viernes, 16 de diciembre de 2011

Una pequeña obsesión...

Llueve en Santiago. En Santiago, siempre llueve, dicen. Caminar. Recibir noticias de un amigo. Abrazar. Que te abracen. Escuchar tu canción preferida mil veces. Correr hasta el agotamiento. Respirar aire puro. Subir una montaña. Bajar de una litera para comer tu plato preferido. Cantar. Bailar. Seguir cantando. Bailar con tus amigos del camino. Bailar con los más queridos. Caminar. Cruzar el páramo. Pensar. Olvidar. Recordar. Organizar. Liar. Obsesionarte con una meta final. Que un impensable se transforme en tu meta. Llegar. Nada importa. Nada de aquello que has dejado antes del camino. Lo importante solo es llegar. Amaneceres en Rabanal del Camino. Bocata en Foncebadón. Seis kilómetros. Seis. Cuesta arriba. Verónica. Verónica y su rodilla. El marido de Verónica, Verónica y su rodilla. Paisaje del Norte. Paisajes. País de la lluvia. Lluvia. Risas. Cubre cualquier cosa. Tierra rojiza y otoñal. Caminar. Cenar sola en la Pousada de Salcedo descubriendo un temazo de guitarra eléctrica. Canciones que te transportan. Da igual donde estés. Que te llevan muy lejos. Puede que todo sí que se resuma en "lake". Caminar. “Fotografía la cepa, amor”. “No te muevas, estas muy guapa junto a los eucaliptos”. Un lugar. Un destino. Una meta que une todos estos desconocidos. Desconocidos que tenemos mucho en común: llegar sin rendirse. A su ritmo. A su paso. Hacer el camino. Disfrutar de él. “Acércate a mi ala, te dará cobijo”. Nunca pares de crecer. Nunca pares de caminar. Y por qué no admitirlo: si, esto es una pequeña obsesión. Llegar agotada. Cenar, reir, cuidarte los pies, dormir. Salir de nuevo de madrugada. De madrugada, cuando salir a caminar mientras sigue dominando los paisajes una noche. La misma noche cerrada de ayer. Entre la niebla. Con el frontal. Con las piernas doloridas. “Estirad, chicos, no vamos a salir de aquí sin antes estirar”. “Damos novedades, mi capitán, todo bien, continuemos antes de que amanezca el día”. Un Peregrino no exige. Solo agradece. A veces duele la espalda. A veces duelen los pies. A veces hay hambre. A veces hay sed. No sé cuantas veces me habré cambiado los calcetines mojados de tanto llover... No da tiempo para pensar en nada. Volverse básico. Andar te convierte en salvaje. Seguir los impulsos de tu necesidad: beber, comer, dormir, y volver a caminar al día siguiente. Se resume en eso. Todo se resume en eso. Las risas. El aspecto físico. La importancia de reparar el cuerpo para nunca abandonar. No. No sé andar con botas de montaña. Solo sé andar. Andar. Caminar no cansa. Caminar cansa. Caminar agota hasta al más entrenado a caminar. La diferencia está en los kilómetros recorridos. "¿de donde sales?" “¿de donde vienes?" "¿adonde vas?" Son las mismas preguntas de la vida. Preguntas que en el camino, sí que sabes contestar. Chatear con una amiga que acaba de descubrir el wassap. Dormir. Soñar con la fritada de pulpo y la lasaña de verduras de María. Caminar. Lluvia. Que llueva antes de entrar a Santiago. Cambiarte tres veces al día los calcetines. Untarte de vaselina los pies. Dejarte hacer la colada por 5 euros. Dormir junto radiadores llenos de ropa de desconocidos. Desconocidos amigos. Amigos ya. Caminar. Tener una meta. Tener un Objetivo. Ir reforzando esa meta. Reforzando un objetivo. Siempre puedes más. No rendirte. No rendirte nunca. Escuchar la misma reflexión de siempre: “¿Y esos no, no son demasiados kilómetros?” “No, ya los hice ayer”. No tener ampollas. Ver todas las de tu alrededor. Reírte pasando con una aguja e hilo a la primera ampolla de tu amigo. "Lo hemos desvirgado". Reírte más. Rozaduras. Verlas empeorar. Ennegrecerse. Escuchar a alguien incluso así decirte: “Voy a terminar”. Y admirarlo. Admirar a la gente. "Todo esta en la mente" Caminar. Fijarte en las flechas amarillas. Que tu vida se resuma a seguir unas flechas amarillas. Perderte de noche. Perderte por no mirar. Obras en el camino. De noche. El amarillo confunde. Han dejado de señalizar los senderos de tu camino. Perderte y volver a empezar. Mismo punto de partida. Camiseta reflectante. Frontal. Una preciosa noche estrellada. Seguir andando, 15 km más. "¡Animo sólamente son 15 más!". Aunque estés rendido. Aunque arrastres los pies. Aunque estés abatido. Tienes que llegar. Otra etapa. Tobillos que no aguantan tu peso y el de la mochila. Un sueño milagrosamente reponedor. Un sueño. Un AVE María a todo trapo como despertador. Niebla fuera. "Te has quedado dormido, venga, levanta". Una vuelta a empezar. Malas caras hacia el de los ronquidos. Bajar de la litera. Dormir arriba. Siempre dormir arriba. En una esquina, para observar. Son las 6h30 de la mañana. Estar preparada con el frontal. El desayuno de Carlos, en Ruitelán. Félix y Alberto, dos ángeles guardianes. Siempre puedes más. El monje san franciscano. Un albergue de peregrinos. Otro más. La voluntad. Prohibido dejar las botas en los cuartos. Buscar un radiador para poner las asics debajo. Los sellos de la Compostela. El guisado gallego de antes de la 13h, en el bar. La cerveza. El vino. La vinoteca "gracias por apiadarse Usted de unos peregrinos..., y gracias por las dos botellas". Caminar. Bajo la lluvia. Que caiga la noche.. Tender la toalla en la barandilla de la