viernes, 29 de junio de 2012

Alquel rincón al que ya no podré ir a buscarte


¿Dónde estás, amor? Hoy que ha venido tu lengua a buscarme. Y está en mi boca. Como una fruta de melancolía. Fría. Dulce. Acuosa. Indemne. Herida por tu luz.


¿En qué lugar del mundo, mientras yo abro y cierro puertas, está batiendo el viento sobre el rostro de una niña pecosa, furioso como el clima de su pecho sembrado de estepa blanca, y dulce como las tardes de ayeres cargados de dijes entre calendarios arcanos evadidos de la forma más sutil, del último rincón del Universo?


¿Qué increíble chiste te hace reír, de esa manera absurda, de esa adorable manera, mientras el mundo entero se retuerce ante tu paso, consciente y debilitado, al no llegar a ser jamás, de entre todas las mujeres que un día han sido, aquella cuyo amor desfallecerá en tu abrazo?


¿Qué haces? Di. ¿acaso lloras frente a ese mar infinito que te devuelve su infinito y aprisionas en los ojos para mirar, de esa ardiente manera, tu nueva presa?


Amor, amor. No sabes lo desierto que queda el mundo. De qué forma, cada puerta que abro en este Universo en el que sé no podré ir a buscarte, me abofetea con una habitación gélida y desolada que sola, se va extinguiendo eternamente.


Amor, amor. Yo también. Te recuerdo y me extingo. Te dibujo y me extingo. Claudico y me extingo como un dibujo de sangre arrojado a un inmenso océano que me borra con su fuego. Pero nunca me cansaré de recomponer tu rostro cantando al volante. Recitando aquellos versos de Borges junto a la chimenea. Abrazando delicadamente mi cuerpo sacudido por tu mar. Amor, amor. Me extingo en cada recuerdo. Mientras todo agoniza. Y mientras sé exactamente en qué rincón de este Universo ya nunca podré ir a buscarte.

Sobre la muerte y.


Menos mal que un día morimos. Seria insoportable escuchar eternamente a esa gente que se queja de la vida. Con el deliquio que supone dejar de ser criatura inerte en ningún sitio para tomar conciencia de las distintas formas de reír, de pensar, de sentir. Como si de la nada nos hubiesen regalado un cuerpo y un alma para llorar, amar, sufrir. Como para que los Dioses nos envidien por ser mortales y sentir hambre o sed.

Menos mal que un día morimos, sin conocer el secreto de la muerte. Eso determinaría completamente nuestro modo de vivir.

Sobre el tiempo y.

No llevo reloj. Y me río de la cuadratura consensuada de que el tiempo avanza y es real. Cuando en nuestro fuero mas interno herencia del colectivo universal, sabemos que es circular, llano, en cascada de espejos. Sabemos que todo lo que ha sucedido, una y otra vez sucederá. Que como dijo el Eclesiastés, nada nuevo hay bajo el sol. Que cada historia escribe su propia historia. Que cada página avanza hacia una nueva página, pasándose a sí misma. Sabemos que existe la hiperincursión. Y que como argumenta Clarissa Pinkola, el proceso es simple. Y es el siguiente: Vida/ Muerte/ Vida.  

El lugar donde el hermano de Simbad el marino tuvo un sobrino cantante


El pensamiento binario ha organizado para nuestro pensamiento el mayor de los desordenes. Dualismo. Gnosis. Tan es así, que me resulta abrumador que el diablo se parezca tanto a dios. Y es que, me han inculcado tanto la figura de dios, que no puedo ser indiferente al diablo, ni dejar de sentirme atraída hacia su dualidad. Es lo más parecido a él que existe. Me voy de cabeza hacia todos aquellos fantasmas de las óperas, músicas de la noche, como si del canto de las mismísimas sirenas del Peloponeso se tratase. Y me pierdo en aquel lugar en el que un dios imita a un diablo que esta imitando a un dios que imita a un diablo que está imitando a un dios que imita a un diablo que está imitando a un dios que imita a un diablo, que.  

Manu Norte



Antes yo no era la que soy ahora. Pero no. No pienso decir a qué me dediqué antes de aquel 15 de octubre del 2006. Nunca conoceréis a la Manu Norte de antes. Antes de quedarme muda. Antes de perder mi voz. No. Nunca lo sabréis. Por más que lo intentéis no saldrá nada de esta pluma. Además, poco importa porque de eso parece que haga muchos años. Parece que sea otra vida. Es de hecho, otra vida con distinta historia. Una vida de la que nunca os hablaré. Yo entonces era joven. Y ahora tengo la impresión de ser muy vieja. De ser anciana. Si. Una anciana enjaulada en el cuerpo de una niña. Arrastrando en el pecho, como lo hiciere un preso con su bola, un corazón maduro y viscoso como la pulpa de una fruta pasada. Gaseado. Agujereado como un queso gruyere. Remendado. Apuntalado. Zurcido. Una pulpa podrida que hace la vez de corazón y a duras penas puede latir por nada. Antes yo no era la que soy ahora. Pero no. A la Manu de antes jamás la conoceréis.