viernes, 11 de diciembre de 2020

Botella de anís

(Cómo sería una canción inglés traducida al estilo coúntry de Johny Prime, en knocking on your screen door mezclado con los pensamientos de Clarisse)



Ya perdí un amor por no llorar a tiempo. Ya perdí a un amor por mi botella de anís.


Ya perdí a un amor por llorarlo demasiado. Y por retener mi llanto también otro amor perdí. 


Ya me me hice la dura, por no aparentar tan débil, ya me hice la débil por no transmitir mi frialdad. 


Ya fingí para agradar a unos, ya fingí para provocar a otros. Y también para desagradar, ya demasiado fingí. 


Pero con quien nunca fingí, fue con mi botella de anís. 


Ya perdí otro amor por ayudarlo demasiado. Ya perdí al amor de mi vida por no saberlo ayudar.  Ya fallé a los que nunca me fallaron. Y ya me fallaron a mi todos los demás. 


Ya atravesé las fronteras del odio. Me retocé en el lodo del amor sin saberlo. Ya volé por encima de él sabiendo que me debía acercar. Me dejé humillar y humillé sin retorno. Ya me arrastré por el suelo y me volví a lenvantar. 


Ya me cansé de levantarme después de cada caída. Ya aprendí a arrastrarme sin dignidad dando por perdida la ocasión no perdida. Ya perdí lo mejor de mi vida por no arrodillarme, y ya mi ego me mantuvo erguida cuando debí aflojar.


Ya probé todas las drogas suicidas. Ya me suicidé para guardar el control. Ya me desintoxiqué con otras pastillas. Y aquí estoy hoy con mi botella de anís.


Ya tuve un día un coche, que no fue realmente mío, si no que era del banco, tanto del banco que finalmente el se lo quedó.


Ya tuve una vez una familia. Ya esa familia se cansó de mi. O porque vivíamos de alquiler, o por mi afición al anís.


Ya mandé mensajes a todos, por no mandártelos a ti. Ya te mandé los mensajes que nunca te debí escribir.


Puedo ver tu espalda, si ahora cierro los ojos. No hay nada más bello, que recordarte sonreír. Realmente hay cosas que echo de menos. Pero ahora lo daría todo, por volverte a ver reír.


Tardé mucho en darme cuenta, de que tú no tenías todas las respuestas a mis preguntas i quietas. Y que por muchas preguntas que tenga, nunca encuentro las respuestas en lo mundano, más si en mi botella de anís.


Y puedo ver tu cuerpo, si ahora cierro los ojos, desnudo y perfecto, ya no necesito más de tus fotos, con mi bótella de anís.


Y aquí estoy con mi botella de anís... 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Mi último pensamiento - (a lo Mina)

 

Lo cierto es que no se por qué esta noche, todo lo que te quiero decir, lo escribo dentro de una canción. Lo sé, es lo mismo de siempre. Ni siquiera sé si la escucharás algún día o si ya estarás inmerso en una ficticia relación, recordando mi forma de amar.

Lo cierto es que esta noche que es inmensa y fría, me acompaña más que nunca lo hiciste tú. Ella me está regalando una agridulce alegría en la que transformo mi decepción de Azul. Y es que tu manipulación y tus malos días han terminado por chuparme la sangre y toda mi esencia vital. Y le suplico a esta oscuridad infinita que me devuelva la fuerza que yo sola no sé de dónde sacar.

Y si, cuando me haces algo que me bloquea, no te sé decir nada, ni siquiera un hola como estás, “hola como estás, bien, con esos pantalones grises y tu camiseta pistacho, hola bien, que tal que tal cómo estás”. Detalles que llevas hacia tus tormentas de rencores junto a todas esas palabras que nos han ido dañando cada vez más. Y ahora escuálidos en nuestros proyectos, temblorosas nuestras fundaciones, con un pasado que no dejo de cuestionar.

