viernes, 9 de abril de 2021

RETO 78 - LLUVIA

 

Si. Lo sé. Te dejé. Y no me lo perdonarás nunca. Tienes esas cosas. Eres tan rencoroso... Me culpas y me culpabilizarás siempre. Pero. He de recordarte. Que en realidad me dejaste tú primero. Porque me dijiste las palabras prohibidas. 

Me las dijiste esa mañana que amaneció nevado todo Madrid. Bajo un anárquico cielo azul gobernado por un sol cegador. La deslumbrante e impoluta nieve hubiera ablandado el más duro de los corazones. Pero.

Pero. Pronunciaste las palabras prohibidas y entonces recordé que también me habías dicho que amabas la lluvia. 

Y recordé esa tarde de diciembre, en los Cliffs de Moher. Esa tarde llovía. Llovía mucho. Bonito. Sin cesar. Como si fuera descendiendo poco a poco todo el cielo para poder tocarnos. A nosotros: los elegidos. 

Abajo esos imponentes acantilados que me hacían sentir tan pequeña y tan grande a la vez.

Avancé, dejando caer mis ropas, entregándome desnuda a esa constante caricia, regalándosela a mi piel. Era una lluvia cálida, no muy fuerte. Un golpear justo antes de que empiece a doler.

Era como cuando sientes ese cuerpo tenso de tu hijo que se mete en tu cama en mitad de la noche y te abraza apoyando su cabeza en tu hombro. Como cuando sientes que, muy pegado a ti, su cuerpito se va relajando mientras tomas consciencia de que nada en el mundo huele mejor que su pelo, que su cuello, y que toda su piel. Como cuando sientes que nada en el mundo es tan suave. Esa vanidosa lluvia con su peso liviano y delicioso se intentaba acercar a esa sensación. Como buscando bañarse en mi piel de una confianza infinita de un todo irá bien, como cuando todo va bien en brazos de mamá.

Te imaginé a mi lado igual. Haciendo fluir tus pensamientos, gigante y pequeño a pie de esos acantilados. Exponiendo bello tu cuerpo desnudo. O mejor: acercándote vestido, y parándote como el caminante sobre el mar de nubes de Friedrich. 

Pero no. Ahí estabas tú, alejado, al lado del coche, agarrado a tu paraguas como si en ello te fuera la vida y encomendado a tu gabardina que cerrabas cada vez más con gesto incómodo.

Por eso te dejé la mañana que pronunciaste las palabras prohibidas. Pero, recuérdalo, tú me habías dejado antes.

Había amanecido Madrid toda entera con un edredón blanco, como pidiendo dormir cinco minutos más. Esa belleza hubiera fundido cualquier alma en hielo. Y.  Me dijiste que me amabas. Que me amabas a mí.

Pensé en la lluvia. Y no lo pude soportar.