domingo, 24 de agosto de 2008

Ilusiones 570

ALEX

Después de su habitual retiro anual, solitario, en Noruega, muy cerca del Dalsniba, en la cabaña que tenía reservada desde hacía 10 años y a la que volvía como el que vuelve a su casa de la Sierra en vacaciones, llegó a aquella isla. Todavía no se había adaptado. Demasiadas horas en solitario le hacían adquirir cierto aire salvaje en su comportamiento. Le hacían posicionarse con cierta incomprensión hacia el mundo en el momento de regresar a la civilización.

Después de los progresivos viajes entre amigos, de los viajes en pareja, y de los viajes en solitario, a medida que fue madurando, necesitó utilizar todos los días de sus vacaciones que agrupaba en 30 días continuados, en aquellos retiros. Empezó alquilando una cabaña en Argentina, en una islita del río Tigre, de Buenos Aires. Fue el primer año. Y a pesar de encantarle el concepto, no le terminó de gustar el entorno, demasiado turístico. Por eso cambió a Bulgaria, donde repitió tres años seguidos alquilando una cabañita por los Pirin Montains, cerca de un río, y de nada más. Allí fue cuando empezó a escribir de verdad. Los primeros días pasaban más lentos, hasta conseguir avituallamiento y encajar su aliento entre las paredes de madera. Al frío de las montañas. A la humedad del río. Adaptarse al silencio, y a su cuerpo, a su peso, y en definitivamente, adaptarse a él. Aguantar estar consigo mismo 30 días seguidos con sus 24 horas. Sin nadie más. Era un ejercicio. Solo valían paseos, footing, comer, leer, dormir y eso si, escribir. Escribir con su ordenador portátil, y a veces, su lámpara. Páginas y páginas.

Su extrema sociabilidad le obligada a estas limpiezas. De joven se hubiera tratado a sí mismo de loco. Sin embargo a medida del paso del tiempo, solamente ese mes le permitía crecer de forma desproporcionada. A veces se llevaba libros de arte, otras veces de historia, otras veces libros cualquiera… que desmenuzaba, releía, interpretaba, analizaba… Volvía alegre, sus amigos no entendían donde se había metido, pero tampoco preguntaban mucho, porque sabían que de nuevo entre ellos, estaría dispuesto y disponible para todo. Siempre. Igual que en el trabajo. Destacaba entre los mejores. Más sociable, más analítico… un líder entre líderes, un motor para su entorno social, un pequeño motor para la humanidad.

Más adelante le hablaron de Noruega. Y con bastante temor, cambió su destino búlgaro. Temor porque iban a ser 30 días entre unas paredes ajenas, una madera nueva que no reconocería ni su tono de voz ni su risa. Ni sus achaques de gritos ni sus saltos de alegría. Pero pronto se acostumbró. El cambio era a mucho mejor, sobretodo a partir del segundo año, cuando hizo coincidir ese mes con los paisajes impresionantes, atardeceres de auroras, que pasaba observando el lago y sus mil colores, cerrando mentalmente asuntos pendientes, y poniendo orden en sus ideas, y cuando todas ellas ya estaban perfectamente encasilladas, pensaba tranquilamente en la infinidad de ideas nuevas, en cosas en las que podía pensar solo cuando el tiempo lo permite. Ideas esbozadas en la frenética actividad, que se transforman en brillantes con la ayuda del tiempo y de la precisión. Y luego, solamente luego, se dedicaba a no pensar en nada.

Llegar a esa isla le recordó la sensación de esos retiros en los que, por su puesto, llegaba el ecuador en el que creía que iba a perder el norte sin poder hablar con nadie, sin aguantarse, sin ser capaz de rellenar una hoja… En los días que se pasaba durmiendo sin levantarse, o los que pasaba demasiado activo, demasiado emocionado, promoviendo mil ideas para poner en práctica, para solucionar tantas y tantas cosas…

Pensaba en todo eso apoyado en el balcón de su nuevo apartamento que daba a la bahía. Trabajo nuevo. Tenía una vista que, no era comparable con la del lago Dalsniba, pero era entretenido observarlo e incluso, de noche, los barcos como bailando sobre un agua tranquila volvían como en un ceremonioso ritual.

