miércoles, 6 de diciembre de 2017

No, yo tampoco escribo


No, yo tampoco escribo. Tampoco soy escritor. Hace algún tiempo, allá cuando no existían vacunas, lo reconozco, contraje la enfermedad. La de escribir digo. Pero después de unos años de fiebres y desajustes, después de una catarsis en forma de una decena de novelas, veinte opúsculos, cien mil relatos, doce cuentos y veintidós poemas, me curé. Soy pues un superviviente a lo Rick de the Walking. Si que leo, sigo leyendo. Leo nunca. A veces nada. A veces posando en páginas de serigrafías extrañas las órbitas de mis ojos que viajan a nunca jamás para traer ideas más histrionicas que las de mis pequeños. Porque quiero que ellos sí que sepan escapar de esta realidad para viajar entre sus cuentos. No los quiero vacunar. Ya no creo en estas medicinas modernas. Y que ellos sí que sepan escribir. En los días buenos. En los malos. Con musas. Sin ellas. Que perseveren. Escribiendo una palabra. Y luego otra. Adentrándose en ese tobogán. Esa montaña rusa. Llegando a ese muro de piedra hecho sin mortero y tallada de la mano de Neil Gaiman. Rodeada de un vergel, que te avisa del final de tu mundo conocido. Del inicio de aquel nuevo mundo completamente nuevo, completamente mágico que se despliega ante ti. Y como saliendo de una miel celeste, te adentras en él como la única posible realidad.

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