jueves, 24 de enero de 2008

¿Me llamarás mañana?


Era domingo por la mañana. Estaba tumbada boca arriba, con la mirada perdida, pensando, después de un activo despertar. Estaba dibujando con la tiza de mis ideas, de forma invisible pero bien estructurada, como si el techo alto y blanco fuera la pizarra, toda una organización para ese domingo y esa semana. Mil garabatos invisibles parecían rellenar esa pared blanca. Mil posibilidades se iban planteando para dar paso a una exhaustiva selección…. Entonces mi amigo, que estaba tumbado a mi lado, pronunció las únicas palabras que no deseaba escuchar en ese momento “¿me ha encantado, me llamarás mañana?”

Los domingos tienen un color especial. Parecen trigo o rayos de sol. Son como atardeceres. Tienen esa pizca de tono dorado del buen momento que sabes que estas disfrutando y está escapando.
No me apetecía nada entablar ese tipo de conversación ni de justificarme de cualquier otra manera… y menos un domingo.

Cerré los ojos durante unos segundos con la intensidad que creí suficiente para que al abrirlos el no estuviera allí. Pero no funcionó. Volví a cerrarlos. Y a abrirlos. No se cuanto tiempo estuve así, pero cuando me di cuenta él había cambiado de postura y se encontraba medio erguido, mirándome, atónito. “¿te ha molestado que te pregunte eso?”. De nuevo volví a cerrar los ojos, y todo lo suave que pude pronunciarlo le dije “Mira,…creo que es tarde y tengo un montón de trabajo que terminar para mañana, pienso que te deberías marchar… en serio, ¿no te importa, verdad?”

domingo, 20 de enero de 2008

Ibiza en domingo de enero

Este domingo no he pisado la oficina. Los que más me conocen saben que no suele ser lo habitual, pero ese domingo me he permitido el lujo de disfrutar de lo que forma parte de la tradición ibicenca que tantos buenos ratos me ha hecho pasar.

Santa Agnes de Corona y el camino por los almendros en flor. Un aire húmedo y fresco en el campo mientras los rayos de sol de finales de enero pican en la cara. El olor a madera quemada y a sobrasada asada es tan particular que afloran mil recuerdos. Recuerdos de Ibiza. De las reuniones. Recuerdos de esa bonita infancia donde no existía preocupación y donde anochecíamos entre juegos mientras los padres rodeaban la chimenea y entre historias preparaban el pan y asaban la sobrasada que desprendía ese olor. Y veíamos anochecer y el humo desde la casa que se mezclaba en ese cielo azul como creando nubes falsas de ceniza y viento.

Esas casas blancas de muro ancho y ventanas pequeñas. De arcos y de tradicional composición. Entre almendros. Entre tierra roja. Con algún pozo y con un horno de pan.

Esas casas tan frías que incitaban al acercamiento cerca de un hipnótico fuego en el que desfilaban historias, anécdotas y horas tan agradables entre gente tan dispar e interesante. Gente con ese pequeño acento de aquí que me llena de ternura, gente sin prisa con posturas cómodas, soberanas de un tiempo que es tan escaso para mi… gente llenas de vida en una tarde de vida.

Y entonces pienso en la cantidad de tardes de domingo que he pasado en la oficina, terminando cualquier cosa, siempre dejando pendientes para el resto de la semana, siempre quedando mil cosas por terminar. Por mejorar. Por entregar. Por revisar. Por inventar. Siempre con un trabajo infinito. Con ansias de crecer hacia un nivel de capital para codearme y competir con los grandes, con los de división de honor. Con ansias de más y más, porque el trabajo me apasiona por raro que pueda sonar. Pero hoy entiendo porqué estoy aquí, en esa isla un poco mágica un poco fantasmal. A pesar de haber conocido Madrid. A pesar de haber soñado con Nueva York. A pesar de haber pensado en irme a Paris… Todos esos preciosos sitios… esa actividad constante, ese ritmo esa libertad y calidad de elección… esa oferta cultural y ese nivel de ambición… que me he planteado…

Sin embargo aquí está mi elección,…

Y cierro los ojos y respiro este aire. Y esta tarde de domingo entre amigos, entre historias y conversación. Todavía me queda el olor de la ropa a chimenea y un energético chute de oxígeno y de sol para comenzar la semana.
Un abrazo,

Goya 63

Querido A,

Hoy me ha dado por recordar el primer día que me presenté en tu portal, junto a R, para decirte que me había encaprichado de ese pisito de Goya en el que tanto aprendería. Tus ojos redondos de antiguo sastre se abrieron por la preocupación (que solo he sido capaz de leer con el paso de los años) de tener a dos mocosas de 16 años bajo tu vigía y responsabilidad, sin que hubieras hecho nada para merecer eso… De ahí ese balbuceo “pero… pero… niña….” Entonces yo te contesté que a pesar de que mi educación no me permitía ser todo lo caprichosa que suele ser la gente, cuando me empeñaba en algo lo conseguía. Que ese pisito me había llamado por mi nombre y yo lo había sabido reconocer… y que más le valía dejarnos ver cuanto era el alquiler y que condiciones requería si no querías tener una pesada desde el amanecer hasta el atardecer sentada en el portal… Recuerdo que quedaste asombrado de la claridad de mis ideas y de mi exposición, y miraste a ver que es lo que te decía a su turno R que se limitaba a asentir todo lo que yo argumentaba.

Entonces nos lo enseñaste por segunda vez. Y me volvió a llamar. Y lo volví a escuchar. Y desde ese día supe que allí pasaría unos de los mejores años de mi vida entre entusiasmo, nervios, fiestas y alguna que otra desilusión. Te sonreí, y me sonreíste. No se por que extraña razón te abracé. Era para agradecerte esta segunda visita en la que tanto me habían vuelto a llenar esos metros cuadrados, esos techos altos y esa luz especial que accedía a los cuartos por sus ventanas amplias. Entonces ya si que no podías echarte atrás.

Con el paso de los años veo esa escena a través de tus ojos, y comprendo esa expresión de “por el amor de Dios que se me meten aquí estas criaturas que voy a tener que cuidar como si fueran mis hijas, quien me mandará a mí…”

Y quisiste hablar con nuestros padres, y sin que nos diéramos cuenta, velaste por nosotras de forma sigilosa pero permanente, desde la portería del piso de abajo, centinela de nuestros amoríos, esperanzas, decepciones, chiquilladas, sueños, fiestas, risas, inquietudes, inconsciencias, carreras, progresos, madurez,... día tras día, mes tras mes, año tras año.

No se porqué todo esto ha venido a mi memoria hoy.
Ni siquiera cuando, hace un mes, fui a visitarte y te volví a abrazar, recordando en el olor de caldera de tu traje negro con corbata, tantas historias de esos 6 años entre bullicio madrileño.
Recordando toda esa época que hoy veo a través de tus ojos con una pizca de sal. Y por eso tus ojos brillaban al separarme de tus brazos y verme vestida de abogado. Y como tu garganta se secó al verme marchar entre la gente, en esa inmensa calle que tanta historia mía alberga en su aire, llamada Goya.
Un abrazo,