viernes, 7 de octubre de 2011

La isla de mañana IV

Está bien.

Te has levantado dispuesta a matar esto. Es lo que tienes. Sólo tú tienes estas cosas. Te levantas flotando sobre el aire. Te desplazas levitando. Te mueves por nuestra habitación envidiada por las dríadas.

Sólo tú,
sólo,
te levantas y enciendes el sol.

Hoy te has levantado para matar esto.

Te
he
dicho.

Aunque hayas sido la primera. Aunque hayas sido amor.

Ni siquiera he visto lo alto que puedes llegar a volar. Ni siquiera he visto lo alto que puedo llegar a volar.

A tu lado.

Nos has impedido. Con tus palabras.
No más metáforas, amor. Es demasiado duro el silencio para soportarlo. Te lo dije. Ese silencio no, nunca. Nunca se me ha dado bien.

La tibieza del mar daliniano en el que un día perdí mis ojos se detiene a mirarte. Yo, te haces cargo, sigo entretenida en la orilla buscando cantos rodados y caracolas.

Para enseñarte.

Algún lugar en el que escondernos.

Algún lugar que murió en ti y en esos amores suicidas de otoño.

Donde yace esa lengua que me robó tu mar. Ya no vuelve. Disecada en alguna otra orilla. Abandonada. En alguna isla. Sin atlas de mar. Sin compás de arena.

Nunca volverá siempre, como me decías, dulce, mojada, indemne, herida por la luz.

Se apaga el mundo.

No temas por mi.
Aprendí la forma de la noche en tu cuerpo.

Está bien.
Apaga el sol y ven amor.
Ven hoy a destruirme, como siempre.