Como una recadera directa del cielo me acerco a tu infierno, insaciable, incansable, una y otra y otra vez más, sin importarme ninguno de tus numerosos desaires, tus ninguneos, ni tu forma tratar. Como un sicario contratado por mi contra ego me acerco a ti empujada por un yo que sé que me impide ser justa conmigo ni tener integridad. Y amándote en tu absoluto completo, y en tus diferentes personalidades vuelvo al ruedo convencida de hacerte reaccionar. Aunque eso me aniquile, me dañe y me transforme en un polvo que te canta esta noche y del que nunca te volverás a enamorar.

Lo cierto es que tienes razón, y siempre espero mucho y cosas que hoy no me puedes dar. Porque son cosas que se basan en aquel recuerdo que tengo de nosotros, en la ilusión de todos los momentos buenos, y en la manera en la que solo tú me hiciste volar.

Lo cierto es que sí, creí que eras tú, y ahora no sé cómo redireccionar, aquella brújula que me lleva a tu nombre de indio pagano, dibujos en tu cuerpo y esa manera de observar. Y si algún día he llorado, si algún día he gritado, si algún día me he enfadado, si algún día me he callado ha sido porque te he amado de verdad.

Lo cierto es que deambulo hoy por el cementerio de las emociones enganchada a la droga más fuerte que nunca vas a probar. Y es que eres la peor de las adicciones y yo ya sabes, nunca supe cómo ni cuándo parar.   

Lo cierto es que no sé por qué esta noche, todo lo que te quiero decir, lo escribo dentro de una canción. Lo sé, es lo mismo de siempre. Ni siquiera sé si la escucharás algún día o si ya estarás inmerso en una ficticia relación, recordando mi forma de amar. Pero este es mi último pensamiento, al menos en mis noches, que te pienso dedicar. Porque siempre voy yo. Porque tú nunca vendrás. Y porque prefiero mil veces estar concentrada en mi mundo, en mi Vida y sola, que ilusionada por algo que no fue verdad.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Otra ilusión


Esta noche conseguí conversar con la Luna. Me dijo que está triste, porque el Sol ya no la mira, porque el Sol ya no la toca. Y yo le dije: ¡pero si tú eres La Luna!! Y ni yo la entendí a ella, ni ella me entendió a mi.


jueves, 22 de octubre de 2020

Definición del amor

El amor, la pérdida del yo a favor de la otredad.

-        - ¿Qué quieres que sean tus hijos de adultos? Preguntó padre.

-         - Quiero que consigan ser lo que se propongan ser.

-          -No – insiste – dime cómo los ves, ¿acaso médicos?, ¿arquitectos?, ¿abogados?

-         -No padre. Nada de eso, salvo que ellos lo decidan así. Yo querré enseñarles a conseguir aquello que se propongan, con trabajo y tenacidad. Y que ellos elijan por sí mismos. – Veo el gesto de disgusto y mueca de enfado de padre que cambia el tono:

-        -Así que elijes el camino sencillo, no te quieres cansar en educar-

-         -Al revés padre. Dejarles ser su mejor versión es el camino más difícil. Conseguir estar a su altura. Dialogar con ellos como adultos. Nunca fallarles. Nunca frenarles. Opine yo lo que opine, estar ahi. Incondicionalmente. Darles todas las herramientas del mundo. Y que consigan ser su mejor versión, en su máxima expansión – Ahí padre ya encolerizado, grita:

-         -No tienes ni idea. Un hijo con 18, 20 años no sabe elegir, no conoce nada de la vida. Eres tú que la que lo tiene que guiar. Tú debes prepararte y decidir su mejor futuro. Trazarle el camino que debe escoger en su vida. Cualquier otra decisión será un gravísimo error.

 



Ningún amor supera al que se tiene por un hijo. Ninguno. Ni la mayor de las limerencias. Ni el mayor de los Romeos, la más enjulietada de las Julietas. Ninguno de esos amores fatales de las canciones, ni los mayores de las películas ni el mejor de las novelas. El amor hacia un hijo los reduce todos a la nada.


