domingo, 20 de enero de 2008

Goya 63

Querido A,

Hoy me ha dado por recordar el primer día que me presenté en tu portal, junto a R, para decirte que me había encaprichado de ese pisito de Goya en el que tanto aprendería. Tus ojos redondos de antiguo sastre se abrieron por la preocupación (que solo he sido capaz de leer con el paso de los años) de tener a dos mocosas de 16 años bajo tu vigía y responsabilidad, sin que hubieras hecho nada para merecer eso… De ahí ese balbuceo “pero… pero… niña….” Entonces yo te contesté que a pesar de que mi educación no me permitía ser todo lo caprichosa que suele ser la gente, cuando me empeñaba en algo lo conseguía. Que ese pisito me había llamado por mi nombre y yo lo había sabido reconocer… y que más le valía dejarnos ver cuanto era el alquiler y que condiciones requería si no querías tener una pesada desde el amanecer hasta el atardecer sentada en el portal… Recuerdo que quedaste asombrado de la claridad de mis ideas y de mi exposición, y miraste a ver que es lo que te decía a su turno R que se limitaba a asentir todo lo que yo argumentaba.

Entonces nos lo enseñaste por segunda vez. Y me volvió a llamar. Y lo volví a escuchar. Y desde ese día supe que allí pasaría unos de los mejores años de mi vida entre entusiasmo, nervios, fiestas y alguna que otra desilusión. Te sonreí, y me sonreíste. No se por que extraña razón te abracé. Era para agradecerte esta segunda visita en la que tanto me habían vuelto a llenar esos metros cuadrados, esos techos altos y esa luz especial que accedía a los cuartos por sus ventanas amplias. Entonces ya si que no podías echarte atrás.

Con el paso de los años veo esa escena a través de tus ojos, y comprendo esa expresión de “por el amor de Dios que se me meten aquí estas criaturas que voy a tener que cuidar como si fueran mis hijas, quien me mandará a mí…”

Y quisiste hablar con nuestros padres, y sin que nos diéramos cuenta, velaste por nosotras de forma sigilosa pero permanente, desde la portería del piso de abajo, centinela de nuestros amoríos, esperanzas, decepciones, chiquilladas, sueños, fiestas, risas, inquietudes, inconsciencias, carreras, progresos, madurez,... día tras día, mes tras mes, año tras año.

No se porqué todo esto ha venido a mi memoria hoy.
Ni siquiera cuando, hace un mes, fui a visitarte y te volví a abrazar, recordando en el olor de caldera de tu traje negro con corbata, tantas historias de esos 6 años entre bullicio madrileño.
Recordando toda esa época que hoy veo a través de tus ojos con una pizca de sal. Y por eso tus ojos brillaban al separarme de tus brazos y verme vestida de abogado. Y como tu garganta se secó al verme marchar entre la gente, en esa inmensa calle que tanta historia mía alberga en su aire, llamada Goya.
Un abrazo,

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