Sin un motivo especial, Acostumbrábamos a vernos en el jardín
botánico a escondidas. Tu entrando por la calle beat gaspar bono y yo Viniendo
de la plaza san sebastian por la calle quart. Yo te esperaba mientras hacia que
leía aquello del polen y las flores: "las flores son el aparato reproductor de
las plantas. Producen gametos femeninos (óvulos) y masculinos (polen). El grano
de polen es por lo tanto, la estructura que porta el gameto masculino"
Simulaba sorprenderme con tu simulado susto habitual. Me reía y te reías.
Era entonces cuando, sin un motivo especial, recorríamos el jardín abrazados
como si fuera nuestro particular rincón del mundo. Nuestro particular laberinto
inventado.
Yo me sorprendía con la imponente curva del tronco del cocculus
laurifolius. Y tu con la altura del tipuana tipu de sur América. Nos pasábamos
horas inventando lo que haría en Valencia una especie similar.
Sin un motivo especial así discurrían las tardes y los días. Inventábamos
historias sobre cada uno de aquellos árboles. En un lenguaje nuestro privado. En
nuestro propio paraíso terrenal.
También ocurrió que un día, sin un motivo especial, descubrimos aquel magnífico Ginkgo
biloba, árbol de los mil escudos, que provenía de la lejana China. Nos dejó tan
de piedra que tardamos semanas en volver a hablar.
En una fresca tarde de verano, bajo el quercus hartwissiana, Roble hermoso
de hartwiss de Asia menor, nos besamos. Y pocos meses después,
sin un motivo especial, bajo el mismísimo árbol de los mil escudos nos
prometimos amor eterno.
Ocurrió otro día que nos escondimos del vigilante y no salimos a la hora de
cierre del jardín. Nos sorprendió el amanecer abrazados bajo el casuarina
cunninghamianna australiano. Y allí fue donde el amor nos hizo por primera vez.
La vida iba pasando entre esas tardes y paseos, sin un motivo especial. Y
sin un motivo especial fuimos creciendo. Entre jacarandas, plátanos de sombra
balcánicos. Olmos de montaña euroasiaticos, Nogales De la América boreal. Entre
palmeras de sombrero caribeñas, cocolobas peltatas brasileñas. Entre algunas
fuentes, muchos gatos, y aquellos invernaderos en los que nos escondíamos y nos
abrazábamos cuando el frío no nos dejaba pasear.
También ocurrió sin un motivo especial, debajo de un tejo de hokkaido
japonés, que pronunciaste el primer "ya no te quiero".
Y apoyada en el Tilo de oliver te llore una vez más.
Tal vez ese fuera simplemente un jardín botánico en medio de una humeante
ciudad. Pero allí es donde empezó mi vida. Y las tardes en las que me embriago
de nostalgia, me gusta venir a pasear. Todo es mucho más pequeño que lo que
alberga la habitación de mi memoria de niña.
Vengo aquí, sin un motivo especial.
Puede que alguna tarde en la que me incrusto en los pliegues de mi memoria, aparezcas mientras hago que leo aquello del polen y
las flores