martes, 22 de junio de 2010

Ilusión 469


Cuando todo lo que tenía que ocurrir ya ha ocurrido… cuando lo que está por venir no se puede remediar. Cuando solo queda tu silencio. Cuando se me abre enfrente un mar. Cuando las palabras que surgieron, esas que fueron las más deseadas, las asesinaron de forma inmediata, sin más. Y tú dejaste que murieran. Y yo, inerte, me limité a contempar… reprimiendo aquella lágrima. Con el único fin de que no me vieras llorar. Y cuando ahora solo ves de mi una silueta. Recta. Firme. Erguida. Sin mirar atrás. Y no este cuerpo desnudo al que esconde, arrastrado, suplicante, tomado a tus tobillos, para que no nos vayas a olvidar. Cuando mis palabras que siento huecas “pasalo bien, deseo tu felicidad”, no expresan lo que siento, y solo son una forma para colocarme por encima del bien por encima del mal… manifestando una falsa magnanimidad de perdonarte de antemano, por todo lo que, a partir de ahora, pudiera pasar.

“Os quiero mucho”.

El y Ella...

EL



Eran las 8 de la mañana. Como cada día Ella se presentaba en la cafetería. El ya la llevaba esperando desde menos cuarto, ansioso.
Sin mediar palabra le sirvió un café. Café con leche y dos azucarillos. Había calentado la leche como de costumbre, muchísimo. Deseaba que se quedara cuanto más tiempo mejor. No podía dejar de observarla. Como sus blancas manos tomaban los 2 azucarillos a la vez para vertirlos en el café, y como se lo bebía a sorbitos muy cortos. Ella alguna vez le había dicho que le pusiera leche templada, pero ya tenía calculado que eso reducía a 3 minutos menos el tenerla delante. No podía dejar de mirarla y aunque temía incomodarla era superior su halo de atracción. Llevaba trabajando en aquel bar desde los 14 años, y nunca le había ocurrido nada parecido. Si, se había fijado en muchas mujeres impresionantes que habían pasado por ahí… pero con ella era distinto. Se había enamorado. Estaba convencido. Su vida giraba entorno a las 8 y las 8h10 de la mañana. A las 8h15 ya volvía a pensar en como programar las 8h00 del día siguiente. Como se vestiría, como se perfumaría, en que taza le serviría el café, y que periodico le pondría al lado de la mesa… Lo quería saber todo de ella. Cada día le cambiaba la prensa para advertir cual le interesaba y conocer sus gustos, pero nunca, salvo el primer día, consiguío verla leer nada. El primer día ella lo abrumó tanto que le salío todo al revés. Empezó a servir a los clientes lo que no pedían, a mezclar las cosas… la recordaba leyendo, pero no recordó nunca el qué. Por eso cada día iba cambiando los periodicos, y luego los periodicos por revistas, y por todo tipo de lecturas que pensara que le pudiera interesar… Pero ella solo tomaba el café y se marchaba. Unos meses atrás había intentado mantener alguna conversación con ella, “ trabajas por aqui cerca?” “no” contestó ella. Y acto seguido lo llamó un cliente para otro desayuno, y a la vuelta tenía el euro en la mesa y el vacío de su cuerpo de sirena en su taburete. Él no oía muy bien. Y por eso no se despegaba de ella mientras la tenía en el bar… por si algún día hablaba… pero a veces no le quedaba más remedio. Con lo unico que la mantenía más tiempo era calentandole lo más posible su café… 3 minutos más al día que hacía un total de 20 minutos más a la semana, que en total era estar 1 hora y veinte minutos a su lado, cada mes…Pero ese día presentía algo. Se tomó el café. A sorbitos como siempre… al irse, por primera vez ella le sonrió. Le dio las gracias, mientras dejaba el euro en la mesa, y se marchó. Nunca la volvió a ver por su bar.