Sin embargo, proyectamos muchas veces nuestras frustraciones en ellos. Como si de eso se tratara ser mejor padre: que ellos consigan todo aquello que no pudimos conseguir nosotros, sin importarnos el otro (nuestro hijo). No lo hacemos como un gesto de egoísmo. Al revés. Para conseguir todas esas cosas renunciamos a muchísimas más, realizando como padres actos heroicos con tal de darles a nuestros niños lo que nosotros consideramos lo mejor. En un acto de lo que nosotros pensamos es amor del bueno. Y. Somos estrictos cuando quisiéramos ser amorosos. Nos mostramos severos cuando en realidad los queremos arropar.


Pero. Yo creo. Y por eso lo digo así, yo creo: que el amor verdadero es el vacío de uno mismo a favor de un tercero. A favor de un hijo, porque pienso que esa es la mayor expresión del amor. Pero el amor verdadero puede ser extrapolado hacia cualquier ser amado, cuando se ama de verdad.


El amor verdadero no es un negocio en el que uno da a cambio de nada. Ni se da porque a su vez se necesita. Tampoco porque necesita dar. No es un acuerdo en el que uno completa a otro. Ni uno corresponde a otro. Tampoco es un intercambio entre una necesidad colmada. No se trata de amar algo que nos falta, esa carencia originaria con la que todos nacimos. El amor verdadero no conoce de yos. Es lo contrario al yo, al ego. En el amor verdadero no se trata de ir en favor de uno mismo. Porque si vas en favor de ti mismo en nombre del amor, lo que se hace es negocio. Y en ese caso en vez de amor verdadero, es un amor mercantil.


Pero. Los que creemos en el amor, sabemos que el amor es entrega. Porque importa más el otro. Y si importa más el otro, hay entrega. En el amor no se gana. Se da. Y cuando se ama verdaderamente, se va contra uno mismo, como dice SztajnszrajberY claro que a veces se sufre o se pierde. Porque nos retiramos para que el otro sea. Para que el otro se expanda. Pero no es sinónimo de sufrimiento o pérdida. Porque el amor verdadero no lo siente así.

En el amor verdadero, hay algo soberbio y absolutamente brutal, y es que se trata, como decía Theodor Adorno, de tener tú el poder de ejercer toda la potencia sobre el otro, porque el otro se expone y te muestra su completa debilidad. Y sin embargo, tú no avanzas. No muestras toda tu fuerza. Dejas que el otro sea. En su máxima expansión.


Y viceversa.

Y no tiene ninguna connotación trágica. Ni amputadora. Ni limitadora. Al revés. Porque es amor. Y es la única parcela en la que esto es así, posible.


Amor como ágape. Como retirada. Como prioridad infinita del otro. La pérdida del yo a favor de la otredad. En una humilde distancia en la que se renuncia a la fuerza y a la presión, para ver al otro en sí mismo, rodeado o creando su propio mundo, con una existencia propia en si misma que vamos a respetar.  


Y ese amor naciendo y renaciendo, evolucionando y transformándose y creciendo y volviendo a nacer a penas vaya a morir, una y otra vez tendiendo hacia el infinito, y así en la sucesión de los días.





lunes, 19 de octubre de 2020

Anne Sila (Lynda Lemay)


