sábado, 21 de julio de 2012

Ilusión 14.000



Bien. De nuevo. Curiosamente, cada cosa está en su lugar. En casa, las tazas de té están en su sitio exacto. Las sábanas de invitados. La ropa de verano. Incluso podría encontrar, cerrando los ojos, la estantería en la que ella guarda nuestros pijamas de invierno, perfectamente doblados, con una o dos bolas de naftalina.

Puedo con esta nueva mirada, apreciar también esos detalles que únicamente ocurren con el paso de los años. El jardín ha florecido y crecido en cada uno de los rincones. Y aquellas flores que plantamos. Y el abedul. La Rosalba. Los cipreses que medían dos palmos ya alcanzan a los campanarios.

Agradezco las horas tranquilas. Las horas calmosas del final de esta tarde. Del día de hoy al que aboca todo este pasado. Llegué aquí amoratada y arañada. Débil. Arrasada. Hace mucho tiempo ya.

Hoy mi seguridad es tan sólida como las tapas de esos libros de colecciones que nos encanta leer. En los que nos apoyamos ella y yo para hacer tantas cosas cotidianas. La buganvilla del color exacto que ella escogió hace años, rodea la verja que hemos construido a base de todo este tiempo. Como para proteger este paraíso particular, solo nuestro.

Ella, arrellana su cuerpito en la butaca blanca de mimbre, bajo su eucaliptos preferido. Lee. Esa preciosidad delicada de piel blanca que está ahora sumida en el mundo de su lectura, me ha dado tranquilidad. Toda la serenidad que necesitaba para reconstruirme.

Yo, al otro lado del jardín, la observo. Observo todo. El resultado.


Y a penas puedo mantener mi taza de café en la mano. Tomo consciencia de mi vida. De todo eso que se ha construido. Que hemos erguido. Esa costumbre que me ha devuelto a la vida. Toda esa serenidad que he confundido con la felicidad.

Parpadeo. Intento erradicar este sentimiento asfixiante.
Pero soy incapaz.
La cruda realidad siempre llega con aquello que uno siente.


Y es que siento que todo es un decorado.
Mi perfecta y trabajada vida es un teatro.

No significa nada.
Algo en mi interior ha desencadenado un tic tac. Pienso para mis adentros ¿Cuántos minutos quedan para que la amenaza llueva sobre este espacio cuidadosamente inviolado? Para que empiecen las lágrimas. Las acusaciones. El dolor. ¿Cuánto queda para que ocurra que deje de poderlo esconder? Que vea la luz lo que acabo de alterar para siempre.

Ella no sabe nada todavía. No sabe que acaba de empezar la invasión más cruenta. Que se van a tener que revisar todas las geografías. Todos los portulanos. Todos los mapas del universo. Cada uno de los atlas de mar.

El territorio que ella creía suyo, que yo también creía suyo, ha sido anexionado.


Has regresado a la ciudad.
Te acabo de ver.

martes, 17 de julio de 2012

Quién lo diría (o ilusión 13.333)


63, Rue de Seine.
Nos encontramos abajo. En la entrada.
No sabemos como saludarnos.
Nuestros labios, torpes,
intentan poner los besos
en el sitio adecuado.
Que nuestras frías mejillas,
esperan.
Que no nuestros corazones cálidos.

No sé si yo te acompaño,
me acompañas tú,
o mutuamente nos acompañamos,
por el jardín que huele a aquellas flores
que ni tú ni yo pronunciamos.

En lugar de tomar las escaleras,
en vez de subir a pie,
nos metemos en el ascensor.
Hoy por primera vez.
Para que nuestros cuerpos más juntos.
Para que nuestro aliento más condensado.

Tú, más valiente, hablas del tiempo.
Vaya día
¿No?.
Yo, recuperándome,  contesto algo.

Quién lo diría.
Como dos desconocidas.

Contradictoriamente, al fin,
llegamos al final del paso.
A aquel punto exacto
Que dos destinos bifurcan,
a diario.
Me sonríes. Te sonrío.
Y me alejo.
Abro mi puerta.
Ya has desaparecido,
y haciendo como si,
fuera la menos importante de todas las cosas,
verte este rato.

Quién lo diría.
Como dos desconocidas.
Como si ese fuera el trato.

Nosotras que nos sabemos
de memoria.
Yo, que imagino la calidez
de tu cuerpo todas las noches.
Tú, que me recorres lamiendo mi piel
cuando cierras los ojos.
Derrotadas bestias feroces,
pensando una en la otra,
al girar los cerrojos.



Variación de Itzlar Minguez Arnaiz

domingo, 15 de julio de 2012

El silencio antes de ti.



En esa hora del luego, yo y la que fui después de ti nos sentamos en el abismo de mis recuerdos. Frente a dos tazas de fe, mi imposible mirada, y tus infinitos miedos. Era la hora de la inocencia. Del olor a esperanza. Esperanza de esperar algo nuevo. Que cambiara la balanza. Y la danza, de todos los amaneceres en soliloquio. De mis continuos deliquios, revisando las dulces fotos, color sepia, de los albumes de mi memoria.


Esa hora del luego, a su vez empezó a ser historia. Quemándose por las esquinas con un antiguo fuego. Para dar paso a un luego, que asentaba los dijes con los diràs. Los te quise con los te quiero. Reconciliando lo inevitable. Lo eterno verdadero.


En esa hora del luego, yo y la que fui después de ti, nos arrellanamos en el balcón de mi mirada. Hacia tu infinito que nos devolvía su infinito. Ya no más reproches, no más celos. Ya no más rabia. Solas frente a lo que siempre por ti siento. Reconociendo derrotadas que, antes de ti, sólo hubo silencio.