miércoles, 29 de mayo de 2013

Decías. (¿Decías?)


 

Tú.
Me explicabas.
El lenguaje, y sólo él, esculpe en el fuego una decisión, un abedul, el desierto de mi Arabia.  

 

Eras sabia. Decías.
Vente a Arabia. Decías.
Tú.


Ahora sé.
Que Arabia es tu tierra y tu piel. Arabia es tu cuerpo en su idéntica geografía. Arabia se bifurca donde te bifurcas tú.
Eres Arabia entera. Con sus ojos. Tus desiertos. Con su Norte. Con tu Sur…


Pero Arabia no es hiperbórea, te repetí.

 
Y entonces te busqué. En noches de invierno.
Instrucciones de duelo. Una y dos mil.
Cuarenta pasos de eterno. De dudas. De al fin.

 

Decías
(¿Decías?)
Conozco el algoritmo de la pasión.
Pero desconozco el idioma, la lengua, las palabras, la expresión.

 
Tú.
Decías.
No creo en una pasión vasija, ni en una pasión dintel. Cimbra y dovela. Ni en una pasión jamba para sostener. Para albergar. Para mantener. No. No creo en ningún otro lenguaje que no sea el privado. Y renuncio a cualquier pasión de portulano, que no se inicie por una expansión hacia el infinito. Y decías. Repito. Sólo renunciando a una realidad exterior, somos capaces de definir el amor. En términos llanos. Y somos capaces de repetir algo tan simple como  te amos, pudriéndose en los labios nuestra historia. Nuestra expansión.

 
Esas cosas.
Tú.
Decías.
Cosas
Que parecían cosas.
Palabras
Que parecían
Palabras.
El lenguaje es vacío. Decías.
No me expliques el río, Decías,
Que sientes te recorre el interior.
No me hables de amor sin hablar de orogénesis, de placas tectónicas, de terremotos, de volcanes de corrientes convectivas. De arrastres, subducciones, fallas, puntos calientes, fosas oceánicas y tesoros con vasijas.

Decías.
No lo hagas simple.
No lo cosifiques.
Tú. Decías.
Lenguaje mata a lenguaje.
Lo aparta. Lo esconde. Lo gira. Lo corrompe.

Tú, sabia discípula de Wittgenstein predicabas que Sentido del mundo reside fuera de Mundo. Y por supuesto, fuera del lenguaje en que se intenta la expresión.
Tú decías Shakespeare
Yo decía Leopardi.
Tú decías Milton. Se terminaba la discusión.

 
Y Mudas.
Descubríamos.
Desnudas.
Otra región. Vastos dominios de la conciencia. Secretos rumores del sentido. Bailando al borde de la ciencia. De la metafísica. Lamiendo. Libando. Danzando al filo de un fuego donde hierro forja alma. Que se retuerce. Deviene diamante. Espada. Lanza. Ave Fénix.

 
Y el primer y último de los algoritmos. De los cielos. De la lluvia. De la pasión.
Me lo mostraste en expansión.
Y sin usar ni una sóla palabra.

Estiradas todo a lo largo.
No te oigo llamarme amor. Sin embargo lo gritas. De esa manera.
Eres bella. (Pienso). (Pensando en realidad cualquier otra cosa).  “No hay pérdida del lenguaje que no implique una pérdida de la realidad”.  Decías (¿decías?)

Eres bella. Repito. Callo.

No soportaré perder mis palabras. No estas maltrechas palabras con las que tan rudamente soy capaz de describirte. De encerrarte.

Tú me enseñas.
Y yo voy y vuelvo de Arabia.
A Arabia.
En tu Arabia.
De tu Arabia.
En tu Sur.
Sur de Arabia

(Tú
Eras sabia. Decías.
Vente a Arabia. Decías.
Tú.)

No quiero repetirte palabras usadas en mil otras escenas.
No a ti (no, no a tí no, a tí no).
Sin embargo, quieren salir.

Tu silencio las abrasa.

Bebo de ti. Bebo hasta las heces del cáliz de los tropos mudos de tu ardiente idioma. Me lo enseñas con tu piel. Con tu boca. Con tu cuerpo. Bajo el que estalla entero el Universo, envuelto en tu fulgor.

(Tan pequeño quedaría un "amor"...)
 
-Y esta es en realidad la verdadera teoría del Universo. La del Big Bang no tiene nada que hacer con esto-