El sonido de un teléfono apartó toda la sensación de tranquilidad que, curiosamente, había sentido a pesar del duro día de trabajo.

- Si, ¿diga?
- Hola, buenas noches – sonó una voz demasiado alegre, acompañada como con un suspiro de alivio, de alegría -
- Buenas noches ¿quién es?
- ¿quién es Usted? – repitió la voz alegre, como exigiendo un derecho a saber.
- Pero si me ha llamado Usted.
- Si, pero no se con quién hablo…
- Mire… se equivoca.

Alex colgó el teléfono.
No le dio la mayor importancia. Quería recargar pilas lo más rápido posible y el nuevo entorno, a pesar de la tranquilidad y el olor a sal que se respira, era ajeno a él y no le daría, hasta la costumbre, un descanso automático… No le preocupaba puesto que tenía energía de sobra… Estaba convencido de que esos retiros le regalaban años de vida y meses de energía… Dudaba de la fuerza del individuo en sociedad… y se quedó durmiendo sopesando ese pensamiento.

Al día siguiente, después del mismo día duro de trabajo, le volvió a sorprender el teléfono…

- ¿Si, diga?
- Hola, buenas noches. – De nuevo una voz demasiado alegre para ser desconocida.
- ¿quién es?
- Buenas noches. ¿quién es Usted?
- Mmm… yo soy… Alex… ¿pero quién es Usted? Hágame el favor que son las 12 de la noche…
- Alex. Muy bien Alex. Encantada. Yo soy Elena.
- ¿Elena…? No la conozco yo a Usted de nada, ¿vedad?
- No.
- ¿y que es lo que quiere?
- Hablar con Usted
- ¿No se da cuenta de que se está equivocando de nuevo…?

Colgó de mala gana. No estaba dispuesto a perder un minuto más de sueño…

Y fue así como el teléfono de la casa de Alex sonó puntualmente, a diario, a las 12h de la noche. De forma incansable.

Y así fue como, en cierto modo, con el paso del tiempo, esa llamada fue esperada por el, de forma inconsciente... Sonaba el teléfono 6 veces, una única vez. Era el único sonido de las noches abiertas. De esas noches nuevas y húmedas de su vida. Un húmedo silencio que a veces decoraba el sonido de algún barco, y con exquisita puntualidad, un teléfono.

Lo que en un principio le pudo resultar tétrico, se fue transformando en algo reconfortante… y lo que empezó siendo molesto, se fue transformando en algo esperado. El esperaba esos 6 tonos, apoyado en el balcón, disfrutando de la tranquilidad del verano, y de su nueva vida… Y luego,…luego ya se podía ir a dormir.

Los días pasaban a veces más rápidos. A veces más lentos. Pero todas las noches pasaban lentas. Había dejado mucho atrás. Puede que los motores se resignaran a arrancar de nuevo. Puede que su pulso le exigiera un suspiro. Puede que la pérdida era tanta que pesaba más de lo que se hubiera podido imaginar, anclada a un recuerdo todavía demasiado fresco. Algunas noches se odiaba por tener esa memoria tan afilada. Sería mucho más sencillo pasar las noches con menos detalles rondando por ellas. Sería mucho más sencillo olvidar las cosas sin pensar. Creerse que nada de eso había ocurrido, o por lo menos difuminar el detalle de todo lo que había ocurrido… Pero eran tantas las noches que había estado acompañado, y tan intensos los recuerdos que a menudo, le seguía latiendo el corazón.

Por eso es que las noches si que pasaban lentas. Todas las noches pasaban lentas…

Fue al cabo de unos 20 días, que mientras, apoyado en la barandilla de su terraza, temió que las llamadas cesaran. Temió que las 12 no fueran acompañadas de ese pequeño ritual, de su ritual, en el que él era un Dios, y una extraña desconocida bailaba alrededor de una fogata pegando brincos y haciéndole reverencias que él, ignoraba o simulaba ignorar… era de alguna manera un Dios para alguien, y temió que ese alguien dejara de acordarse acordara si o si de él, al otro lado del teléfono, y de dar con él, a pesar de aquella manera tan extraña…

