viernes, 20 de septiembre de 2013

Sobre lo invisible.

 
El hábito es nuestra segunda naturaleza. Ya lo dijo Aristóteles y, de su tiempo a esta parte, ha quedado suficientemente probado.
 
Si uno quiere ser bueno en algo, no basta con dedicarse a un rato después de comer. Ser bueno en algo requiere una dedicación diaria. Ser el mejor requiere mucho más.
 
Yo lo tuve claro muy temprano.
 
Sabía perfectamente lo que me apasionaba. Era algo único. Algo que sólo me apasionaba a mí. Algo sobre lo que no podía hablar con los demás. Pero lo tenía muy claro. Me quería volcar en aquel aprendizaje de forma disciplinada y diaria, y lo que fuera que tuviera que hacer más, para ser el mejor en mi disciplina. Para no tener competencia ni parangón. Para que, cuando en un futuro el resto de la humanidad se despertara y se interesara por esta novedad mía, yo les llevara tanta distancia que todos me viniesen a mí a preguntar.
 
Así fue como, con nueve años, me embarqué en la aventura de lo que ahora es en mi profesión. Mi pasión. Mi segunda naturaleza:
 
                                        El estudio de lo invisible.
 
Si hiciéramos una encuesta para tratar de saber si las personas creen ser capaces de ver aquello que es invisible, nos sorprenderíamos del elevado % de gente que contestaría afirmativo. Esa certeza tan interna de uno mismo debe tener una explicación racional. Algo así como el argumento ontológico de la preexistencia de un ser Divino.
 
Yo, lo empecé en el colegio. Observando lo invisible. Suspendiendo al principio cada una de las asignaturas convencionales, para poder profundizar más detalladamente en lo que yo tenía que hacer todos los días allí. Muy pronto supe compaginar la superficialidad de las asignaturas convencionales de la lista trimestral de las notas, con las asignaturas invisibles que eran objeto de mi pasión. Empecé a destacar como buen estudiante cara a los profesores, y a la vez supe seguir mi propio programa paralelo, cara a mi propia ambición.
 
Perfeccioné el lenguaje de los gestos de compañeros, profesores, bedeles, padres, todos. Todos se expresaban con gestos. Mucho mejor que con la voz.
 
Más tarde seguí en el Instituto. Algunas asignaturas me parecieron cruciales. Pero sobretodo eran los silencios los que me abrían puertas innombrables. Las prudencias del resto de los alumnos, las miradas, los pensamientos jamás formulados. Aquello que aplaca la timidez. O cualquier otro sentimiento que supera a una cuerda vocal en aquel preciso momento. Estudié, también, cada uno de aquellos sentimientos. Y cada una de sus ausencias: todo aquello que estaba por detrás de una aparente apatía, todo aquello que envolvía su indolencia.
 
Las vibraciones que nos recorren. La flojera en las piernas que nos delata. Lo que se miente con apariencias. Lo que se grita sin palabras. Lo que transmite una lágrima sincera. Lo que transmite una lágrima forzada. Lo que significa un silencio. Lo que se siente, pero se aplaca. Todo eso lo analicé, destripé, y descubrí durante mis años de Instituto.
 
Continué en la Universidad. Para entonces, visto desde la perspectiva de este presente, ya tenía mucho camino recorrido. Mas mucho desorden en mis ideas, también. No escondo que. De las numerosas crisis éticas que atravesé, esta fue la más grave:
No encontraba universidad que me correspondiera. Recorrí todas las facultades de España. Y no la hallé. Luego viajé Paris, a Londres, caminé en los mejores Campus, y nada. Tomé un vuelo hacia los Estados Unidos. Y tampoco. Viajé a Oriente. Porque creí que su mentalidad sería mucho más proclive a darme la respuesta pertinente. Permanecí meses, meses, y más meses. Pero. Tampoco. Nada. Absolutamente nada. Nadie estudiaba lo invisible.
 
No existía escuela universitaria en el mundo especializada para que yo fuera capaz de continuar mi formación.  
 