cama. Enfundarte bajo el saco de dormir sin calefacción. Pensar que no existe en el mundo un lugar mejor que el interior de ese saco. Pensar que no existe en el mundo un colchón mejor que ese colchón cualquiera. Caminar. Dejar en cada pueblo algo olvidado. "Buen viaje peregrina" " Gracias, señor". No sentir los pies. Experimentar que todo es metalizarse. Convivir con gente desconocida. Cuestión de horas para que sean compañeros irremplazables de tu viaje, de tu vida. Caminar. Vaciar tu mochila. Ir dejando en los albergues libros que no vas a leer por cuarta vez. Vaciarla de perfumes, cremas, suavizante del pelo. Dejar tus botas de Goretex de caminante. Rezar por que tus asics que aguanten bien. Volverte a cambiar de calcetines. Dolor de espalda. Dolor en los talones de los pies. Unas fotos. Unas risas. La grabación del dueño de su finca. Sus perros furiosos. Una bata, y una incomprensible explicación en zapatillas de casa. Ferreías. Unos pasos silenciosos. Avanzar. Pensar. Cuentos. Sonrisas. Miradas. Caminar. Unos que abandonan. Otros que se marchan. O Cebreriro se convierte en lugar de despedidas. “Echaremos de menos a Vicente..”. “Vicente no termina en el camino..." Un pico del poyo. Dos rostros adorables que esperan para comer un cocido gallego, un filete de carne. Pasar a la carne. Muerta de hambre sin desayunar. Que los pueblos no tengan nada abierto en diciembre. Es diciembre. La carne inyecta energía para tirar hasta Tricastella. Ángeles guardianes. Los perros de Galicia. Los pueblos. Los olores. El barro. Una mirada. Alguna preocupación. Contesto: “claro que nunca se acaba, si el amor es el de verdad, nunca se acaba”. Sosegar un corazón de veintitrés años con esas palabras. Pero no saber de verdad si se acabará. No saber qué pensar del amor. Al fin y al cabo, solo son 11 años más lo que distan de esas preocupaciones. El camino en diciembre tiene algo especial. La magia de los paisajes. El otoño con su manto apelmazado. Los rojos. Los ocres. El frío. La humedad. El agotamiento del peregrino. Las ganas de comer. Dejar el café por el colacao. Volver a ser carnívora. Los troncos de los castaños. Árboles centenarios. Las Herrerías. El cuarto de verano, un paraíso sin ascensor. Un décimo de lotería. Buena suerte para el 22. “Siempre nos quedará el 22”. Un castillo de piedra. Una capilla. Un puente romano. Un río. Un retablo. Un castor. Un caballo. Tomás, el último templario de Manjarin. Y su perro medio dogo medio lobo. Y su camada de cachorros por venir. El albergue de San Nicolás en Ponferrada. Ponferrada desde el almuerzo en Molinaseca. Cantimplora rellenada por los ríos. Por las fuentes. Por las fuentes de la fe. Mejorar la estrategia para que no te pese de más. La cruz de ferro. Una piedra. Una piedra más. Caminar. Verdecillos caminantes. Totovías. Pinzones y carboneros garrapiñados. Las cornejas y sus graznidos. Un pinar. Escobas, brezos y carquesas. Déjame probar, qué es eso, un arándano. Un madroño. "De esta fuente no bebas: pone sin garantía de sanidad". "Demasiado tarde. Tenía una sed que me moría". Volver a tener hambre. Y destrozados los pies. "¿Tienes radio salil?." "¿Y más glucosa?" "Que rule la vaselina". Llegar al río en Portomari. Despedirme, que me despidan. Caminar. Peregrina. Siempre poder más. "Haz bien a estos pobres". "Hola Verónica, ¿cuando partiste de Roncesvalles?" "Buen camino" "Necesitas un palo" "¿Quieres este palo? Yo no sé andar con dos" " ¿Donde habrán llegado los mallorquines?" "El de Zaragoza ayer abandonó" “Los tres del lunes han pillado un autobús”. "No son esos demasiados kilómetros para un día?" "¿Te crees una iron woman o qué!?" "Habéis sido mis ángeles guardianes.” “Los dos peregrinos mas guapos del camino". San Francisco andó. Vida contemplativa. El que monje lleva andando tres años, quiere ser como San Francisco de Asís. Por aquí todavía se mandan cartas. Que esta carta exista. Para que te acuerdes de mí. Casa de piedra. Musgo en las piedras. Bao al respirar. Cuerpo sudado. Pensar que no puedes más. Seguir andando. Subiendo y caminando. Cara untada de vaselina. Dejar el café. Pasarse al colacao. Dejar el agua. Pasarse al vino. Vacas bebiendo en el río. Olor a vacas. Un nudo en la garganta al pensar que se termina este camino. Un nudo en la garganta al atisbar desde el Monte de Gozo, Santiago. Un último esfuerzo. Solo un último más. Siete días pensando. Siete días sumando. Bajar hacia la ciudad. Atravesarla entera. Mezclarte con la gente de una ciudad. Mirar a tu entorno, asalvajada. Buscar, seguir y solamente pensar en las flechas amarillas. Caminar. Reconocer a otros peregrinos. Otra mirada. Una meta en común. Importar muy poco el resto. ¿Una pequeña obsesión? Si. Indiscutiblemente. Caminar. Un silencio inmenso. Un arco de piedra. Y el ruido de una gaita. Un gaitero. Atravesar el arco. Seguir escuchando la gaita. Atisbar la catedral. Una primera lagrima. Persistir el nudo en la garganta. Que presione. No retenerlo más. Arrastrar los pies. Postrarte enfrente de ella: la catedral de Santiago de Compostela. Llegar. A lágrima viva, derrumbarse. Haber llegado. Haber conseguido llegar. Llueve en Santiago. En Santiago, siempre llueve, dicen.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La novena. (De la serie La isla de mañana)