J'veux bien t'aimer mais comment est-ce que

J'peux t'aimer si je te vois pas ?
J'veux bien t'aimer toute chaste ou presque
Comme les curés qui se marient pas
Les soeurs cloîtrées qui se préservent
Pour un bon vieux Dieu qui se cache
J'veux bien t'aimer, bien sûr j'en rêve
Mais comment veux-tu que ça marche ?
J'veux bien me moquer du proverbe
Qui dit loin des yeux, loin du coeur
Dire que c'est faux, que c'est acerbe,
Que c'est exprès pour nous faire peur
J'veux bien m'endormir chaque soir
En me blottissant contre personne
Avec ton corps dans ma mémoire
Comme une mère grande qui pleure son homme
J'veux bien t'aimer, même jusqu'à croire
Aux éventuels avantages
De mélanger nos deux histoires
En perpétuel décalage
J'veux bien forcer tous ces hasards
Qui refusent de jouer en notre faveur
Et puis gagner la chance de te voir
Deux petites journées ou deux petites heures
J'veux bien t'aimer
Mais comment est-ce que je peux t'aimer
Si je suis pas là ?
Pour t'envelopper de ma tendresse
Et te consoler quand ça va pas, oui,
Je veux bien t'aimer de loingt
Le coeur tout plein de ton grand vide
T'aimer d'amour et de chagrin
T'aimer pour rien, les yeux humides
J'veux bien t'aimer, mais pour être franche
Je suis pas solide si je te vois pas
Je suis comme aveugle sans canne blanche
Ni chien guide, et sans ton bras
Pour traverser cette rue-là
Que l'on appelle l'océan
Pour traverser, mais jusqu'à toi
Y a pas d'arc-en-ciel assez grand
J'veux bien t'aimer, bien entendu
De toute façons, est-ce que j'ai le choix ?
Je suis piégée, je suis perdue,
Je tourne en rond, je t'aime déjà
Même si je sens que je m'éreinte
À te chercher les bras tendus
Dans cet effrayant labyrinthe
Trop compliqué et trop tordu
Je vais t'aimer, même si tout ça
C'est sans issue, c'est impossible
Et j'y croirai comme d'autres croient
Au petit Jésus et à la Bible
Je sais pas encore comment est-ce que
J'vais t'aimer si je te vois pas
Mais j'vais t'aimer, c'est une promesse
Est-ce que t'entends ce que je te dis là ?
Je vais t'aimer...
Je vais t'aimer...

jueves, 20 de agosto de 2020

La derrota

Decía Borges, que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. 

Hoy toca ir de derrota en derrota. Hasta la victoria final. Creo que a eso le llaman resiliencia. Porque. Dicen. (Lo dice Babe Ruth) que no puedes ganar a alguien que nunca se rinde. 

Así Sea.



Quisieron enterrarnos, sin saber que éramos semilla.


viernes, 10 de julio de 2020

Sol y Luna


Hoy le pedí a la Luna que te desnudara despacio. Recorrió todo tu cuerpo. Y se enamoró de ti. Ya ni existe más la noche. Ni tampoco los sueños.


Hoy le conté al Sol todo lo que siento por ti. Y el Sol se sintió frío. Y se sintió pequeño. 


lunes, 6 de julio de 2020

Ilusión Barra Brava

Vida de mi Vida. Donde hemos llegado. Si tú me querías...
Si algún día me marcho olvídate de mis errores... quiéreme 


Mientras me desplomo sobre pólvora a punto de
Mientras me desplomo sobre pólvora a punto de 
Mientras me desplomo sobre pólvora a punto de 

(Alice Wonder)

sábado, 4 de julio de 2020

Otra ilusión


Y sentados frente a frente,
Mirando al suelo
Por fin desarmados
Desnudos
Sin un hálito más de fuerza.
La piel ensangrentada
Por fuera desgarrados
Y vacíos en el interior.
Yo por tí derrotada, tú derribado por mi,
Habiendo perdido a la vez y frente al otro, las más cruenta de las batallas
Y sentados frente a frente.
Nos miramos. En los ojos, al fin, bandera blanca.
No nos quedan fuerzas.
Nos perdemos en la mirada.
Y solo entonces nos damos cuenta
Que somos y siempre seremos, Tú y Yo.
Y contra eso, no puede nada.


lunes, 8 de junio de 2020

La Sociedad de los amantes desconocidos.