Por eso fue que, al cabo de unos 20 días - o puede que por muchas cosas más, puede que por la incansable insistencia, puede que por una nueva soledad que no recordaba haber sentido nunca antes, ni en los solitarios retiros en los que tenía consciencia de su propia presencia mucho más que cualquier cosa - una noche, se acercó al teléfono segundos antes de que sonara, para poderlo descolgar.
- ¿Si, diga?
- Hola, buenas noches Alex - De nuevo esa voz dulce, tan alegre que podía describirla como un poco cantarina, a la vez un poco melancólica…
- No te vas a cansar nunca… como te llamabas… ¿Elisa?
- No, soy Elena, Elena Alex.
- Bien Elena, dime que es lo que quieres. Llevas llamándome todos los días durante este mes a las 12 cada noche… ¿te crees que es forma de vivir? ¿Que es lo que quieres?
- Solo llamar.
- ¿solo llamar?
- Si…
- ¿Te conformas con eso, llamar?
- No se no hacerlo.
- ¿Pero se puede saber a que número llamas?
- Al 971 316555
- ¿Y porqué?
- Porque llevo haciéndolo desde hace mucho
- Ya pero antes te descolgaría otra persona. Otra persona que ya no está aquí, así que ya no tiene sentido seguir llamando a este numero.
- No puedo no hacerlo,
- ¿Por qué repites eso?
- Porque llevo llamando desde hace años, ¿entiendes?, todas las noches a las 12. Yo llamaba. Y él me descolgaba. Para charlar. Solo charlar. Ahora lo único que me queda es esta línea. Creo que no soy capaz de dormir si no llamo antes. Si mis músculos no se contraen para marcar este número, si no descuelgo el teléfono e intento llamar. Es lo único que me queda. Lo único.

Alex entendió entonces que se trataba de una extraña cuestión de supervivencia.
Sin ninguna otra lógica que poder analizar.
Elena era agradable. Decidió hacer por primera vez lo que no se hubiera imaginado unas horas antes, que era darle pie a esa chica psíquicamente desequilibrada… apartando la curiosidad de encontrar una lógica a sus llamadas, y dejando ese tema zanjado para ninguna pregunta más.

- Bueno Elena, y de donde vienes
- Vengo de la playa. Me gusta bañarme por la noche, cuando ya no queda nadie más que la noche, el mar y yo…

Indiscutiblemente no era una chica normal. Pero el tono de su voz y la imagen del baño hicieron que a Alex le agradara imaginarla. Se empalmó.

- Bueno Elena, me voy a dormir.
- Gracias Alex,… hasta mañana.
- Hasta mañana….

Y colgó bastante consciente del tremendo engranado que podrían encadenar estas llamadas sin sentido.

De nuevo tenía demasiada tensión para analizarlo mínimamente, y tras el desahogo, pudo dormir, por primera vez desde que llevaba en la isla, profundamente y de un tirón.

Y fue así como se sucedieron las noches, y se sucedió el tiempo. Alex esperaba las llamadas que a veces se alargaban hasta las tantas de la madrugada. En las conversaciones se limitaban a resumirse el día, a contarse anécdotas, a reír, a pensar, a soñar también un poco. Sin tocar el pasado. Hablando únicamente de presentes y de futuros. Únicamente resumiendo horas en las que más de una vez, pensaban en recordar para poderlo contar por la noche al otro lado del teléfono. Crecían confianza y cercanía. Crecían dependencia y amistad. Se sabían de memoria sus vidas sin saber el color que tenían de piel.

Solo una vez surgió de nuevo el tema tabú del pasado…

- Oye Elena, ¿porque no me llamas antes alguna vez?
- ¿Antes?
- Si. A veces nos alargamos hasta las 3 de la mañana… Podríamos llamarnos antes de las 12h…
- No tenemos otra hora
- Como sabes que no tenemos otra hora.
- Porque ya le he dicho que lo llevo haciendo desde hace más de 3 años…
- ¿¿Pero porqué, a quién llamabas? ¿sabes que al principio pensaba que estabas loca de atar? ¿Con quién quieres hablar y con quién me confundes?
- Quiero hablar contigo. Ahora que descuelgas…

El silencio absorbió las voces y las líneas. Al cabo de un momento de incómodas e interminables pausas colgaron.