Amor. Esta mañana encontré una carta con mi nombre. Estaba en un buzón, en medio de mi camino. Yo me había perdido. Y esperaba que esa nota que llevaba mi nombre, me indicara la dirección a seguir. Bajo la mirada escrutante de los únicos seres vivos con los que me cruzaría esa mañana, una madre y su cría, me senté a leer, bajo el castaño del peregrino, también llamado Carballo de Fonso Pedrero.

“Se dice en las antiguas cartografías orientales, que levantar el mapa de tu alma es imposible.

Abruptos acantilados y desafiantes abismos hacen imposible detenerse al más excelso delineante que hubiere en los tiempos, para levantar el mínimo trazo.

Pero yo, que he paseado tantas veces por ella cuando se desmaya la luz y te conviertes en aprendiz de halcón, cuando tiemblas, corazón coraza, entre mis brazos y pronunciando esas palabras de “Creo en ti. Ahora, enséñame a rezar” descubres que existe la profanación de mi cuerpo inexpugnable, para escribir en él con tu lengua las únicas palabras de la religión que que me acompañará en el camino. Yo, que te he caminado y recorrido, trenzando y destrenzando el tiempo, católica conversa, ejerceré de perito en las cartografías de tu alma, dibujada por ayunos e introspecciones.

Y pienso desafiar todos los cartógrafos que en el mundo un día existieron. Y reuniéndolos, les pediré que beban estas palabras de tus ojos de niña, para tomar buena nota de cuan en tu pecho existe, porque…

…resulta que en su tránsito de este a oeste, es testigo de profundas variaciones ambientales que dan lugar a importantes cambios en los paisajes, la flora y la fauna que acompañan a cualquier peregrino en su travesía. Ni el relieve ni el clima son iguales en los limites con la ausencia, en las parameras del centro del primer pliegue de tu alma, o en la hoya berciana que acuna tus noches de insomnio. Esto se traduce en un dinamismo del entorno que agradece cualquier caminante, y añade un enorme interés natural al clima de tu pecho.

