jueves, 20 de diciembre de 2012

No quisiera que el fin del mundo me alcanzara sin confesar que:


 
-Una vez admiré a Teresa Rabal.
-Me apesta el Doctor House.
-Me aburre la política, los periódicos, y el telediario.
-Me hubiera encantado tener una hija contigo. Incluso dos. O seis.
-Me ocurre sorprenderme escuchando a Phil Collins.
-Me empaché de foie una noche. Creí ser una oca torturada. Y no lo volveré a probar.
-El problema del cine en general es que hay demasiados guaperas.
-El problema del derecho en general, es que va por detrás de la vida real.
-El problema en general, es que no existe la igualdad de oportunidades. Y el talento no siempre atisba. Lo que llamamos obras de arte suelen ser tentativas afortunadas de talentos que sí que pudieron llegar. Pero muchos talentos se perpetrarán en la sombra.
-En ocasiones pronuncio tu nombre después del éxtasis.
-En ocasiones, grito tu nombre.
-Hubiese podido ser músico profesional.
-Siempre que puedo, pinto. Con cualquier herramienta. Todo me sirve para dar color.
-Hubiera querido tener una preciosa galería de arte.
-Los escenarios me vuelven loca. Observando. U observada. Pero loca.
-Me hubiera encantado inmortalizarme contigo en alguna de esas fotos vintage.
-Es mentira que más de cien mentiras no digan la verdad.
-Es mentira aquello de ojos que no ven corazón que no siente. El corazón siempre pudo ver lo invisible pero que está ahí.
-Así de simple. Me gusta bailar.
-Yo también: dulzura, dulzura, dulzura.
-Chopin se reencarna los viernes noche en la única habitación fuera del mundo que da al mar y a siete faros.
-Me siento muy cerca de la Virgen María.
-Espérame y llegamos juntas.
-En aquel crucero hice cosas que aun no he confesado a nadie.
-Yo también soy fan de John Boy.
-A veces me ocurre. Escribo, escribo y escribo.
-El fútbol era más interesante cuando Zidane formaba parte del juego.
-El cine era más mágico. Antes.
-Ojala pudiera volver a sentir.
 -Me gusta cuando te concentras tanto que no pareces mía.
-Me he visto fuera de mi cuerpo, acariciando mi cuerpo. No lo sentía mío. Pero era mi cuerpo. Al tocarlo era como cuando te tocas un brazo que se te ha quedado dormido. Yo me veía tumbada e inerte. Me pregunto si eso es algo sobrenatural.
-Nunca he estado con más de 3 mujeres a la vez.
-Ya no concibo la vida sin una casa en el campo, sin perros, sin gatos y sin libros.
-Mataría por mi familia.
-No pienso soltar este cuaderno de Berger que me habla de Spinoza.
-No quiero verte. Quiero verte. No quiero verte. Quiero verte. No quiero verte. Quiero verte.
-Escribí. Escribí sólo para no morirme.
-Te costará aceptarlo. Pero no estás aquí sólo como testigo.
-A veces siento que no soy yo, y sí los sueños azules de una mujer desnuda.
-He amado hasta llegar a la locura. Y eso a lo que llaman locura, para mi como para Sagan, es la única forma sensata de amar.
-No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya, pero tengo una mujer atravesada en la garganta. (La noche/1)
-Estoy harta de analizar si esto es felicidad.
-Algunos textos me han acariciado mejor que muchas personas.
-A mi también, que el fin del mundo me pille bailando.
-Hice lo que pude. Y a veces hice, incluso más.
-FIN

Un cuento de Navidad


 
-..." Hasta entonces yo no había conocido algo así. Ni siquiera me habría atrevido a soñarlo. Lo más intenso y profundo que había vivido estaba en las historias de mis libros. Dios. Mis libros. Me alimentaba de las historias de todos esos libros. Había vivido mil vidas distintas a través de ellos. Me llevaron a los lugares más maravillosos. Había sentido en mi piel la alegría, el miedo, la pasión, la desazón. Sabia cocinar, competir, tocar el piano. Conocía el olor de las magnolias. Y las pócimas de las flores que se encuentran en el Tíbet. Había llorado por la vida. Y por la muerte. También había aprendido a odiar. Y a perdonar. Los libros me lo habían enseñado todo. Había amado profundamente. Y me había dejado amar, también. En cierto modo, sólo ellos habían hecho mi fortuna, decidiendo el curso de mi vida... Hasta que apareció ella". -
La nieta abrió los ojos para escuchar mejor. Era abrumador sentir que en su sangre de niña circulaba la misma sangre de esa piel tan arrugada, tan abrazable, y tan suave, que sentía ya amaba muchísimo. A pesar de su corta edad, aquella nieta sabía que jamás se olvidaría de ella. De su olor. De todo aquello bueno que le transmitía. Sabia que jamás olvidaría una sola de sus historias. Y le prestaba tanta atención que prácticamente tenía la respiración cortada. Aquella boca arrugada continuó a hablar dulcemente.

-"Ella no tenía ni 35 años. Esa tarde su cara estaba muy cerca de la mía. Y todo su cuerpo se tendía todo a lo largo de la cama de la forma que sólo lo saben hacer los felinos. Entonces yo le dije: "Dame un año. Dame un año de tu vida. ¿Qué es un año? ¿Qué es un año para ti cuando habrás vivido un total de, no sé, tal vez 89 más? Después de un año conmigo te podrás ir. Nos dejaremos de ver. Si así lo deseas, después de ese año, yo no te molestaré nunca más".-

A su nieta le encantaba la navidad, porque se reunía la familia. Hacia muchos kilómetros junto a sus padres hasta llegar a aquella casa. Siempre era una fiesta llegar allí porque había cosas mágicas como sus galletas preferidas recién sacadas del horno. Era entrar a aquella casa de campo perdida entre montañas, y cerrar los ojos para disfrutar del olor a chimenea y a galletas recién hechas. Y todavía con los ojos cerrados la sorprendían los abrazos y los besos más tiernos del mundo. Luego las risas de sus padres, de sus tíos y de sus primos invadían cada rincón de aquel lugar. Después de la cena familiar llena de anécdotas que se atropellaban, empezaba lo mejor. Las historias.

Ya era por la noche. Estaban todos bebiendo té caliente. Té inglés. Se habían reunido frente a la chimenea. Alguno estaba dormido en el sofá. Pero la niña seguía bien despierta. Sentada en la alfombra, a los pies de aquella voz que le traía el cuento más hermoso. Junto a la gata persa. Con el plato de galletas al lado. Había estado esperando todo un año para volver a oír esa historia. A que se la volviera a contar. Esos ojos llenos de vida que desafiaban las leyes del tiempo, continuaron a brillar al pulso de aquellas palabras que prosiguieron, mirando a su nieta.


"-... Fue entonces cuando le hablé de Carl Jung: "Jung dice que el encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman". Recuerdo que nuestros cuerpos estaban tendidos en la cama tan cerca que, cuando ella empezó a reír, me sacudió también a mi. Era tan hermosa cuando se ponía a reír. Tenía una forma de reír que todo lo relativizaba. Hacía tiempo esa reacción química había empezado en mí. Pero ella era,... digamos, que algo más lenta. Sin embargo, fue esa frase. Fue después de esa frase, que, desnuda, se levantó de la cama.  Se alejó de mí. Abrió la ventana. Se llevó la mano derecha a la muñeca izquierda. Y se desabrochó el reloj. Por aquella ventana abierta miró el infinito que le devolvió un infinito. Y tiró su reloj al mar. Luego, esbozando su sonrisa etrusca, volvió a mi lado. Y si. Me concedió ese año. Y alguno más. Porque desde entonces, mi pequeña, y hasta hace hoy dos años, la abuela nunca se separó de mi. Me pregunto por qué aquel día, a través de esas palabras que engendran el futuro, yo no pronuncié 99 años..."-