El día siguiente todo continuó normal.

Elena era alegre. Llamaba cansada de los días duros de trabajo, y su voz era un poco más apagada entonces, pero Alex la asociaba a su carácter, puesto que no podía comparar. Alex por su lado empezó a abrirse más hacia esa desconocida porque finalmente apartó la idea de que pudieran acarear algún tipo de peligro unas simples conversaciones. El tiempo desmintió su primera idea de que fuera una loca, dejando asentados por el contrario claros indicios de que se trataba de una chica muy lista y además de interesante, interesada por temas muy parecidos a los suyos: el mundo del cine, el deporte, el mar y el sexo.

Esas fueron las noches más largas y cortas. Cuando la confianza rigió las palabras y los dos empezaron a desvelar, divertidos, toda clase de historias. Alex pensaba a veces que se trataba de un juego de niños, porque solo los niños se comportan con esa curiosidad y ese nerviosismo al desvelar todo lo que han hecho o pretenden hacer. Entonces se contaron experiencias, y entonces empezaron a jugar. Fue a partir de entonces que Alex le contó lo de sus viajes a Noruega, que no sabía nadie más que su familia, a la que ni de lejos había dado tantos detalles.

Fue mucho antes de eso que Alex aprovechaba la dulce voz de Elena para masturbarse mientras hablaban… con la imagen de un cuerpo desnudo completamente inventado, en la cabaña… y fue mucho antes de eso que Elena ahogaba en la almohada algún grito o alguna respiración más fuerte para que Alex no se diera cuenta de que hacía un buen rato que ya no seguía su conversación.
- Sabes, este teléfono es muy parecido al de un primer novio que tuve, seguro que si esto lo analiza un psiquiatra encuentra alguna conexión de frustración y querrá encerrarme…
- A ver Elena. Seguramente que si esto lo analiza un psiquiatra fácilmente encontrará más de un motivo para encerrarte.
Y ambos reían. Era un fácil y agradecido el humor con para el otro.

Un buen día Alex decidió llamarla fuera de horario. De día. Una improvisación. Teniendo la impresión de que se saltaba todas las normas nunca establecidas pero creadas a base de una costumbre arraigada.

Lo intentó 4 veces sin resultado. Al final, a las 4 de la tarde el teléfono de Elena se descolgó. Era el primer día que Alex marcaba su número. Era la primera vez que la escuchaba antes de media noche. En un principio no reconoció su voz. Natural. Inesperada. Alegre. Despierta. Dinámica

- Si
- ¿Elena? ¿Eres tú?
- ¿Alex? ¿Pero que haces?
- Nada, te quería llamar…
- No tengo mucho tiempo ahora, ¿te pasa algo, necesitas algo?
- Si. Tengo que verte.


ELENA.

Elena llevaba más de 3 meses intentándolo. Con desesperación. Después de haber regalado tantas horas a unos oídos demasiado egoístas. No se sentía estúpida, como creyó que sería su reacción. Se sintió desesperada. Hasta unos limites que nunca había imaginado alcanzar.

Descolgaba, marcaba un 971 316555 y esperaba…

Los primeros días, simplemente, la línea comunicaba.
Más adelante una señal más aguda como de error en tres tonos distintos parecía indicar que esa línea no existía. Que estaba llamando a la nada. Que las ondas no daban para más perdiéndose en algún agujero negro en los que tanto habían pensado. Esas llamadas no le devolvían ni siquiera un reflejo, un espejismo. No era ni la imaginación de algo por el otro lado. Tenía la impresión de enviar energía a un hilo cortado sin destinatario,… y ese gesto tan repetido, tan memorizado, tan automatizado, de repente carecía completamente de sentido.

Muchas noches, sumida en la desesperación de lo que empezaba a ser desencadenante de su locura, se las pasaba marcando ese número. Empezó en la época en la que comunicaba la línea… puede que, tanta insistencia, hasta que le sirviera de psíquico desahogo,

Al cabo del tiempo, ya no podía descansar ni trabajar, después de las noches completas marcando ese número.