Era primero de febrero de 2020. Fin de semana. Descanso de los Hombres Sensibles. Y estábamos en Madrid. Entonces ese año existía fuerte, fuera, libre, vivo, vibrante y prometedor. Igual que el verano, se necesita guapeza para enfrentar un fin de semana en Madrid. Para gozarlo. Para avasallarlo con virilidad pagana. El tiempo, que se empeña en transcurrir (cuando debería quedarse detenido muchas veces), lanza ese presente atrás, allá a lo lejos, haciendo la guachada de romper los momentos perfectos que nuestra tarada memoria corrompe.

Además, nadie sabía lo que iba ocurrir con ese año luego, un quilombo.

Tomando envión, me coloco en aquel primero de febrero. Por los ojos y por la piel nos estaba entrando algo de lo que nunca seríamos capaces de desprendernos. Nos abríamos paso hacia la entrada de la cancha, rebosante de gente con cervezas, fulares y diversión. Nadie manteniendo una entonces inimaginable distancia de seguridad.

Estábamos tú y yo. También venían B, J, C y E. Yo sentía como si no existieran ni uno de esos quichicientos boludos que entrarían al último minuto. Sentía como si estuviéramos solos los seis en el mundo, gigantes, y dirigiéndonos hacia el Santiago Bernabéu que solo nos abría las puertas a nosotros seis, para regalarnos ese trozo de tarde. Avanzamos como guerreros preparados para vivir en nuestra propia piel todos los episodios infinitos que cuenta Dolina en sus apuntes: árbitros justos o injustos, lealtades entre compañeros, avariciosos que no pasan la pelota, injusticias, suertes, burlas, risas, llanto, y corazones palpitando a la vez.

Cuentan, cuentan, que ese palpitar de los corazones, allá en un país llamado la Apasionada Argentina, hace latir la barra brava de la Bombonera que nunca cae, a pesar de estar siempre a punto de hacerlo. A mí, particularmente, lo que más me gusta es reconocer la fuerza, la velocidad, y la destreza en el juego de unos premiados dioses que, por sus méritos recientes, tienen el raro privilegio de bajar a la tierra para encarnar a 22 humanos, para sentir el sudor, la sed, el aire en la garganta, las patadas recibidas, el césped duro y tierno bajo la zancada. Para tener el privilegio de saberse mortales pero revivos en el patear de una pelota durante 90 minutos antes de volver a su Valhalla.

Tú y yo habíamos trazado un plan. Escondíamos debajo de las camperas nuestras poleras rayadas rojiblancas, los fulares y las banderas. Llevábamos 3 horas merodeando por las taquillas y estudiándonos las gradas para comprar las entradas en la zona del lugar perfecto. La platea idónea. Las butacas que justo lindaban con esa zona de visitantes que no nos querían vender. A pesar de habernos dicho primero que si, luego que si, y finalmente que no. Esa negativa nos animó aún más a querer entrar y, una vez trazado el plan, imparables, todo parecía muy sencillo.

Así que entramos. Era prontísimo. Cruzamos las puertas presos de la emoción. De un aquí y ahora, estamos. Y subimos, pequeños y grandiosos, las escaleras. Desde arriba veíamos a todos los jugadores en la cancha calentar. Estábamos en la zona local, la del Real Madrid, aquel lado donde no era posible ser malos. Nos miramos los seis. Y decidimos saltar a la vez hacia las gradas prohibidas, desde las que no era posible ser buenos. Desde las que no pararíamos de crecer nunca. Y también a la vez hicimos caer nuestras camperas dejando ver orgullosísimos nuestras poleras rayadas. Quién nos iba a decir nada con el bebé. Y allí que nos asentamos, en las gradas de los visitantes, creando nuestro propio mundo y nuestra propia religión. Como a la sombra de nuestro propio árbol. Asentamiento que el destino nos había reservado mucho tiempo ha. Se me cruzó por la cabeza que podríamos salir en la tele y verme mi viejo con los niños y que le diera un ataque al corazón, indirecto pero al estilo de los infartos de los relatos de Sacheri. Rápidamente borré el pensamiento al sonar la música, los himnos, y ver en directo las presentaciones de los jugadores y sentir que se me erizaba la piel y el corazón igual que a ti. Nuestros nervios, risas, y todas esas pelotudeces que decías y nos habían hecho reir todo el tiempo de espera de repente pararon para que, como si se tratara de lo más serio del mundo, nos pusiéramos a rezar a Neptuno.