Misterio atrae.

Mirada expulsa.

Cualquiera, entonces, resume: “su corazón lo atraviesa el río Omaña. De frente, a su derecha un parque de bomberos. De frente, a su izquierda, una estación de autobús”. Y o se apaga el fuego, o uno se escapa en autobús.

Estamos en tierra de nombre de felino salvaje, amor.

Yo no conozco de fuegos ni estación de autobuses, y sigo el camino con mi cama enrollada en cuello. Con mi casa dentro de cuarenta litros de peso. Con mis pies que cuido, embadurnándolos de vaselina para poderte caminar.



Después de varias jornadas, saludo al Carballo de Fonso Pedrero. También él me saluda. Y me invita a reposar. Creo ser el único resistente hacia esta suerte de laberinto. Le agradezco su papel protector, y me acomodo en sus rebollos.

Agradecida, siempre agradecida, sigo andando largamente. Llego a una parte imposible del recorrido de tu pecho. Entre las cuencas del eslabón y el orbigo, discurre por la comarca del páramo, inmensa planicie cultivada de rutinas y siempres, de dijes y huestes. Tanto en secano como en regadío apenas interrumpida por débiles vallejas, apenas perceptible, por su lisura y tibieza. Pero con raíces más aferradas que las tuviera cualquier olivo.


Olvido.


También.

Es el segundo pliegue de tu alma.

En el páramo predomina la vegetación herbácea, y los enclaves arbolados se limitan a las riberas de los principales cauces fluviales, lamentos y quejidos, risas y parodias y a contados montes de encinas, quejigos y cosconas que perduran como islas en un mar de cereal.

Perduran como islas en el mar. Como islas de un mañana.

Se eleva después de este segundo pliegue un infinito abismo de costado. De perfil. Y luego, un vacío. Y su enorme torreón. Estamos de lleno en la tercera etapa. Tercer pliegue de tu alma.

Son las hieles del pasado. La amargura del cautivo. El futuro de un pasado olvidado. Unas Torres. Torreón mayor. Un embalse. En el que nada fluye. En el que nada pasa. En el que todo aquieta. En el que el silencio espanta.

Hacia el oeste, pasada la ciudad fortificada, la llanura del cuarto pliegue comienza a replegarse en las estribaciones de los Montes. En este ámbito surge una vegetación espontánea de rebollos, quejigos y encinas entremezclados con grandes extensiones de matorral, brezos, jaras, carquesas y piornos.

Al otro lado, un camino desciende a la hoya del Bierzo, al encuentro de un ambiente radicalmente opuesto. La escasa altitud de las vegas bercianas en comparación con las penillanuras del páramo, unido a su clima más suave y húmedo, dan lugar a un autentico vergel.

Es el quinto pliegue de tu alma. En este sector se combinan encinares y madroñales con castañares y robledales, incluso hayedos en algunos reductos especialmente umbrosos. Allí es donde corres como lo hicieras de niña. Allí es donde ríes. Allí es donde lloras. Donde te acunan. Donde te adoran. Allí es donde se mezcla tu mirada felina con tu ternura rebosada. Allí es donde se desmaya cualquier luz, para que enciendas la luna. Allí es donde aúllas, donde encantas, donde expugnas, donde embaucas.

En esa zona eres grande. Y tierna. Y deliciosa. Inspiras el quicio de cualquier noche, la demencia de cualquier rosa.

Sonriente y feliz.

Fuerte como los troncos de tus árboles. Suave como cuando caen sus hojas de color añil. Cabe decir, que a pesar de todo, esta parte es una zona altamente humanizada, con grandes áreas ocupadas por cultivos hortícolas, viñedos, y plantaciones de chopos, entre otros usos humanos de aquellos a los que has permitido conozcan una parte de ti. Han llegado hasta aqui. Me sorprendo. Pensaba que jamás encontraría vida que hubiera llegado hasta aquí.

No estoy sola.

Me alienta. Me desaliento.

Pensaba ser yo una especie exclusiva capaz de sobrevivir y llegar hasta aquí.

En algunos puntos del pinar, te crecen abedules y seriales, que destacan sobretodo en otoño, cuando los primeros se visten de amarillo y los segundos, de rojo. Entonces todos esos seres que se pierden dentro de ti, juran no haber visto en su vida nada más hermoso.

También se creen únicos.

Apiadándose de ti.

De tus caprichos. De tus enojos.

Esperándote hasta que la primavera devuelva a tu boca el color de las grosellas. Y que la estepa blanca pueble la ladera de tu pecho mientras bailan los poetas y se desquician los teólogos. Mientras Platón atribuyera la creación del mundo a un matemático sublime, conviviendo con un Borges que recogiera el infinito en su Aleph.

