que bajo alguna otra mutación. Puede que descubriendo, en algún momento, que ya fuimos inmortales. O. Puede que no.

domingo, 1 de mayo de 2016

No se puede escribir un buen poema. No, ya no se puede. No en estos días que no son los de antes. Antes al dictado de las vísceras. Al compás del estandarte. A unísono del abismo. Al tic tac que siempre arde. Ellas estaban volando. Y yo les hacia formar parte. Hasta estrujarlas y verter su último hálito, su última gota de sangre. Pero los días que son los de hoy, no son los días de antes. Y no es que las musas se hayan ido. O que estén desnudas y amándose. Si no que vuelan continuamente conmigo. Pero hoy, no hay quien las atrape.

No. No se puede escribir un buen poema. Ya no se puede. Necesitaría una radial. Y un valle de espinas que las marque. Para que todo lo que hoy no escribo, no vaya a aquel lugar que es ninguna parte. Y no se pierda en el limbo de lo que nunca podré contarte. Pero es que no consigo, en los dias del hoy, escribir y pararme. Y aquello que se me ocurre y no escribo, lo sé, no volverá a iluminarme. Y cual macabro castigo, dejará de ser para no ser más que un vago olvido de recordar el olvidado momento de arranque de aquella que no soy yo cuando escribo. Siendo tan yo, por otra parte.

No. Hoy no se puede escribir un buen poema.
Pero cuánto prefiero estos a los días de antes.