“Oh, Critón, debemos
un gallo a Asclepio. No olvidéis esa deuda”. Sócrates al pronunciar esas
palabras tenía ya casi frío el vientre. El suministrador de la cicuta les dijo
que, cuando le llegara al corazón, moriría.
Platón nos cuenta en el Fedón, muchas de las cosas que el
maestro de la mayéutica (tan fiel a la profesión de Madre) nunca paró a
escribir.
No sé cuantas veces habremos de sentir exactamente igual
esa cicuta subiendo lentamente por nuestros cuerpos, con idéntica congelación
ascendente, como liba por un cuerpo los abismos de aquella emoción de la que
desconfío llamada nostalgia, porque siempre me remite a un pasado que, desormais, no tiene opción alguna de
retorno.
Colocándome por encima del bien y del mal, dejo que todas
las lenguas de los amantes que un día fueron, expugnen de mi cuerpo recensiones
apasionadas. Como en la salmodia de los poetas que nunca lo fueron. Por la
nostalgia de todo aquello que nunca ha sido. Yo si. Sé morir. Estad tranquilos. Mostraos
fuertes.
Y dichas estas palabras, bebió el veneno, conteniendo la respiración, sin repugnancia ni dificultad. Hasta ese momento todos habían podido contener el llanto; pero cuando lo vieron beber ya no lo hicieron. Platón mismo, lloró contra su voluntad, lloró por sí mismo, por su propia desventura al verse privado de tal amigo. Critón, que había empezado a llorar antes que él, se había levantado. Y Apolodoro, que no había cesado un momento de hacerlo, rompió en demostraciones de indignación. No hubo nadie de los presentes, salvo el propio Sócrates, que no se conmoviera. Y entonces les dijo: “¿Qué hacéis? Si mandé afuera a las mujeres fue para que no llorasen pues tengo oído que se debe morir entre palabras de buen augurio. Ea pues, estad tranquilos. Y mostraos fuertes”
Fragmentos del Fedon, de Platón.
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