Todos ellos, todos, se creen en la antesala de tu corazón.

Pobres desdichados.

Y es que tu alma tiene muchos mas pliegues. Y esperarán, en vano, mil y un abriles, muriendo al fin, desamparados. De lejos se oye, de más lejos, el graznido de las cornejas que rondan en busca de los restos de estos caminantes desventurados, que no tardarán en sucumbir.

Almas en pena. Entregan su rendición. Su cuerpo. Se arrancan, ellos mismos se arrancan de cuajo, con esa garra que encarna un lobo hambriento que es el tiempo con sus dientes de nácar, las tripas y el corazón. Y las cornejas se embalan para alimentarse de lo que se ha convertido en rito, en tradición: los restos humanos en el quinto pliegue.

Antes de llegar al sexto pliegue, pasamos por el monte irago. Es posible recorrer un pequeño camino de sencillo paso lineal de unos 980metros de longitud y escaso desnivel, que discurre a través de una pujante repoblación de pino silvestre. El sendero, delimitado entre rollizos de madera, dispone de tres puntos de descanso y constituye un delicioso paseo en el que se disfruta la fragancia de los pinos, especialmente intensa tras días lluviosos en los que la congoja pobló tu alma y corazón, por aquellas desapariciones.

En la primavera tardía, hay que unir otros colores, densos y dulzones, procedentes de la intensa floración de los matorrales y arbustos presentes en los bordes del camino y en el lindero del pinar: escobas, brezos y carquesas.

A lo largo de este recorrido, que aboca a este sexto pliegue, nos acompañaran propagando nuestra hazaña los pájaros que estimulan los sentidos con sus trinos y reclamos. Verdecillos, bisbitas arbóreo, totovias, pinzones y carboneros garrapiñados.

El sexto pliegue es todo fragancia. El intenso aroma de las escobas y los brezos que crecen en la linde e incluso en el sotobosque del pinar, te hacen creer que vuelas como un ave. Que eres el elegido, como un monje franciscano. Que eres Santo. La mismísima Venus de Milo. Te hacen creer que llegas a las puertas del paraíso. Tú abrazas como no lo haría la persona más dulce que pudiéra soñar.

Mas quedan pliegues siete y ocho. Aquellos que las leyendas de los antigüos apodan “el deletéreo y el infernal”. En ellos: abismos y malas soldaduras. Enclaves sin arneses. Caídas al vacío. Imposibles intransitables. Desplomes y vueltas a empezar. Infinitos retorcidos. Agujeros negros con traspón. Extremos entre extremos. Calderas. Pócimas de brujo. Gritos agónicos. Laderas oscuras imposibles de encumbrar. Mares de sangre hirviendo. Lavas de volcán. Cielos encrespados. Nada que hacer ni por tierra, aire, o mar. Venablos ardiendo. Tiempo enroscado en un tiempo infernal. Cepas de caníbales. Palabras encubiertas con aguijón letal. Trampas. Falsas señales. Odiseas. Mil preguntas de oráculos de niegan la verdad. Lugares comunes arrasados por antiguos fuegos que siguen abrasando. El espectro de la mismísima Venus de Milo en llanto. Doscientos Apocalipsis, antes de llegar al noveno pliegue, llamado “la novena”.

La novena es la comarca que rodea tu pecho. Es su linde natural. La que acuna su interior. La novena es un concierto para violín que te despierta todas las mañanas. La novena tiene montaña, cielos de colores, la novena tiene mar. Tiene ríos y puentes romanos. Y flores. Y verdecillos, crías de halcones y muchos pájaros más.

La novena tiene lagos habitados por mil peces de colores. Tiene un sendero delicioso para, todas las mañanas, salir a trotar. Otro para caminar por las tardes hasta Finisterre, ver como se suicida bajo el mar un sol en el horizonte de tus pliegues, después de haber aprendido a volar.

La novena tiene un agua que tiembla rompiendo al borde de tu pecho. Desde donde todas las mañanas nace el día. Es un barco, es un ave. Es la morada de la más intensa felicidad. En la novena ríes, te enterneces. Escuchas. Entiendes.

En la novena no existe el peligro. Ni la duda. Ni el desequilibrio. Ni cualquier otra realidad.

El la novena me dices "hola".

Y esperas mi respuesta.

Yo dejo mi ropa en el cepo. Desnuda, doy un último paso más: “He soñado que era una mariposa… puede que hayas sentido mi aletear”.

En la novena te digo “hola”.

Y todos tus precipicios nos abandonan."