martes, 10 de agosto de 2010

De reflexiones ignífugas...

Al igual que Marina, al igual que Sofía, o que la mismísima Clara, donde quiera que estés ahora, no debes pensar que te he olvidado.

Fuimos sin serlo. Fuimos en una posibilidad. Fuimos en sueños y más allá de ellos. Y te noté tan cerca, que solo con tu mirada me amabas todo el cuerpo. Solo con mi mirada, te hacía una y otra vez el amor.

Y mi silencio me devuelve a mi introspección más latente, más segura. Me refugio en mi misma pues ahí consigo hallar mi máxima felicidad. Recordándote. Reviviéndonos. Transformándote. Pasando horas recorriendo los minutos que he convertido en eternos.

Y al fin, consigo vivir sintiendo en cada brisa de aire algo tuyo. En cada trozo de cielo, tu olor. En cada luz tu fuerza. Y a pesar de ti, sigo amando. Sigo amando mi nosotras, tu yo… y nos encuentro en cada línea que devoran mis ojos, ansiosos de una vida que he abandonado hace hoy casi dos años… encontrando destellos incandescentes de tu yo, de mi tú, de mi misma, de nosotras, por doquier…

“Aún conservo fragmentos de nuestro amor vertiginoso entre las grietas del dolor y desconsuelo. Aún tiembla mi cuerpo al recuerdo de tus manos suaves y el silencio tiene la voz de tu voz, cada imagen rescatada por la memoria es un poco de vida para mis ojos, que ya no son más sin los tuyos. Fuimos más que Sofía y Marina, yo fui tú y lo seré nuevamente. Por las noches me visitas en sueños, y odio el sol porque nos separa, porque te aleja de mi. Te perdí una vez, y te pierdo cada mañana en la que me muestra la inmensidad de tu ausencia”.

“Para Marina que,
de todos los personajes de esta historia,
El es único cuyo nombre
no he tenido el valor de cambiar”

Irene González Frei.

De reflexiones ignífugas

Dios… Todo lo que hubiera podido ser…

Hubiera podido ser la historia más hermosa vivida. Tú ser mi hermana. Más que mi hermana. Mi reflejo. Más que mi reflejo. Mi alma gemela. Y más que eso. Hubieras podido ser yo, y yo hubiera podido ser tú, en ese paso de los años que todo cohesiona. Que todo afirma, y eleva hacia un infinito nuestro, único.

Hubiera podido reconocer en tu mirada, todas las palabras no dichas. Solo con posar la mía en su profundidad. En su abismo de gata. Y entonces, a pesar de todas las penurias humanas y deshumanizantes, tu sola mirada me habría inundado en un remanso de paz, olvidando el todo. Reforzándome. Sosegándome. Lanzándome de nuevo a volar para volver a soportar cualquier cosa. Etérea ante el mundo. Esa profundidad de tus ojos que han entendido, únicos, mi sentir… jurándome, sin palabras en aquel pacto tácito, que solo y exclusivamente yo sería tu otra. Que tú serías mi otra. Y que solo era cuestión de esperar. Susurrándome a través de caricias que el tiempo era solo eso, tiempo. Y que algo tan intenso, ambrosía de Dioses, bien valía la pena tanto sufrir vertiginoso, tanto dolor y desconsuelo, tanto silencio, tanto esperar.

Hubiera podido ser la historia más hermosa vivida. Una pena que empiece y pare en mi imaginación. Que todo sea únicamente fruto de esta.

Dios… fue precioso ese soñar… y aún así, una vez los ojos abiertos, noto presionando en mi pecho un corazón, que ya no reconozco mío.