Esa fue mi mayor caída. Una caída tan fuerte que me lanzaba de lleno en la mayor duda existencial de mi vida. ¿Era real aquello a lo que llevaba 10 años dedicando todo mi tiempo? No había una sola persona en mi entorno que me apoyara. Y voy a obviar el séquito de profesionales a los que debí enfrentarme fruto de la incomprensión de mi familia.
 
No es sencillo que una familia con ideas más bien convencionales acepte que su hijo de 9 años quiera lanzarse al detalle en el estudio de lo invisible. Principalmente, porque aquello que me obsesionaba no entraba en su orden lógico de su realidad de ellos. A todas luces les había salido un hijo tocado, chiflado, perturbado, alienado, paranoico, desquiciado, ido, desvariado, alineado, delirante, absurdo, disparatado, insensato, excéntrico. En definitiva, un loco.
 
En un principio la ingenuidad (y mi juventud) hizo que yo les explicara abiertamente a mis padres mi decisión. Pero después del rechazo y desaprobación me volví más hermético, silenciando mi anhelo y mis progresos. Al fin y al cabo no me pareció mal que mi estudio de lo invisible lo realizara desde una perspectiva invisible.
 
Y. Desde el día que lo empecé a esconder, todo fue mucho mejor.
 
Pero iba por mi crisis existencial. Y la aquella sensación de estar perdido. Todo el mundo colocado. Con las ideas clarísimas. Siguiendo dogmas que tenían su propio nombre. Que tenían edificio propio. Y yo perdiendo el tiempo con una cabezonería de crío que, la madurez y continuos prejuicios de los que me rodeaban me hacía replantear.
 
No obstante, Tiempo me dio la respuesta que estaba buscando. Y me hizo ver que estaba más cerca que nunca. Dijo el mismísimo Peter Pan a través de su personaje inventado J. M. Barrie, que: “The moment you doubt whether you can fly, you cease for ever to be able to do it.” Lo que en la realidad del mundo invisible significa: “The moment you doubt whether you can fly, you are the nearby possible to be able to do it.”
 
Tardé 3 años enteros en completar mi búsqueda. Justo cuando iba a abandonar definitivamente: comprendí lo esencial. Evidentemente, una Universidad que te va a licenciar en lo invisible, no lleva ningún nombre del estilo “facultad de lo invisible”. Sino que está oculta entre todas las otras facultades.
 
Todas las facultades me abrían sus puertas a priori no visibles para el estudio de lo invisible. Es más. La riqueza era inmensa. No tenía que elegir desechando el resto de posibilidades. Todas estaban abiertas para mí.
 
Ese fue sin duda el mayor de los acicates para volcarme de pleno en el estudio apasionado de todo aquello que está, pero que es invisible a los ojos.
 
Estudié las carreras de arquitectura. Medicina. Filosofía. Fotografía. Arte. Antropología. Sociología. Anatomía. Todas las Filologías que fui capaz. Física. Humanidades. Me doctoré en Biología y en física cuántica. Elegí las asignaturas más apasionantes de Matemáticas. Me colé en psicología. Me apañé para conseguir la mejor bibliografía tanto de letras como de ciencias, para seguir con mi forma autodidacta de estudiar. Conocí a “Los Grandes”. Y empecé por indagar todo aquello que probablemente había quedado sin publicar de Aristóteles, Arquímedes, Platón, Hypatia, Safo, Leonardo Da Vinci, Copérnico, Newton, Einstein, Heisenberq, Bohr, Nietzsche, Sócrates, Kant, Sartre, Santo Tomás de Aquino, Voltaire, Dostoievski, Spinoza, Leibniz (y Dios, cuantos más) para más tarde adentrarme en aquellas otras personalidades que les acompañaron, que jamás llegaron a publicar y que, seguramente eran más brillantes. Claro que. Lo invisible tiene sus limitaciones. Y la mayor limitación es que no se puede ir a buscar. Hice un postgrado en hiperincursión y fui visitar el futuro tantas veces como fuera para sin aprehensión volver al presente. Pero lo del pasado es más complicado. Aún así, lo intenté. Me propuse tan fuertemente dedicarme a ese estudio de lo que ha desaparecido de un pasado que, hasta conseguí volar.
 