ELLA




Ya llevaba casi un año entrando puntualmente a la cafetería que tenía debajo de su casa. Tenía que reconocer, que a pesar de lo serio que era el chico de la barra, le parecía guapo. Al principio intentó mil cosas con él: sonrisas, miradas… pero él no la veía. Ese chico estaba en su propio mundo y no notaba que una chica entre lectura y lectura del As no le quitaba ojo. Un buen día sin embargo ella se dio cuenta de que él la había visto, notó que apareció en el mundo de él a partir de ese día,… muchos meses después de que el llenara el mundo de ella. No sabía porque extraña razón sin embargo, ella no consiguió nada agradable de él. Por alguna extraña razón ella no le caía bien. Nunca le volvío a dejar en su lado el periodico deportivo que era el único que le gustaba leer. Y por mucho que se lo había pedido le daba un café tan caliente que no había quien se lo tomara. Su paladar cada día se hacía más insensible, pero cada vez le parecía el café más caliente. Se quedaba delante de ella hasta que terminara sin mediar palabra. Y alguna mañana que se levantaba esplendida juntaba todas sus fuerzas pàra conseguir preguntarle alguna cosa sin que él hubiera respondido. Como aquella vez que, después de una noche sin dormir, le pidió el café como siempre con leche templada y espero que él se la pusiera, y le preguntó “trabajas por aqui cerca?” “no” contestó ella y sin respirar le contestó “vivo aquí cerca, y en compensación de quemarme cada mañana los labios con tu café me podrías invitar a cenar esta noche”. El la había mirado mientras tando. La había mirado muy serio y con cierto aire triste en los ojos. Pero entonces el se fue a atender otra mesa que, a lo lejos, había gritado algo a la vez que ella hablaba. Entonces fue cuando decidió irse. Insistiría durante 2 meses más. 2 meses para ver si declinaba su invitación, 2 meses más para ver si la aceptaba. Siguió puntual a su cita de las 8h00, con la esperanza de que ese chico guapo de mirada triste le dijera algo algún día. Tenía la esperanza de que no le mintieran sus sensaciones. Pero pasó el tiempo. Y nada. Nada más que cafes calientes y ninguna prensa deportiva para leer. El último día, ella lo sonrió pensando que como hubiese sido lo que ya nunca sería. “Gracias” le dijo por primera vez. Y dejando un euro en la mesa se fue para no volver nunca más.

Un cuento...

Y una de las historias más intensas podrían comenzar con…

Una tarde. Una increíble tarde. Una puesta de sol. Una puesta de sol en una playa ibicenca. Dos novios. Dos novios… como no he visto igual. Tan jóvenes, ilusionados. Tan radiantes. En cualquiera despertarían ese sentimiento de felicidad. Y un fotógrafo. Un fotógrafo que, serio, indica… “A ver si esto funciona…” y la empieza a disparar. Dispara hacia ella dos veces. Dos. Como si probara la veracidad de su retina. Como para probar como enfocar. Como para probar que no se trataba de una ilusión, o de un fantasma pues, la había podido capturar.

“Perfecto” “Empecemos” “A ver, juega con su pelo” “Que os pillen las olas” “No, no la dejes escapar” “Asi, más cerca…”El fotógrafo sin ayudante. Podría ser el título de esta escena de una vida. Y la recien consciente de su problema de asertividad, se ofrece a efectos suplentes. Se ofrece a cubrir esa necesidad de que alguien le sostuviera, apuntara, y enfocara a la divina pareja, con un Flash… (Ese extraño flash que su padre mandaba sostener a Juan en todos y cada uno de sus cumpleaños… )

“Anda con los novios, manten la distancia, síguelos”… Mientras los últimos rayos de esa playa. Mientras los últimos colores de esa luz. Mientras parecían hablar. Parecían envolver a los cuatro. Dos, sin lugar a duda, los protagonistas. Dos, sin lugar a duda, se dejaban fotografiar. Y la brisa, cómplice, se aliaba con ellos. Y la brisa, cómplice, se aliaba con el mar. La gente que paseaba quedaba de espectadora. La gente que pasaba no podía continuar. Era por esas risas. Era por esa arena. Era por ese parón en el tiempo. Tiempo que lo había alineado todo, si, todo, para verlos desfilar. Hasta la madera y puntos de luz de aquel restaurante, los parecía observar… Aquel restaurante en un rincon al que apetecía, correr y adentrarse… escapar en la misma burbuja de tiempo… Robar ese momento, para hablar…

Algo rezumaba en ese ambiente… Algo de magia Ibicenca. “Ibiza es magia” la oyó susurrar…

Ahí sonreía la amiga. Ella feliz, por haber bajado hasta la playa. Ella feliz, por poder ayudar. Por poder compartir un Momento. Por poder siempre recordar que, detrás de esas imágenes que se inmortalizaran en el tiempo, estuvo ella… y un desconocido que hablaba algo más... “A ver si esto funciona…” “que luz tan peculiar” “A ver, juega con su pelo” “gracias por ayudar” “Que os pillen las olas” “Asi que ibicenca” “No, no la dejes escapar” “siempre te deberé una” “Asi, más cerca…” “tu no necesitas este flash”…

Y una de las historias más intensas podrían continuar con…

Una copa abandonada en una terraza. Una copa sin empezar. Ningun dato para volver a verla. Ningún dato para volverla a encontrar. Unicamente un par de fotos en la arena. Unicamente un par de fotos sin necesidad. Que revisaba día y noche. Que utilizar para comprobar. Comprobar desde aquella primera noche. Hasta cada una de las demás, que no se trató de una ilusión, o de un fantasma pues, la pudo capturar.