¿Dónde estás, amor? Hoy que ha venido tu lengua a
buscarme. Y está en mi boca. Como una fruta de melancolía. Fría. Dulce.
Acuosa. Indemne. Herida por tu luz.
¿En qué lugar del mundo, mientras yo abro y cierro
puertas, está batiendo el viento sobre el rostro de una niña pecosa, furioso
como el clima de su pecho sembrado de estepa blanca, y dulce como las tardes de
ayeres cargados de dijes entre calendarios arcanos evadidos de la forma más
sutil, del último rincón del Universo?
¿Qué increíble chiste te hace reír, de esa manera
absurda, de esa adorable manera, mientras el mundo entero se retuerce ante tu
paso, consciente y debilitado, al no llegar a ser jamás, de entre todas las
mujeres que un día han sido, aquella cuyo amor desfallecerá en tu abrazo?
¿Qué haces? Di. ¿acaso lloras frente a ese mar
infinito que te devuelve su infinito y aprisionas en los ojos para mirar, de
esa ardiente manera, tu nueva presa?
Amor, amor. No sabes lo desierto que queda el mundo.
De qué forma, cada puerta que abro en este Universo en el que sé no podré ir
a buscarte, me abofetea con una habitación gélida y desolada que sola, se va
extinguiendo eternamente.
Amor, amor. Yo también. Te recuerdo y me extingo. Te
dibujo y me extingo. Claudico y me extingo como un dibujo de sangre arrojado a
un inmenso océano que me borra con su fuego. Pero nunca me cansaré de recomponer tu
rostro cantando al volante. Recitando aquellos versos de Borges junto a la
chimenea. Abrazando delicadamente mi cuerpo sacudido por tu mar. Amor, amor. Me
extingo en cada recuerdo. Mientras todo agoniza. Y mientras sé exactamente en
qué rincón de este Universo ya nunca podré ir a buscarte.