jueves, 14 de febrero de 2013

De la serie Cartas a Ofelia. Carta 1002


Querida Ofelia. Al fin los he conocido. Los amatíes. Si. Esos seres de los que me hablaste. Podría no reconocer que tú ya me habías hablado de ellos. Ya sabes. Como cuando ocurre que tú haces como que descubres algo por ti misma. Eso me repatea Ofy. Me repatea cuando llevo años diciéndote yo primero ese tipo de cosas, y un día tú vienes a mi, exaltada, con la supuesta exclusiva.
 
Pero el caso. Es. Los he visto. Y no. Te lo aseguro. No son los primos de los cronopios. Aunque también, cuando van de viaje, encuentren siempre los hoteles llenos, los trenes que se han marchado, la lluvia a gritos, y los taxis que no los quieren llevar a ninguna parte (los taxistas siempre los confunden, siempre siempre).  
 
Tampoco son primos de los famas. Aunque sepan su danza, y se reúnan en la plaza mayor de la ciudad una vez terminadas las diligencias previas de los viajes, y se tomen las manos para danzar en ronda.
 
Los amatíes viven entre las líneas. Entre los libros y las palabras. Entre la música. Las notas. Las corcheas y pentagramas. Entre la voz. Entre lo que se piensa y no se dice. Viven en lo que se calla, y en lo que se grita. También en todo lo que hay detrás de lo que se calla. De lo que se grita. Y también lo que se regurgita (de cualquiera de las maneras).
 
En sus numerosos viajes visitan a los humanos. Los visitan como obras que hay que ir a ver. Porque un amatíe culto sabrá mucho sobre humanos. Y eso le diferenciará de los eloquios. A los amatíes les encanta recorrer a los humanos como estos recorren ciudades como turistas. Cuando están quietos en medio de una plaza se dejan viajar por ellos ya que nunca se dan cuenta. Y se dejan expugnar delante de un monumento. O leyendo en un sofá. Ocurre a veces, que los amatíes se cuelan en sus ojos. Lo que les produce a los humanos un ligero picor que confunden con las ganas de irse a dormir. Los amatíes no saben mirar con los dos ojos a la vez. Y están constantemente inclinando la cabeza, para fijarse en aquellas cosas que solamente se ven de esa manera.
 
Mi querida Ofelia. Al fin los conocí. Volvía del final del tiempo con una sonrisa en la espalda. Y entonces les oí decir:
 
esta es la amiga de Ofelia. Vamos a eglitarle nuestro secre panatreto para que alguien al fin pueda estrabir sobre nosotros, y sobre nuestra exisora sibitencia. Porque no compartir nuestra exisora sibitencia con nadie es no veidistir”.