Sueños. Pensamientos. Deseos. Símbolos. Cansancios. Origen de las Enfermedades. Felicidad. Sabiduría. Sentimientos. Palabras no dichas. Aquellas cosas que jamás se llegaron a realizar. Todo aquello que jamás se llegó a crear. Personas que nunca llegaron a nacer. Mundo que no existe porque cada una de las decisiones humanas fueron otras. El vacío. Auras de las personas. Energía de los lugares. Los sentidos infinitos. Lo que se esconde detrás de la provocación. Lo que hay y no se ve en los cuatro elementos. Lo imposible. Lo nunca dicho. Lo que nunca existió. Lo que nunca se consiguió. Lo que nunca se ha intentado. Lo que nunca se ha escrito. Ni pintado. Ni soñado. Ni dicho. Ni imaginado. Ni pensado. Las lágrimas que no se derramarán. Las mentiras que se esconderán. Los sitios que nunca se verán. La vida que no se vivirá. Lo que se deja de expresar. Los límites del lenguaje. Los límites de nuestra mente. Lo que genera el origen de las cosas, que, de forma invisible, está ahí como una semilla haciendo que de forma inexorable desemboque en una u otra cosa. Aquello que ocurre tan rápido que nuestro ojo humano que se limita a 24 movimientos por segundo, es incapaz de captar. Todo lo que ocurre para lo que somos, por lo tanto, ciegos. La energía. La vida que está y jamás seremos capaz de identificar con una mente tan cerrada. La energía. Las distintas formas de energía. Por supuesto, que la muerte no es “muerte” como nos hacemos creer porque luego “no vemos” nada más. El idioma del mar. El idioma de la música. El de los animales. El idioma del aire. Del viento. Del fuego. El existir de las mariposas. Las almas. Por supuesto, lo inescrutable de la muerte. Lo anterior al nacimiento. Los misteriosos caminos del amor. Los multiversos. La realidad multidimensional.
 
Existe todo un mundo paralelo que alberga el roce de una mano en concreto. Existe un histórico insospechado que envuelve todos los abrazos arcanos. Hay mucho dolor acumulado en la ardiente paciencia. Existe la invisibilidad de un momento que lo cambia todo, sin aparente explicación. Ese momento tiene una textura. Un color. Y, si me apuráis, un olor distinto. Existe un arte de crear el futuro por medio del presente.
 
Porque todo lo grande es invisible: el tiempo, el amor, la alegría, los sueños, la pasión, y todos y cada uno de los sentimientos.
 
¿Qué impulsa al genio, al sabio, al artista, al escritor?
¿Cuál es la causa primera que da origen al fruto? ¿Cuál es la causa primera de la existencia de su obra? Porque, después, la obra por sí misma cobra vida y sentido. Pero. Hablamos de algo previo. De un primer motor. Aquello que estaba en un estado de ser anterior, y que, desormais, se nos ha olvidado. Y a lo Orwell, lo hemos borrado. Eliminado. Hasta parece que jamás fue.
 
Todo aquello que está, puede, además de no ser visible, no ser palpable, no olerse ni saborearse. Puede no ser identificable con ninguno de nuestros sentidos. Pero eso no significa que deje de estar. Salí de la facultad, con una idea prócer. Escribí mi tesis ordenando el infinito ramaje de la posibilidad de lo imposible, la imaginación de lo inimaginable, el infinito de lo finito, el cálculo de lo incalculable, con todas las ideas que acabo de exponer ordenadas y enlazadas de forma sutil y prácticamente impalpable. La presenté en todas las facultades que pude y me aceptaron aquel “sinsentido” frente a la visible realidad, encubriendo mi puntiagudo estudio sobre lo invisible con algún título visible que de forma global, parecía apuntar a alguna materia de las convencionales.
 
Tres ideas por las que me felicitaron, y son divertidas mas, según mi punto de vista, no son de las brillantes, son “hijos de Roxette”, “el inicio de un todo”, y “la velocidad de lo que ocurre que se nos escapa”.
 
