domingo, 25 de diciembre de 2011

El décimo pliegue de tu alma.

Dice la lonely planet, que hay un ciclo poético para la venerable ruina de "ta prohn", en el que la humanidad primero dominó a la naturaleza para crear algo rápidamente, y la naturaleza de nuevo conquistó la humanidad, fagocitando lentamente su obra...

Ya no recuerdo los cuentos que traían mis manos al regresar de tu espalda, ni recuerdo como describían esos líquenes, musgo, ni plantas trepadoras. Tampoco recuerdo el olor de tu cuello blanco tras el lóbulo de tu oreja, creo, jazmín camboyano, o el de tu bajo vientre, limón dulce de las indias, mientras hacías sonar las cuerdas de un violín cuya melodía tampoco recuerdo. Ni la forma que tenía la noche de caer en tus hombros. Ni si tu mirada era de perra, o de gata, cuando nos mirábamos subiendo el ascensor. Amor.

Lo cierto es que ya no me acuerdo de las geografías que he recorrido en tu pecho. Solo sé que hoy estoy atravesando el monte Meru. Periodo angkoriano que rige el décimo pliegue de tu alma. La perfecta fusión entre ambición creativa y devoción espiritual. No requiere de anastilosis ni otras quimeras. La selva salvaje invade los templos que fueron erigidos por mi obsesión, y soy aquella salvaje de la que habla Clarissa Pinkola, con el habito de un monje budista andando a paso lenta y segura de absolutamente cualquier final. Inicio de Eras.

Tu pelo es mas liso, el clima mas seco. Mis manos regresan de tu piel lisa como el batido inmortal, morada de todas las apsaras que un dia fueron. Y hoy, me dices "confia", me recuerdas el primer muro que derrumbamos, y enseñas que aun hoy lo fotografías.

Es entonces cuando entiendo que, si permaneces aquí, por los siglos de los siglos, en mi pecho se juntaran tus manos y, en una reverencia oriental, se detendrán el tiempo y los cuatro puntos cardinales para que sigamos avanzando por el monte Meru durante toda la eternidad.

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