miércoles, 1 de junio de 2011

El deseo.

El deseo… Esa suspensión. Ese sentimiento sublime que está, cuando no es… Pues cuando evoluciona se convierte en cualquier cosa, menos en deseo…

Y yo, que estoy emprendiendo el viaje más apasionante de mi vida hacia mi interior, enlazo “sin despeinarme” a Derrida con Benjamin Zander. A Rafael Echeverría.

Te enlazo a ti con JeanLoup.

Y a la arena por la que paseo todas la mañanas, del mar que me ahora acuna, a cada uno de los pliegues de mi alma, que cual piezas en fuga estoy dispuesta hoy, a tocar. A primera vista. A improvisar. A estudiar metodicamente. A analizar. A interpretar con la mejor de mis interpretaciones.

Por eso… Quieta.

Quédate ahi.

Deja de moverte.

No me enloquezcas más.

Apártate lo justo y necesario para que te perciba. Para que me llegue tu luz. Como si fuera a fotografiarte. A pintarte. A grabarte en mi memoria, por los siglos de los siglos…

Quédate sin tener la crueldad de acercarte.

Ya te llamé, proféticamente, niña cruel. Pues tu movimiento me confunde. Me extasía. Me hace, los mas bellos parajes sobrevolar, para despeñarme en las mas ariscas cornisas.

Cuando te acercas, lucho por convertir este deseo en realidad, yo amazona que vine a este mundo con un arco y mil flechas. Mas mi lucha siempre termina igual. Desaparece tu espejismo. Aparezco arañada por fuera. Desgarrada en mi interior.




Por eso… Quieta. No… no te acerques más.

Pues de ahí te observo, mi musa. Mi deidad. No necesito engaños ni veleidades. No necesito tu voz, ni tu tacto. Ni tu piel ni tu hiel.

Desde ahí… desde ahí me inspiras.

Amor. Desde ahí… desde ahí te amo. Y no me agoto de amarte.

Como jamás nadie nunca lo hará.

Eres la palabra de todo aquello que quiero. Que deseo. Que amo. Eres ese placer que inspira cada centímetro de mi piel. Eres una brisa en el aire ante la que me detengo extasiada. Eres el profeta de cada uno de mis deleites. Eres una conversación especial. Una música ante la que debo cerrar mis ojos, y completa, desnudarme. Eres aquella voz que se eleva cada vez más y canta provocando la admiración y escalofrío, de la inmensa muchedumbre, que, respetuosa, calla. Eres ese placer que provoca que caigan fulminados a tus pies mi ego y mi voluntad. Como cuando cualquier maravilla me envuelve en torbellino, y “la sensación” domina, desormais, mi ser entregado.

Por eso… Quieta.

Quédate ahi.

Deja de moverte.

No me enloquezcas más.

Mi musa.

Yo te sabré, a mi modo, tocar.

Mi Gala, Lou Salomé, Edie, Elizabeth Siddal, Camille Claudel, Lucrecia Buti, George Sand…

Desear tu boca me hace expresarlo de mil formas. Besarte una vez para que me fustigues con un no lo haré mas, me daña y revuelca mi deseo en los lodos de las peores miserias que se pueden imaginar.

Por eso… Quieta. Quédate ahi. Déjame desearte, sin interferir en este camino de mi deseo de ti. Es un camino creativo. No te acerques. Frenas la cantidad de frutos que, nuestra unión, peculiar, pero infinita como son infinitas las formas de amar, tendrá por los siglos de los siglos...

La unión del artista con su musa. Toda nuestra obra el renuevo para la humanidad.

Por eso… Quieta. Quédate ahí. No te muevas. Por favor, no me confundas más. Así, eres la imagen perfecta de todo aquello que deseo desear.


“Por consiguiente –escribe Derrida-, creo que, lo mismo que la muerte, la indecibilidad, lo que denomino también la “destinerrancia”, la posibilidad que tiene un gesto de no llegar nunca a su destino, es la condición del movimiento del deseo que, de otro modo, moriría de antemano”
Jacques Derrida: ¡Palabra! Instantáneas filosóficas, Ed. Trotta, Madrid, 2001, p. 42.

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