El partido pasó rápido. Los niños emocionadísimos. Tú, que hacía ya tiempo eras mi cielo y mi única religión, me contabas sobre Azul, los asados, el mate, tu dulce de leche, los alfajores y tu primera vez en Madrid subido en el colectivo. Sobre el equipo Xeneize, la mano de Dios de Maradona y los once uruguayos de tu Sacheri. El resto del tiempo, hipnotizados por el partido, nos movíamos a contracorriente del resto de las gradas, sin disimular lo imposible, y sin callar lo que solo se podía gritar. Yo me sentía a salvo en ese microclima que habíamos creado. Casi podía tocar yo también la mano de Dios que se acercaba de vez en cuando a acariciarme el pelo.

En el minuto 23 a Correa se le escapa un disparo al lateral de la red. Poco después un penalty de Casimero no se pita y llegamos al final del primer tiempo con un 0-0.

Si antes ya no disimulábamos, ahora lo estábamos dando todo. Pero llegó el minuto 56 y Benzema nos marca un 1-0 a pesar del rápido movimiento de nuestro arquero. Lo que provoca que nuestra energía de seis (cuatro de ellos cuerpitos pequeños), se desboque y desprenda la pasión de 60.000 hinchas. Desde nuestra estación irradiábamos tanto que valíamos por un tercer jugador de oro.

Llegó el minuto 77. Una maravilla de Carrasco provocó un córner. Lo pateamos desde la izquierda. Faltan diez minutos para finalizar y el Atleti se crece. Ahora Lodi pelea el empate. Es entonces cuando noto que tu brazo tatuado empieza a rozarme la piel a la vez que tu cuerpo se eleva, levitando. Todo tú te alejas de nosotros, dejando atrás a toda la tribuna, decidido a pesar de ti y transparente, en hacer lo que te marca una ley escrita en ninguna parte. Nadie en la cancha presta atención a otra cosa que no sea el partido, y las alas grises desplegadas de tu espalda no las ve nadie más que yo. Como todo lo que haces, esto también lo haces apresurado. Y. Te colocas al lado de Fernando Torres que recibe el pase de Lodi, y en un gesto sutil pero determinante de ayuda, pateas fortísimo la bola anotando tú, él o los dos. Luego de anotar vuelves a tu sitio, mi lado, mientras los indios y algún valiente de las gradas (entre los que se encontraba nuestra troupe) festejábamos el empate. Los niños chiflaban, saltaban. Nuestra mirada, tan cómplice como asesina la acompañamos de un desgalillado “GOOOOOOOOOOL”. 

Torres, eufórico, en un gesto hacia el cielo agradecía la presencia y ayuda de un Angel Gris que, nadie sabía, yo tenía al lado. Mirándote, te di ese beso invisible, el de la Dama de la calle Bacacay, buscando el beso redentor de tu sonrisa. Porque si, tu sonrisa es capaz de besar mis labios y otros lugares de mi cuerpo, sin ni siquiera tocarme. Toda esa felicidad era tan sencilla como rebosante. Esa adrenalina hizo amarnos en forja y eternamente en ese efímero y preciso instante que marcó a fuego el tiempo, quebrando cualquiera de sus dimensiones y posibles otros destinos que no fueran ese presente.

Después de este tipo de cosas, hacer cualquier cosa “normal”, es como jugar a la escondida uno solo, de día, siendo buscador conservador, gritando uno solo Piedra libre para mi y todos mis compañeros, adentrándonos en el escondite perfecto para que nadie nunca nos encuentre ni nos venga a buscar. Es como si uno solo se montara el principio y el fin del juego. Sin embargo, jugar a tu lado, estar a tu lado, es como estar junto al buscador audaz, en un juego nocturno, con más de 80 deportistas, cada cinco minutos gritando “¡Sangre!”, y siempre deseando encarnarme en Beatriz Velarde para que me beses con pasión y logre poseerte en cada uno de los escondites que nos encontramos inventados.

