La perdió y ahora la busca.
En cada catre cutre, en cada hostal, en cada hotel.
La busca entre mujeres con todo tipo de nombres. En la noche, en los bares, en el día, en la música, en la hiel. Fue suya. Fue tan suya que le parece cruel.
Ella, él lo sabe, nunca se había entregado tanto. Ella no fue con nadie como lo fue con él. Se desnudó la ropa, la piel, el alma. Sin embargo, él la dejó marcharse. Sin un “espera”. Sin un “perdona”. Sin un “a partir de ahora hagámoslo bien”.
Seguramente, fue cobarde. Seguramente, su ego empañado de desdén no le dejó reconocer que, en el amor, no todo vale. En el amor no vale posponer. No vale, cuando urge mantener conversaciones vitales, actuar como si nada. En el amor no vale hacer y deshacer. Ni hacer todo eso que la lastimaba. En el amor no vale mostrar indiferencia ni falta de empatía ni altivez. En el amor no vale no escuchar, ni vale no estar nunca disponible. No vale no tener nunca ganas, de verla. No crear proyectos. O priorizar todo menos a ella.
Él creyó, desde su soberbia, que ella estaría siempre ahí. Él creyó, desde su egoísmo férreo, que ella permanecería así. Esperándole. Aguantando sus desaires, sus siempre te dejo para un después. Un después que un día fue un nunca.
Ella se cansó de esperar esas ganas. Esas demostraciones de amor. Esos detalles. Esos abrazos. Esas caricias al alma. Y todo eso que él nunca le dio. Y. Se fue.
Y ahora, él busca un pedacito de ella en cada mina. En cada esquina. En cada sorbo. En cada letra. En cada madrugada. En cada atardecer. La busca entre mujeres con todo tipo de nombres. En la noche, en los bares, en el día, en la música, en la hiel. Fue suya. Fue tan suya que… Y entonces aprendió la lección bien: todo vuelve, menos la única mujer que lo amó en serio. Y. Cuando la tuvo, no la supo ver.