lunes, 23 de mayo de 2011

Sonrisa Duchenne

Cádiz… En realidad es Caños, en Caños de Meca…

Estamos. Mi alma y yo.

Yo, sumida en una infructuosa búsqueda de mi alma. Mi alma, refugiada en algún inexplorable lugar de mi interior.

Es, a ojos de terceros, imperceptible el aletear del estornino negro que sale de tu pecho a picotear mi corazón… Lo ha tomado como la más tierna de las frutas y se recrea sin reparar en mi agonía.

Se que no eres responsable de aquello que sale de tu pecho de forma tan impulsiva. Tampoco lo eras cuando eso que salía de tu pecho provocaba una sonrisa Duchenne en mi interior.

Algún embrujo del Dios de la supervivencia, me hace andar, de forma instintiva, y pasear por el parque Natural de la Breña con ese dolor tan intenso. Mi alma se encuentra en cualquier otro rincón al que hoy no tengo acceso. Me pierdo en mi interior, intentando encontrar algún resquicio, huella, vestigio de su ubicación.

Dando plantón a las coordenadas mundanas, se ha ido a llorar todas las lágrimas que yo no se expresar. En algún lar en el que tus dije siguen dorándose al sol de primavera. En algún lugar en el que siento una y otra vez, el raro privilegio de morir en tus brazos. Un lugar inundado de nuncas repetidos mil veces.

Este paisaje de inmenso mar, tan distinto al de mi isla, me extasía.

Ni rastro de esa parte de mí.

Ni atisbo de esa interna sonrisa.

Ando y vislumbro una torre. Me hace feliz. Y pienso en mi simpleza. Cualquier lugar con un faro, una torre, y un bonito paseo para llegar a ambos, me puede colmar de felicidad. Ahora que todo carece de sentido, cuando he vivido por y para ti, procuro no olvidarme de mí. Y empezando desde el principio de los principios me transformo en alguien tremendamente simple.

Me pierdo buscando becerros. Los quiero fotografiar.

Me detengo delante de uno de esos paneles explicativos que, ahora entiendo, han colocado para nosotras (es decir, para mi alma desaparecida, y para mi otra que lucha por persistir, aun en búsquedas intangibles…)

Leo.

Lo que leo, reza así:

“Y como en las marismas de Barbate, ellas también, erosionan tu base. Con sus risas. Con sus besos. Con sus miradas. Con sus palabras. Con sus silencios, que interpretas a tu antojo, hacia los mas bellos sueños. Y con su amor de mentira… que un día creiste redentor. Y te dejan sin principios. Sin valores. Ahora en esas mareas bajas, la plataforma de su abrasión deja al descubierto tu pecho raso, que da cobijo a numerosas algas e invertebrados ofreciendo un importante nicho ecológico a la biodiversidad marina… Todo lo anterior, mas el efecto de socavamiento inferior, provoca posteriormente el derrumbamiento de la parte superior del frente (olvidan poner que este derrumbamiento mata sin piedad las algas e invertebrados a los que mi impío pecho sin ti, había dado cobijo…). En un proceso continuo que hace retroceder la pared rocosa.”

Efectivamente, es de esta forma, inevitable que creas este acantilado en mi pecho que empieza a parecerse al acantilado de tu pecho. Los pliegues de mi alma que pudieran dar equivocas señales a las más inocentes especies, de ideal cobijo, son traicioneros. Pues se va derrumbando, retrocediendo mi interior. Me haces retroceder. Me haces convertirme en abismo, en precipicio, en acantilado.

Alguno de esos derrumbes, se llevará el aletear de tu estornino negro. Otros, todas las arrugas de mi mirada de esa sonrisa interior.

Puede que arrebatándome coraza a coraza, dejándome sin base, sin principios, y volviéndome una y otra vez a desplomar, estés tejiendo con tu infinita sutileza aquel terreno perfecto, preciso y al detalle de lo que te supondrá, con el más fino deleite, el pasaje idóneo para la mayor de tus escaladas. Para la mejor.

Para un imposible…

Un 9c+,… un 10…

O puede que, sencillamente, no.