La pateada del Angel Gris de ese día del Bernabéu no tendría el eco de la Mano de Dios de Maradona. Pero. El niño notó que no fue su pierna, ni tampoco su gol, sino el del capricho de unos dioses que mandaron al Ángel. Y ahí estuvimos todos nosotros para verte, y para verlo. 

Decía. Todo eso fue un primero de febrero de 2020. Ahora me queda rememorar viejos paseos al Rosedal, junto al resto de tus novias perdidas. Y ya sabés, me quedará contar y recontar esta historia. La de unos amantes hoy desconocidos, que vivieron la magia de una tarde tan efímera como eterna, que trazó un solo destino posible. Quebrando las reglas del tiempo. Existiendo en puro presente, a pesar de ser, qué se yo, un pasado atemporal anclado en todos los presentes sin más registros que los de nosotros seis, cuando alguna vez y por ese siempre, fuimos.


Y me robó mi sonrisa


Y me robó mi sonrisa.

Lo hizo como esos carteristas del metro, que no te dan ni un solo tirón. Y tú, incapaz de identificar si fue al principio o al final del viaje, no paras de hilar haciendo memoria. Solo te has dado cuenta cuando la necesitas. Cuando te metes la mano en el pantalón y está vacío. No más sonrisas. No me queda ni una sola de ellas.

A veces, esa intuición, esa intuición que tenemos que nunca escuchamos, me decía, cuando estaba en frente, que ahora ya sonreía bonito. Y cada vez más. Cada vez mejor. A medida que pasaba el tiempo yo me enamoraba más de esa sonrisa sin ser consciente del tipo de injusto que se estaba cometiendo delante de mis propias narices, yo víctima y cómplice a la vez. Sonrisa con los labios. Con los ojos que se rasgan hasta brillar. Con la parte baja de las ojeras que se sonrojan. Con los hoyuelos. Sonrisa interior que te hace vibrar desde los huesos hasta el último de los pelos, y con la que resplandeces con un halo de atracción y magia.

Lo sé. Yo con mi sonrisa le enamoré primero. Me lo confesó con un cuento de Sacheri. Pero calló muy bien que, cual aventajado ladrón de guante blanco, esperaría la mejor ocasión, o un montón de pequeñas ocasiones para, poco a poco, quitarme mi más preciado valor.

Da igual. Solo tengo que volver a reconstruir el gesto. Y con todo mi empeño lo conseguiré. Intentándolo de nuevo, repitiéndolo día tras día. Poniendo toda mi naturalidad, mi optimismo y mi fe en conseguirlo. Aunque durante ese esforzarme escuche a lo lejos esas carcajadas ahora suyas, entre amigos, entre amigas, que, reconozco perfectamente, un día me pertenecieron.


martes, 26 de mayo de 2020

Mi Argentina



Eras mi Argentina. Con tu norte. Con tu Sur. Con 360 otros puntos cardinales. Con tus tangos y tu pampa. Con tu río Tigre. Con tu historia. Por supuesto con tu fútbol y tus barras bravas. Tus relatos, tu lunfardo, tu radio, tu pasión, tus gracias, tus te amo.

Todo tú. Mi Argentina. 

Sin muros. Todo evidencias. Plazas de mayo y milongas bailadas. Tú todo azul, en mi pupila embelesada que admiraba como hacías arder el aire, como pintabas tu cuerpo y desnudabas tus ropas. Hacías que el silencio sacudiera sus crines y que tus pensamientos se convirtieran en palabras que pronunciabas solo para mi, en ese lenguaje que habíamos inventado. Nuestro. Que nadie más entendía. Pisamos también un mundo nuevo por nadie antes conquistado. Tú lo querías llamar Ibiza y yo lo quería llamar Azul. Era tan sencillo ponernos de acuerdo en esa época que al unísono pronunciamos Ibizul, mientras era aún verano y sonaban las patillas del abuelo. 

