Bien. De nuevo. Curiosamente, cada cosa
está en su lugar. En casa, las tazas de té están en su sitio exacto. Las
sábanas de invitados. La ropa de verano. Incluso podría encontrar, cerrando los
ojos, la estantería en la que ella guarda nuestros pijamas de invierno,
perfectamente doblados, con una o dos bolas de naftalina.
Puedo con esta nueva mirada, apreciar
también esos detalles que únicamente ocurren con el paso de los años. El jardín
ha florecido y crecido en cada uno de los rincones. Y aquellas flores que
plantamos. Y el abedul. La Rosalba. Los cipreses que medían dos palmos ya
alcanzan a los campanarios.
Agradezco las horas tranquilas. Las horas
calmosas del final de esta tarde. Del día de hoy al que aboca todo este pasado.
Llegué aquí amoratada y arañada. Débil. Arrasada. Hace mucho tiempo ya.
Hoy mi seguridad es tan sólida como las
tapas de esos libros de colecciones que nos encanta leer. En los que nos
apoyamos ella y yo para hacer tantas cosas cotidianas. La buganvilla del color exacto que
ella escogió hace años, rodea la verja que hemos construido a base de todo este
tiempo. Como para proteger este paraíso particular, solo nuestro.
Ella, arrellana su cuerpito en la butaca blanca de mimbre, bajo su eucaliptos
preferido. Lee. Esa preciosidad delicada de piel blanca que está ahora sumida
en el mundo de su lectura, me ha dado tranquilidad. Toda la serenidad que
necesitaba para reconstruirme.
Yo, al otro lado del jardín, la observo. Observo todo. El resultado.
Y a penas puedo mantener mi taza de café
en la mano. Tomo consciencia de mi vida. De todo eso que se ha construido. Que
hemos erguido. Esa costumbre que me ha devuelto a la vida. Toda esa serenidad
que he confundido con la felicidad.
Parpadeo. Intento erradicar este sentimiento asfixiante.
Pero soy incapaz.
La cruda realidad siempre llega con aquello que uno siente.
Y es que siento que todo es un decorado.
Mi perfecta y trabajada vida es un teatro.
No significa
nada.
Algo en mi interior ha desencadenado un
tic tac. Pienso para mis adentros ¿Cuántos minutos quedan para que la amenaza
llueva sobre este espacio cuidadosamente inviolado? Para que empiecen las
lágrimas. Las acusaciones. El dolor. ¿Cuánto queda para que ocurra que deje de
poderlo esconder? Que vea la luz lo que acabo de alterar para siempre.
Ella no sabe nada todavía. No sabe que
acaba de empezar la invasión más cruenta. Que se van a tener que revisar todas
las geografías. Todos los portulanos. Todos los mapas del universo. Cada uno de
los atlas de mar.
El territorio
que ella creía suyo, que yo también creía suyo, ha sido anexionado.
Has regresado a la ciudad.
Te acabo de ver.
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