He sufrido una intoxicación por un amor en mal estado.
Para ser honestos, y aunque reniegue de estas palabras
cuando pasen dos segundos, padezco de la tripa en numerosas ocasiones. Es mi
talón de Aquiles. Digo que renegaré de estas palabras porque tengo complejo
físico de toro y de roble (y bien orgullosa, por cierto). Y cualquier detalle que
me lance a la pira de las debilidades será desechado por mi caprichoso carácter
en un futuro inminente en el que, de todas las mujeres que seré, no
vuelva a ser la que escribe estas palabras.
La última de mis hazañas (valentona corsaria) ha sido
sucumbir a este amor en mal estado, y heme aquí, retorcida en mi misma, y en el
lecho de unos recuerdos alienados. Intento no quedarme dormida, porque sé
significará una y otra vez revivirlos de forma intensa y real, para luego
despertarme rebautizada en posos de sudores de unos tropos infestados.
Al tragar, tengo en la garganta el regusto de paloma enferma
intentando entonar maltrechas églogas. Mi piel tiene el color amarillento de
los mil ocasos que nunca fueron. Y mis ojos ausentes se han perdido en alguna
quimera en la que un día creyeron aún más que yo.
Acabo de poner una denuncia en el “Juzgado de Instrucción
que por turno corresponda”. La he redactado formalmente cual excelso abogado.
Identificando el tipo de injusto, la antijuricidad, la culpabilidad y el nexo
causal, aun a sabiendas que poco seguimiento de ella se hará: este todavía no
es un delito tipificado. La actual justicia sigue muy por detrás de la sociedad
y a duras penas recoge la realidad de nuestros mundos.
Así que lo siguiente que he hecho es ponerme a buscar en la
web algún caso parecido al mío. Hay veces en las que no sabemos dónde ir a por
aquello que hemos perdido dentro de nosotros. En un arrebato de irracionalidad,
encuentro algo parecido a lo que aferrarme, como una pobre dipsómana que
buscara en la dársena de alcohólicos anónimos algún caso similar, no sé yo si
para apoyarme en ellos o bien para reírme despiadada.
Requebrada entre las imágenes del rigor de su rostro y el
epitafio de sus risas, vuelvo a encontrar en la web algo que me alienta a
relativizar mis males. Es la siguiente noticia con un titular que reza así: “un
poema en mal estado intoxica a 13 personas de melancolía”
Me tranquilizo. Al menos mi enfermedad no es fruto de un
lirismo metafísico, con las consiguientes psicopatías imbricadas por
entelequias que imposibilitan diferenciar lo real de lo irreal. No. Mi
enfermedad es producto de un hecho palpable tan intenso como cierto que, al
cabo de demasiado tiempo y como preveían todas las codificaciones científicas
que un día se escribieron, ha caducado.