domingo, 1 de noviembre de 2015
Dalida "Il venait d’avoir 18 ans”.
Acababa de cumplir 18 años. Bello como Apolo, fuerte como el
David. Era un verano, evidentemente. Y al verlo conté, lentamente, mis noches
de otoño sin dormir. Mis amaneceres sin sol.
En un gesto automático, ordené mi pelo. Y yo que no me pinto
nunca, me convertí en Donatello, y abordé mi pulso para bordear en un impulso
negro mi mirada dominada, de repente, con un único pensar. El me miró y bromeó
no sé con qué. Hubiera dado yo que sé por seducirlo yo primera.
Acababa de cumplir 18 años. Avanzó hacia mí como si aquella
victoria fuera su mayor argumento. No me habló de amor en ningún momento.
Decía, las palabras de amor son perecederas. Y el presente sin embargo, dura la
vida entera. Me habló de amar por el gesto. Y me desabrochó las ganas,
improvisó un lecho bajo la única noche estrellada, que se desplegó en un enorme
cielo azul.
Acababa de cumplir 18 años. Aquello le hacía casi insolente.
Desbordando tanta seguridad, intensamente. No me lo podía quitar de la mente.
Bello como un Dios. Mientras se vestía y todo en su cuerpo ya no volvía. A
pesar de que era lo que toda yo quería, no lo fui a retener. Sin hacer un gesto
dijo “no ha estado mal”. Con un candor infernal, de su adolescencia.
En un gesto automático, ordené mi pelo. Y borré de mis ojos
el color desbordado. Simplemente había olvidado, que tenía dos veces 18 años.
Versionando Loreto S.
Estaba loca, completamente loca,
Y reía tanto que te arrastraba a ti.
Era bellísima, con esa fuerza extraña.
Imposible dejar de mirarla, dejar de sonreír
Y bailaba frente a las vitrinas sin pudor.
Y cantaba en su coche mil color
Y salía. Y bebía. Y más bailaba.
Y luego no se acordaba de nada.
Cuando se iba te mataba.
Y te devolvía la vida al aparecer.
Estaba loca de cojones.
Si te tocaba, te abrasaba la piel.
Era dura. Era distante.
Era incluso arrogante.
Pero era dulce y delicada.
Y te hacia sentir deseada.
Dormía poco.
Amaba mucho.
Amaba más que los poetas premiados.
Más que en cualquier literatura.
Se enamoraron de ella las bestias.
Se enamoraron los curas.
Amaba tan apasionada,
que sus víctimas jamás se recuperaban.
Era jodidamente ente perfecta.
Su único defecto era yo.
M. Sánchez versionada.
No, no quiero tu abrazo. Tu no sabes abrazar.
Para dar un abrazo en condiciones hay que haberlo extrañado mucho. Hay que haberlo extrañado bien. Los que nunca pudieron despedirse saben bien de lo que hablo. Los que nunca se atrevieron a pedirlo, también.
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