martes, 22 de junio de 2010

Un cuento...

Y una de las historias más intensas podrían comenzar con…

Una tarde. Una increíble tarde. Una puesta de sol. Una puesta de sol en una playa ibicenca. Dos novios. Dos novios… como no he visto igual. Tan jóvenes, ilusionados. Tan radiantes. En cualquiera despertarían ese sentimiento de felicidad. Y un fotógrafo. Un fotógrafo que, serio, indica… “A ver si esto funciona…” y la empieza a disparar. Dispara hacia ella dos veces. Dos. Como si probara la veracidad de su retina. Como para probar como enfocar. Como para probar que no se trataba de una ilusión, o de un fantasma pues, la había podido capturar.

“Perfecto” “Empecemos” “A ver, juega con su pelo” “Que os pillen las olas” “No, no la dejes escapar” “Asi, más cerca…”El fotógrafo sin ayudante. Podría ser el título de esta escena de una vida. Y la recien consciente de su problema de asertividad, se ofrece a efectos suplentes. Se ofrece a cubrir esa necesidad de que alguien le sostuviera, apuntara, y enfocara a la divina pareja, con un Flash… (Ese extraño flash que su padre mandaba sostener a Juan en todos y cada uno de sus cumpleaños… )

“Anda con los novios, manten la distancia, síguelos”… Mientras los últimos rayos de esa playa. Mientras los últimos colores de esa luz. Mientras parecían hablar. Parecían envolver a los cuatro. Dos, sin lugar a duda, los protagonistas. Dos, sin lugar a duda, se dejaban fotografiar. Y la brisa, cómplice, se aliaba con ellos. Y la brisa, cómplice, se aliaba con el mar. La gente que paseaba quedaba de espectadora. La gente que pasaba no podía continuar. Era por esas risas. Era por esa arena. Era por ese parón en el tiempo. Tiempo que lo había alineado todo, si, todo, para verlos desfilar. Hasta la madera y puntos de luz de aquel restaurante, los parecía observar… Aquel restaurante en un rincon al que apetecía, correr y adentrarse… escapar en la misma burbuja de tiempo… Robar ese momento, para hablar…

Algo rezumaba en ese ambiente… Algo de magia Ibicenca. “Ibiza es magia” la oyó susurrar…

Ahí sonreía la amiga. Ella feliz, por haber bajado hasta la playa. Ella feliz, por poder ayudar. Por poder compartir un Momento. Por poder siempre recordar que, detrás de esas imágenes que se inmortalizaran en el tiempo, estuvo ella… y un desconocido que hablaba algo más... “A ver si esto funciona…” “que luz tan peculiar” “A ver, juega con su pelo” “gracias por ayudar” “Que os pillen las olas” “Asi que ibicenca” “No, no la dejes escapar” “siempre te deberé una” “Asi, más cerca…” “tu no necesitas este flash”…

Y una de las historias más intensas podrían continuar con…

Una copa abandonada en una terraza. Una copa sin empezar. Ningun dato para volver a verla. Ningún dato para volverla a encontrar. Unicamente un par de fotos en la arena. Unicamente un par de fotos sin necesidad. Que revisaba día y noche. Que utilizar para comprobar. Comprobar desde aquella primera noche. Hasta cada una de las demás, que no se trató de una ilusión, o de un fantasma pues, la pudo capturar.

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