Hicimos todas las magias y me enseñaste el arte de la hechicería. La arena inundaba los relojes del tiempo y tus ojos me contaban las historias más bellas que había escuchado mi piel. Cada uno de mis pasos era para lograr tu aplauso. Y a tu lado aprendí a volar. Como solo lo saben hacer los pájaros. 

Y es que nuestra historia se había escrito antes que el tiempo. Y seguirá nuestra silueta como fuego eterno en los pechos de los que realmente amaron alguna vez

Eras mi Argentina. Con tu norte. Con tu sur. Con 360 otros puntos cardinales. Con el ansia y la perfección que tiene todo lo imperfecto de lo que te vas enamorando poco a poco. Pero a la vez como un tsunami. Como una explosión. Que cala en tus huesos, y a partir de lo que ya nunca volverás a ser el mismo.

No olvides amor, aquellas noches que nuestras almas lucharon cuerpo a cuerpo.

sábado, 21 de marzo de 2020

Tratar con cuidado, contiene sueños.


Abrazos Blancos

Pasará. Porque todo pasa. 

Y podremos ir al café. Ir al fútbol. Y a un concierto. Ir a trabajar. Coger el metro. Dar la mano. Dar dos besos. Podremos ir a cenar, a bailar, ir al cine juntos. Podremos volver a viajar. Y los cumpleaños se volverán a celebrar.

Nos podremos ver más cerca de a dos metros y pasear sin que vengan a detenernos. A mandarnos a casa, ¡Ya!. 

Y los nietos podrán abrazar a sus abuelos. Los amantes se volverán a encontrar cuerpo a cuerpo. Y esos besos sabrán a los primeros, con todas las ganas reprimidas, con todo aquel tiempo que la ardiente paciencia del deseo ha hecho madurar. 

Despreciaremos, hartos, todas las pantallas. Todo lo virtual. Agradeceremos el cara a cara, todos los directos, la palpable realidad. 

Puede que si, que sea Madre que, después de muchos avisos, después de que no le hayamos hecho ni caso, nos de el último toque ya. Pueden ser tantas cosas,... 

Pero pasará. Y si lo hemos hecho bien, si hemos aprovechado este tiempo de verdad, si nos hemos parado a pensar y a mirarnos por fuera, por dentro, ese día llegaremos más fuertes. 

Llegaremos más limpios. Llegaremos más inteligentes. Más solidarios. Habremos aprendido a relativizar. A vivir entendiendo que es un regalo la vida. A valorar lo que es importante de verdad. Habremos aprendido muchísimas cosas. Los féretros, las sirenas y los aplausos cesarán. Y cesarán los abrazos blancos. 

Todo esto pasará. Porque todo pasa. Y ese día, el día que llegue que gane la batalla la sanidad, al abrazar cerraremos los ojos. Y como muchas otras cosas ya hechas anteriormente pero transformadas a nuevas, esos sí serán abrazos de verdad. 




domingo, 8 de marzo de 2020

Trabajo duro

Buenos días trabajo duro;

Reconozco que, como casi siempre, mi padre tenía razón. Tú nunca fallas. Nunca me fallaste. Nunca me fallarás. Al revés, me salvaste cuando me agarré a ti. En más de una ocasión. Siempre cumples lo que prometes. Y eres simplemente el resultado de mi esfuerzo. Sin que ninguna otra variable se cruce entre nosotros dos. Por eso te amo. Y te lo agradezceré siempre. Nunca me esconderé de ti. Ni te negaré. De hecho, te estoy esperando. Dónde estás, dime. Te necesito. Ahora.

sábado, 22 de febrero de 2020

Viajar

Arrancar el coche y poner la música. Y subir el volumen. Cuanto cura.