Hoy hace
un año.
Parece
haga diez. Parece fueron dos meses. Una semana. Un día. Una hora tal vez.
Desde
aquel hermoso rostro. Iluminado por tu lumbre. Dicen la noche confunde. Pero
nunca nadie fue más fiel. (Yo sigo con tus alas pintadas). Hoy hace un año.
Parece haga diez. Desde que no te he vuelto a ver.
Tú no
andabas, levitabas.
Cada vez
que aparecías, me flaqueaban las rodillas, de pura turbación. Creía verte en
cada rincón. Yo siempre con la respiración entrecortada. En la garganta el
corazón. Con el más ardiente deseo, la más paciente impulsión. Verte liberaba
lo más escondido de mi interior. Fuiste la criatura más perfecta que nunca
soñé. Pero, no me enamoré
No eras
común, eras maga.
Todos
mis amaneceres los creabas, con ese pincel personal. Me enseñaste a elevarme a volar.
A ser cómo tú lo eras, mi permanente, tu incondicional. Y contamos todas las
estrellas del cielo. Una a una me las entregaste desde tus dedos. Y me apropié
de todo aquello que existía dentro de ti. Fui la más amada. La más feliz.
Envuelta en la perfección que nunca imaginé. Pero, no me enamoré.
No
sonreías, reías a través de los cielos.
Recordarte
reír como solías hacerlo, me vuelve a estremecer. Mi corazón dejaba de serlo
para irse a morir junto a ti. Era algo ajeno a mí. Y yo vibraba al verte reír,
al compás de un violín junto a su violoncelo. A mis pies se rendía el mundo
entero. Sólo tú lo conseguías hacer. Pero, no me enamoré.
No me
besabas, me inundabas entre arpegios de auroras infinitas.
Entre todas
las palabras secretas y las miradas nunca dichas. Para volverme a pintar las
alas todas las mañanas, con el cuidado de un excelso luthier. Eras todo lo que
en mis sueños ansié. Pero, no me enamoré.
No me
amabas, hacías lo que las olas a la arena.
Como si
todas las noches fuera luna llena, e in crescendo se aumentara tu temporal. De ese
modo tan especial me repetías tus palabras al oído. Esas que nunca yo había
oído. Que me hechizaban y emborrachaban. Embrujada por ellas, regías mis días.
Y me arrojabas a tu abismo al revés. Pero, no me enamoré.
Eras
fuego, apasionada.
Eras
dulce y determinada. Eras fuerte y preciosa. Olías a mayo y fresas rojas.
Tenías la piel de seda, confidente de las estrellas. El Universo era tu aliado.
Eras el ser más bello del futuro presente y pasado. Era delicioso ver tu cuerpo
esbelto, dorado como un desierto, todo a lo largo de mi cama estirado. Y tu
cabello en mi almohada desplegado. Recuerdo cómo era cuando todo en mi interior
se irradiaba al a tu lado amanecer. Pero, no me enamoré.
No
vivías, eternamente jugabas.
Con la
inocencia de una chiquilla brillabas y bailabas. Con aquel entusiasmo tan genial
en el que a todos arrastrabas. Y esa transparente naturalidad en la que me envolvías.
Vida en su pura esencia, me estremecías. Y me encantaba observarte en silencio,
deseando que yo, a tu lado tan aburrida, te gustara un poco más cada día… tanto
te admiraba. En mi espina dorsal te incorporé. Pero, decía, no me enamoré.
Hoy hace
un año.
Parece
haga diez. Parece fueron dos meses. Una semana. Un día. Una hora tal vez. (Yo
sigo con tus alas pintadas). No he dejado de pensar en ti ni un solo día de
estos 366. Pero, no me enamoré.