De todos modos, titulé mi tesis, valientemente: “El universo de lo imposible, invisible, y existente”. Y terminé mi doctorado exponiendo mi tesis que versaba en detectar todo aquello que no es capaz de captar ninguno de los sentidos que desde la infancia hemos desarrollado. Pero que tenemos muchos más. Que existen multitud de realidades. Y que el problema radica en la educación más temprana. Mi estudio, entre otras cosas, redescubría un lenguaje nuevo en el que se redefinían conceptos cómo “imposible”, “invisible”, “insensible”. Me doctoré en la especialidad única de averiguar aquello que existe pero, que ni se ve, ni se oye, ni se saborea, ni se toca, ni se siente a través de la intuición, ni se capta mediante alguno de los siente mil extra sentidos que nos acompañan (si, he escrito siente mil).
 
El trabajo fue excelso y precioso. Mi tesis consta de 12 tomos en los que recojo desde mi primer recuerdo, la primera oleada en silencio del mundo de lo invisible, hasta todo aquello que he conseguido estudiar durante los 30 años siguientes.
 
Identifiqué todo aquello que percibí que envolvía el primer beso que recibí con 9 años. Y luego, cada uno de los besos que siguieron después. La oleada que me transmitió la primera mirada intensa. Y luego, cada una de las miradas de después. Comprendí las ramificaciones nerviosas que se movilizan en el cuerpo cuando una persona en concreto te roza una mano. Y luego, escribí sobre cada una de las manos que rocé. Identifiqué todo aquello que se siente y es inefable en un abrazo. Analicé los distintos abrazos. Y conseguí explicar con palabras lo que siente la piel cuando se encuentra pegada a otra piel. Seguí en mi disertación pasando por los apuntes de mis años de instituto, de selectividad, de universidad, y de postgrado.
 
Mi tesis empezaba con las sencillas palabras de un niño de 9 años, y terminaba con lo que un adulto de 39 conseguía identificar al observar una ausencia, un silencio, un vacío. Expresándome en un lenguaje físico, cuántico, filosófico, matemático y astronómico. En términos cósmicos y microbióticos. En un tiempo atemporal.
 
He dedicado toda mi vida a estudiar lo invisible. A aquello que existe y está. Aunque la mayoría, lo ignora. Aunque, hemos visto, la mayoría, cree en ello.
 
Por eso puedo decir hoy que, únicamente lo invisible, lo imposible, pero existente, es la única ciencia que puedo garantizar. Curiosamente, todo aquello que pasa desapercibido para la humanidad es la única realidad de este mundo. Y si. He dicho ciencia.
 
Y tras este exordio, pasemos al incordio, como diría Sampedro que dice Jardiel Poncela. Aquí os dejo los 12 tomos de mi tesis. Que empieza con una frase de Pivot: “Quien no ha conocido la pasión, no sabe diferenciar la fiebre, el vértigo, la embriaguez, y el abrasamiento”

Café...

Café contigo es algo así.
 
 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Una pequeña reflexión de lunes.


Primero hubo que lograr la bipedestación. Hasta entonces no pudo acomodarse el cráneo sobre la columna en la forma en que está insertado hoy, muy diferente de los cuadrúpedos.
 
A partir de ese momento, el cuello pudo alargarse de la manera precisa para conseguir que la laringe, órgano de fonación imprescindible, junto con las cuerdas vocales para articular las palabras, se situaran justo por debajo de manteniendo una forma de perfección sonora que no está en los otros animales.
 
Los simios no pueden hablar pero en cambio, parece que pueden beber y gruñir al mismo tiempo. Cosa que los recién nacidos también pueden hacer. Los mayores ya no, porque al crecer e incorporarnos, la laringe se desplaza a una posición inferior, lo que nos proporciona una facilidad de modulación en la cavidad bucal.
 
Cuantas transformaciones del esqueleto. De la Fisiología. Cuantos pequeños cambios consecutivos a lo largo de los siglos y milenios. Cuanto tiempo ha hecho falta para poder convertir los sonidos animales en sonidos articulados. Para poder dotar esos sonidos articulados de significado hasta lograr el lenguaje. Cuanto esfuerzo del universo existe detrás de cada palabra.
 
Cuantos años de evolución para que hoy yo te pueda decir un “Te quiero”.