miércoles, 11 de junio de 2014

Un café

 
Pero. Te he invitado a un café. Ya ves. Sólo un café. Un café. Que es lo más ordinario del mundo. A ti, que eres lo menos ordinario del mundo. A ti, que eres omnipresente como sólo un Dios sabría. Pero. Te he invitado a un café. Para (es necesario) hacerlo mundano. Y es que. Podría haberte invitado a pasar el fin de semana en mi barco. Ese que navega por el mar secreto que encierran las nubes. El bajel invisible de día y noche. El que únicamente se divisa al amanecer y hace cosas tan sensatas como llevarte a la luna si así lo estás deseando, para pasear por los cráteres que inmediatamente se podrían a florecer bajo tu caminar. Luego nos llevaría a un planeta nuestro y solo nuestro en el que, como el Dios en funciones que eres, crearías un mundo. Tu mundo. Nuestro mundo. Yo seguiría hechizada y sería tu primer habitante. Ese mundo sería completamente distinto. Mágico (...) Conservarías algunas cosas a imagen y semejanza de este. Como las olas. Las olas nos morderían suavemente los pies en nuestras caminatas interminables por la orilla, como lo hacen con los pies de todos los paseantes de playas. En los amaneceres de ese nuevo mundo aparecerían mil soles. Y los atardeceres llenarían el cielo de colores innombrables, congregados todos los artistas que un día fueron, cada tarde, para ti. Pero. Te he invitado a un café. Ya ves. Sólo un café. Un café. Que es lo más ordinario del mundo. A ti, que eres lo menos ordinario del mundo.

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