domingo, 6 de noviembre de 2011

Gotas de Lluvia.




"Ayer fui a beber de tus ojos. Me volví a golpear contra una transparencia vacua, fría, perversa. Contra una persistencia, a pesar de ti.
De
Ti.
Nada que ver con el tacto de tu piel. Nada que ver con tu aroma. Me confundí. Yo era lluvia. No era lágrima.

Desee ser lágrima, lágrima tuya, para resbalar por esa superficie cálida, que conozco de memoria.
Mi memoria.
Tan excelsa.
Qué tortura.

Ojala no tuviera memoria. O tuviera la memoria de los peces. La de aquellos peces de colores que pueblan tu pecho de niña. La de aquellos peces con los que me enseñaste a nadar.

Decía… decía:
Ayer fue cuando desee ser una lágrima tuya y resbalar por tu mejilla. No porque quiera que llores. Sino porque quiero resbalar,
En ti
En tu deriva
Deriva perpetua.

Pero alguien me ha quitado esa superficie que conozco de memoria.
Alguien te ha robado.
Como el que roba una sombra.
Como el que me roba la sombra.
Me he quedado sin sombra: me he quedado sin ti.
Las criaturas inmortales que un día fueron no tienen sombra.
Todas bebieron de tus ojos. Se abrevaron como lo hiciera Marco Flaminio Rufo, para ser transportadas a las geografías imposibles más bellas del mundo.

Yo también te bebí. Y así perdí mi sombra.

Noto que resbalo. Que caigo.
Nadie lo puede impedir.
No.
Tampoco tú puedes impedirlo.

También, cierto, noto que tiemblo.
Tiemblo como tiembla el rocío en una hoja de Maple tras el zarpazo del tiempo. Sea tiempo de tiempo, sea tiempo de temporal.

Decía… decía:
Que tiemblo mientras te recuerdo recitar a Dante en las frías tardes de invierno. Tiemblo mientras te recuerdo sonreír. Y recuerdo evaporarte, despacio, a la lumbre de un fuego eterno. Casi dejándote herir por mis ojos. Es entonces cuando comprendo que deberé saber desintegrarme, también evaporarme, para ir a por ti.

A aquel lugar en el que esperas.
A aquel lugar en el que, puede, me esperas a mí.

Ayer fui a beber de tus ojos.
Descendí hasta tu pecho que olía a leche muerta. “También yo he perdido mi sombra”, me susurraste al oído, mientras nos desplazamos descendiendo por aquel infinito, resbalando como si fuéramos dos peces fugitivos. “Dame tus manos”, te dije “te enseñaré a rezar”.

Es entonces cuando me miraste de esa manera eterna: “no hace falta que lo aprenda. Estás aquí, estás ahora, y serás mi lágrima, lluvia, río, mar… Perpetuamente romperás en mi pecho evocando la orgía de todos los sentidos que un día existieron para crear la superficie de esta tierra, para crear el último de sus piélagos”.

Te comprendí: la penumbra de mi vértigo se convertirá en la charca en la que todas las brujas de los tiempos van a beber. Sin sombra, apagarán las llamas de las últimas hojas del otoño de esas almas que habitan tu alma. Verterán su saliva de inmortales en el cauce seco donde nacía tu tiempo, y cantarán sus hechizos mientras siembran mis prímulas a tus pies. Limpiarán las heces de una leche elegiástica que jamás amamantó pasión alguna, al ritmo de un baile loco, de un rito antiguo, brindando con cálices repletos de colores, bendiciendo panes de tropos.

Luego, solamente luego, mi ambrosía regará tu sed. Y florecerán tus alas.

Me volverás a mirar. Te reconocerás en mí. Gotas de agua. Almas gemelas. Y junto al último de los relámpagos, empezará la Creación: te fundirás en la sosa de mi piel marcada, para crear un mar que se repliegue eternamente en si mismo. O para crear un río que se repliegue eternamente en si mismo. O para crear la mismísima charca de la inmortalidad, a la que volverán a beber una y otra vez, todas las criaturas del mundo que fueron… y que aprendieron, un día, a beber de tus ojos."




Hoy me he despertado leyendo las preocupaciones de una gota de lluvia, al golpear mi cristal.

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