jueves, 22 de octubre de 2020

Definición del amor

El amor, la pérdida del yo a favor de la otredad.

-        - ¿Qué quieres que sean tus hijos de adultos? Preguntó padre.

-         - Quiero que consigan ser lo que se propongan ser.

-          -No – insiste – dime cómo los ves, ¿acaso médicos?, ¿arquitectos?, ¿abogados?

-         -No padre. Nada de eso, salvo que ellos lo decidan así. Yo querré enseñarles a conseguir aquello que se propongan, con trabajo y tenacidad. Y que ellos elijan por sí mismos. – Veo el gesto de disgusto y mueca de enfado de padre que cambia el tono:

-        -Así que elijes el camino sencillo, no te quieres cansar en educar-

-         -Al revés padre. Dejarles ser su mejor versión es el camino más difícil. Conseguir estar a su altura. Dialogar con ellos como adultos. Nunca fallarles. Nunca frenarles. Opine yo lo que opine, estar ahi. Incondicionalmente. Darles todas las herramientas del mundo. Y que consigan ser su mejor versión, en su máxima expansión – Ahí padre ya encolerizado, grita:

-         -No tienes ni idea. Un hijo con 18, 20 años no sabe elegir, no conoce nada de la vida. Eres tú que la que lo tiene que guiar. Tú debes prepararte y decidir su mejor futuro. Trazarle el camino que debe escoger en su vida. Cualquier otra decisión será un gravísimo error.

 



Ningún amor supera al que se tiene por un hijo. Ninguno. Ni la mayor de las limerencias. Ni el mayor de los Romeos, la más enjulietada de las Julietas. Ninguno de esos amores fatales de las canciones, ni los mayores de las películas ni el mejor de las novelas. El amor hacia un hijo los reduce todos a la nada.


Sin embargo, proyectamos muchas veces nuestras frustraciones en ellos. Como si de eso se tratara ser mejor padre: que ellos consigan todo aquello que no pudimos conseguir nosotros, sin importarnos el otro (nuestro hijo). No lo hacemos como un gesto de egoísmo. Al revés. Para conseguir todas esas cosas renunciamos a muchísimas más, realizando como padres actos heroicos con tal de darles a nuestros niños lo que nosotros consideramos lo mejor. En un acto de lo que nosotros pensamos es amor del bueno. Y. Somos estrictos cuando quisiéramos ser amorosos. Nos mostramos severos cuando en realidad los queremos arropar.


Pero. Yo creo. Y por eso lo digo así, yo creo: que el amor verdadero es el vacío de uno mismo a favor de un tercero. A favor de un hijo, porque pienso que esa es la mayor expresión del amor. Pero el amor verdadero puede ser extrapolado hacia cualquier ser amado, cuando se ama de verdad.


El amor verdadero no es un negocio en el que uno da a cambio de nada. Ni se da porque a su vez se necesita. Tampoco porque necesita dar. No es un acuerdo en el que uno completa a otro. Ni uno corresponde a otro. Tampoco es un intercambio entre una necesidad colmada. No se trata de amar algo que nos falta, esa carencia originaria con la que todos nacimos. El amor verdadero no conoce de yos. Es lo contrario al yo, al ego. En el amor verdadero no se trata de ir en favor de uno mismo. Porque si vas en favor de ti mismo en nombre del amor, lo que se hace es negocio. Y en ese caso en vez de amor verdadero, es un amor mercantil.


Pero. Los que creemos en el amor, sabemos que el amor es entrega. Porque importa más el otro. Y si importa más el otro, hay entrega. En el amor no se gana. Se da. Y cuando se ama verdaderamente, se va contra uno mismo, como dice SztajnszrajberY claro que a veces se sufre o se pierde. Porque nos retiramos para que el otro sea. Para que el otro se expanda. Pero no es sinónimo de sufrimiento o pérdida. Porque el amor verdadero no lo siente así.

En el amor verdadero, hay algo soberbio y absolutamente brutal, y es que se trata, como decía Theodor Adorno, de tener tú el poder de ejercer toda la potencia sobre el otro, porque el otro se expone y te muestra su completa debilidad. Y sin embargo, tú no avanzas. No muestras toda tu fuerza. Dejas que el otro sea. En su máxima expansión.


Y viceversa.

Y no tiene ninguna connotación trágica. Ni amputadora. Ni limitadora. Al revés. Porque es amor. Y es la única parcela en la que esto es así, posible.


Amor como ágape. Como retirada. Como prioridad infinita del otro. La pérdida del yo a favor de la otredad. En una humilde distancia en la que se renuncia a la fuerza y a la presión, para ver al otro en sí mismo, rodeado o creando su propio mundo, con una existencia propia en si misma que vamos a respetar.  


Y ese amor naciendo y renaciendo, evolucionando y transformándose y creciendo y volviendo a nacer a penas vaya a morir, una y otra vez tendiendo hacia el infinito, y así en la sucesión de los días.





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