lunes, 22 de febrero de 2010

Esto no es una ilusión


Ayer, finalmente, no gestioné mi domingo como tenía previsto. Mil y una ambrosías espontáneas que de repente regala la vida, lo impidió. Quería haber compilado con el esmero que merece todo lo que he escrito hasta ahora. Con su orden. Con sus espacios. Con su impresión. Con su portada. Inclusive, con su edición. No se el tiempo que me supondría eso, pero este domingo era el momento idóneo para organizarlo. Como cuando encuentro idóneo el momento de, abrir mi maletín, romper el plástico del lienzo elegido sin ningún azar, servirme en la enorme copa el Marie Brizard, poner esa música a tope, y encender esa pipa. O cuando en algún húmedo invierno alumbro las velas para tocar el piano y, encorvada, me enrollo una manta marrón y creo durante horas ser el mismísimo Chopin, interpretando, languideciendo, tosiendo. O cuando escribo en el papel rasgado con esta pluma, desvelada en plena noche, pues urge demasiado que cuente aquello que quiero plasmar en el manuscrito que se empapa de tinta negra, de palabras, de frases y de historias que de cualquier otra manera no tendrían un lugar para existir.

Los domingos son mágicos. No entiendo la nostalgia de un domingo. Entiendo su urgencia. Y su capacidad de creación. Su matiz kundalini. Pues bien. Ayer necesitaba reorganizar mi puntual caótica vida, reordenando un, de repente impresionante ordenado pasado. En parte porque temo dejar de estar aquí de repente por todo eso que pensaba desde muy joven. En parte porque todo esto que he elaborado a lo largo de los años siempre fue mi manera de ganar el pulso al tiempo. Es mi forma de perdurar en el tiempo. Y un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta las sienes cuando, de repente, vi, el pulso ganado…

La increíble sorpresa fue encontrar, en un sobre cerrado con una pegatina en forma de diana, una carta que decía:

“a la Gema futura
para cuando dudes.
de parte de la Gema de 1996,
1 semanas antes de irme a Madrid”


No recordaba haber escrito esa carta. Se que es imposible recordar todo lo que he escrito a lo largo de tanto tiempo, pero siempre suelo tener una remota idea. Recordaba, eso si, en numerosas ocasiones haberme escrito “a la Gema futura”, y haberme, de esta forma, correspondido (de corresponsal) en el tiempo con mi actual yo. Con mi futuro yo. “Esto lo escribo para la Gema de dentro de 10 años” solía decir. Si, eso lo he hecho mucho. He hablado con mi futuro yo. He pensando a través de mi pasado yo.

Mientras recorría esas líneas encapsulada en un remanso de aislamiento mundano, no se cuantas horas debieron pasar. Pero la sensación fue hartamente reconfortante. Un infinito poder sobre el tiempo. Que ayer me dejó atónita. El contenido… claro, para mi es muy importante. Pero no deja de ser el fondo de esta impresionante forma de…

Una chica de 16 años temía que la misma de 24, 25 o 26 (no lo tenía claro), no quisiera volver a Ibiza después de irse a estudiar fuera. Y daba las razones por las que debía volver. Las enumeraba. Y eso no es todo. Las enumeraba de forma muy sintética y muy clara, analizando tan y tan segura de si sus prioridades. Las cosas que le hacían, sin ningún lugar a duda, tan y tan feliz: la música, el equipo, el deporte, el estudio, los amigos, y la familia. No había más. Tampoco había menos.

No se cuantas veces leí la carta. Al final de un buen rato, con la piel menos erizada pero el corazón agazapado en un puño, la doblé. Disciplinadamente, la cerré. Pegué de nuevo el círculo de la diana sobre el pico del sobre, como si nadie la hubiera abierto nunca… No sé. Fue una especie de respeto. Fue una especie de pudor. Puede que la Gema más futura aún, algún día, la vuelva a necesitar abrir, encontrando en ella nuevas y sabias soluciones…