Y justo al límite que creía que había alcanzado el tope de su locura, se impuso unas reglas. Unas reglas para sobrevivir. Pero unas reglas para, a su vez, sobrevivir. No podía dejar de llamar a ese número, estaba claro. Por eso el primer sobrevivir. Pero tampoco podía hacerlo de esa forma compulsiva porque al cambo del tiempo continuaba la frustración. Continuaba las mismas ansiedades, la misma desazón. Por eso el segundo sobrevivir.

Fue a partir del día en el que se impuso una serie de normas para seguir de forma obligatoria, cuando empezó la mitad de su vida. Llamaría una sola vez al día. A la misma hora. Se pondría una alarma para nunca olvidarlo. Se pondría como obligación prohibida la rellamada. A partir de entonces pudo hacer más cosas. Descansar por las noches. Concentrarse en su trabajo. Concentrarse con sus amigos. De toda la gente que le rodeaba, tan cercana a ella, tan ajena a esta situación. A partir de entonces empezó a no preocuparse por no estar en casa, hasta poco antes de las 24h. Su meta, era el día siguiente. Dirigía su esperanza a la siguiente llamada, al día siguiente, y su mente descansaba.

La segunda mitad de su vida empezó 6 meses después de aquel 7 de julio. El día que le descolgaron el teléfono. El día que comprendió que no todo era en vano. El día que se alegró de su insistencia, de su decisión de, a pesar de todo, continuar.


OSCAR

7 de julio

Oscar Plan se dirigía al aeropuerto de aquella isla. Se iba. Si, definitivamente se iba habiendo, al fin y al cabo, cumplido su función. Se iba de un barrio. De una calle. Se iba de una parte de su vida. Después de tres años. Una buena experiencia. Sin duda única.

Tenía la impresión de que, en unas horas, todo volvería a la normalidad y a penas recordaría este paréntesis. A penas recordaría las tardes repetidas por las calles de lo que al fin y al cabo no era más que un pueblo, con su gente, con sus barcos. Olvidaría la sucesión de las noches y de los días en aquella isla. Una vez que estuviera rodeado de la gran ciudad, se perderían como tantos otros recuerdos, y volvería a lo habitual, a lo cercano. A lo conocido. A lo querido. A lo cotidiano.

Enseñó su tarjeta de embarque a la azafata enfrascado en su mundo interno. La miró a los ojos. Sonrió. Dio las gracias. Era muy bonita. Dentro de muy poco sería incapaz de recordar el color de los ojos miel de esa preciosa azafata… pero tampoco le importaba mucho. Le regaló una última sonrisa. El era consciente de su atractivo. Eso le daba mucha seguridad. Sabía que le había gustado a esa desconocida azafata que se había sonrojado más de la cuenta con una simple sonrisa.

Entonces pensó en ella. En llamarla. Aún conservaba, haciendo poca memoria, su teléfono. En ese momento necesitaba llamarla, como lo necesitó en tantas otras noches. Su cálida voz, su risa… Si. Era sobretodo su risa. Y todo lo que contaba. Todo lo que le contó durante esos 3 años. Habían hablado Europa y del mundo. Del trabajo y de las vacaciones. Se sabía de memoria sus gustos y sus temores. Habían hablado de cine, de libros, de música, de arte. Habían descrito a la gente que rodeaba al otro y que nunca conocerían, hasta extremos tales y a estar tan fielmente dibujados que, como si hubieran visto una fotografía, que los podrían, de forma recíproca, parar por la calle. Se habían descubierto y desnudado. Se habían querido mucho. Incluso se habían odiado. Envidiado y perdonado. Se conocían más de lo que se conoce la gente. Habían pensado en viajes imposibles, hacia el pasado, hacia el futuro. Hacia los pensamientos, hacia los agujeros negros. Había hablado del tele transporte, de la crionización. Habían hablado de irse juntos de viaje. En irse juntos a dar la vuelta al mundo. Y justo al final, hablaron de irse juntos a vivir. De tener hijos. De educarlos. En tener nietos. De disfrutarlos. Entró en el avión. Lo pensó por última vez y, definitivamente, apagó ese teléfono. En unas horas todo habría pasado. En unas horas estaría muy lejos de allí. En unas horas ya no necesitaría llamarla nunca más.