Primero hubo que lograr la bipedestación. Hasta entonces no
pudo acomodarse el cráneo sobre la columna en la forma en que está insertado
hoy, muy diferente de los cuadrúpedos.
A partir de ese momento, el cuello pudo alargarse de la manera precisa para
conseguir que la laringe, órgano de fonación imprescindible, junto con las
cuerdas vocales para articular las palabras, se situaran justo por debajo de manteniendo una forma de perfección sonora que no está
en los otros animales.
Los simios no pueden hablar pero en cambio, parece que
pueden beber y gruñir al mismo tiempo. Cosa que los recién nacidos también
pueden hacer. Los mayores ya no, porque al crecer e incorporarnos, la laringe
se desplaza a una posición inferior, lo que nos proporciona una facilidad de
modulación en la cavidad bucal.
Cuantas transformaciones del esqueleto. De la Fisiología. Cuantos
pequeños cambios consecutivos a lo largo de los siglos y milenios. Cuanto
tiempo ha hecho falta para poder convertir los sonidos animales en sonidos
articulados. Para poder dotar esos sonidos articulados de significado hasta
lograr el lenguaje. Cuanto esfuerzo del universo existe detrás de cada palabra.
Cuantos años de evolución para que hoy yo te pueda decir un “Te
quiero”.
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