viernes, 18 de enero de 2013

De la serie cartas a Ofelia. Carta 522.

Querida Ofelia: no. Lo nuestro no podrá ser. Ya te lo dije aquella noche navegando en el océano del bien y del mal. Frente a una taza de café caliente. Todavía recuerdo como, tras pronunciar mis palabras, tú te esfumaste. -Nunca entendí ese truco de magia, por cierto-. Pero decía. Decía. Lo nuestro no podrá ser. Porque tú no tienes biblioteca. Y yo nunca entendí a las personas que no tienen bibliotecas. Y ya sabes. Cuestión de principios. Para que algo funcione, las dos personas se deben entender. Es un tema básico. Le decía la otra tarde a George: "yo es que sin libros te juro que me asfixio, que me muero... me marchitaría en un santiamén" Y resulta que voy a tu casa -presa de esa excitación que te recorre la espina dorsal hasta la nuca, desde la nuca hasta la frente, desde la frente hasta las rodillas, y desde las rodillas, incomprensiblemente, hasta el estómago-. A Tú casa. Que se encuentra en pleno arrefice de coral dorado, entre la cueva de las casualidades y el mar de los deseos. Y cual es mi sorpresa al mirar a todo a mí alrededor: resulta que vives sin biblioteca.

Dios. Sin biblioteca. ¿Te puedes imaginar? Yo, No.

Fue entonces cuando junté mis fuerzas y en un
acto de valentía te pregunté: "¿Pero eres socia de alguna? ¿Tienes carnet? Ah. Es digital. ¿Es eso?". Y como me mirabas como si tuvieras a un extraterrestre delante, comprendí que no. Que, absolutamente, no. ¿Resultado? Un drama conduciendo de vuelta a mi casa. No era yo. Era un mar de lágrimas sonoras que agarraban un volante y se desgañitaban a grito pelado.

Plimp escuchaba mi narración. Y asentía como aquel que no necesita más explicaciones.
 
Si. George Plimpton me entendió tanto que, aunque sea frío como un témpano con las mujeres, me abrazó fuerte mientras se lo explicaba. "¿Qué le vas a decir?" me preguntó empatizando con mi desgracia. "Tomaré café con ella navegando entre dos imposibles y le diré que lo nuestro no puede ser". Y así lo hice. Y por cierto, te esfumaste. Textualmente.  -Nunca entendí ese truco de magia, repito-. Pero eso es lo de menos, querida Ofelia. Porque no tienes biblioteca. Y yo nunca entendí a las personas que no tienen bibliotecas.