lunes, 16 de septiembre de 2013

Una pequeña reflexión de lunes.


Primero hubo que lograr la bipedestación. Hasta entonces no pudo acomodarse el cráneo sobre la columna en la forma en que está insertado hoy, muy diferente de los cuadrúpedos.
 
A partir de ese momento, el cuello pudo alargarse de la manera precisa para conseguir que la laringe, órgano de fonación imprescindible, junto con las cuerdas vocales para articular las palabras, se situaran justo por debajo de manteniendo una forma de perfección sonora que no está en los otros animales.
 
Los simios no pueden hablar pero en cambio, parece que pueden beber y gruñir al mismo tiempo. Cosa que los recién nacidos también pueden hacer. Los mayores ya no, porque al crecer e incorporarnos, la laringe se desplaza a una posición inferior, lo que nos proporciona una facilidad de modulación en la cavidad bucal.
 
Cuantas transformaciones del esqueleto. De la Fisiología. Cuantos pequeños cambios consecutivos a lo largo de los siglos y milenios. Cuanto tiempo ha hecho falta para poder convertir los sonidos animales en sonidos articulados. Para poder dotar esos sonidos articulados de significado hasta lograr el lenguaje. Cuanto esfuerzo del universo existe detrás de cada palabra.
 
Cuantos años de evolución para que hoy yo te pueda decir un “Te quiero”.

No hay comentarios: