sábado, 12 de enero de 2008

Earning or losing life...

No hubo nada en especial que le hiciera plantearse una verdad delatadora. Analizó rápidamente los últimos años de su vida y tuvo que, un tanto horrorizada, admitirlo. Excusándose en un primer momento en que únicamente se trataba de detalles, que no tenían ninguna importancia porque esos detalles, al fin y al cabo eran suyos. Nadie los conocería, nunca. Nadie sabría su trascendencia. Su importancia. La recurrencia en sus días y sus horas. En los minutos utilizados para ellos. Nadie conocería ni su magnitud ni su número. No podrían ver más allá de la armonía y perfección en cada uno de sus movimientos, de sus sonrisas, de sus actos y de sus omisiones.

Pero ella si. Y entonces es cuando se tuvo que sentar en el sillón de esa casa tan perfecta, esa casa que había diseñado con tantos años de trabajo. Cada cosa que la componía tenía una explicación. Cada color elegido no había sido al azar. Cada mueble, cada habitación. Incluso el color del sofá en el que ahora estaba apoyada en posición de derrota. Todo tenía la misma explicación. Una dirección equivocada. Una perdida de tiempo. Un sueño estúpido. Un secreto que en ese momento le hacía plantearse si le había hecho ganar o perder 25 años de vida.

Empezó a pensar. A veces pensaba tanto que llegaba al desgaste físico. Temía que le volviera a pasar, pero era necesario pensar en esos 25 años. ¿Como habían podido pasar tan rápido 25 años…? ¿Cómo no se había parado hasta hoy, a darse cuenta de lo inútil que había sido haberlos vivido por nadie? Habían sido 25 años frenéticos. En los que tenía su misión y los minutos apremiaban para conseguirla. Un rumbo claro y definido. Sin vacilaciones. Pasos automáticos con actividad desenfrenada

Empezó a esforzarse para recordar el principio de su actitud. Una simple visita a la capital, en la que reencontró todos los antiguos amigos de la Universidad… Ella sabía que llegaría a sus oídos antes o después esa visita. Debía ser una noche estupenda y se lo debían pasar muy bien. Y así fue. Probablemente esa fue la primera vez que llegó a sus oídos que ella estaba estupenda y tan divertida como siempre. Tan locuaz, ingeniosa y sutil como siempre. Tan feliz, tan elocuente, tan agradable y tan interesante como siempre…

A esas periódicas visitas que llegarían a sus oídos de una u otra forma por las conexiones entre amigos, añadió llamadas a los más cercanos, en momentos puntuales. Se informaba delicadamente de cuando estarían sus puntos de conexión junto a él, y aprovechaba el momento para llamar sea felicitando cumpleaños, fiestas, o simplemente con la excusa de charlar un rato con un amigo que tanto añoraba y tanto quería. Así fue creando numeroso “puntos de conexiones”, que laboriosamente y con infinita paciencia fue trabajando para, de vez en cuando, coincidir a distancia, casualmente con él.

Se las ingeniaba para crear las que todos creían casualidades. Se cruzaba con uno a la salida de su trabajo, se cruzaba con otro a la entrada de su casa, mandaba amigas al trabajo de otra de sus conexiones, y hasta consiguió colaborar profesionalmente con otro par de conexiones, porque con un plan trazado hasta un límite de magnitud tan perfecta que ninguna de todas las coincidencias creadas era otra cosa que parte de un plan perfectamente elaborado con una única finalidad…

Gracias a ese arduo trabajo lo tenía ubicado. Unos años en Madrid, otros años en los Estados Unidos, Londres y París. También seguía las fiestas a las que le invitaban, las direcciones de sus casas, sus inquietudes, sus aficiones, sus libros, sus amigos toda su vida…

Paralelamente a esta ardua y disciplinada labor, ella se transformó en la persona que pensaba que él querría tener al lado. En el poco tiempo que lo tuvo prestó tanta atención a sus palabras y sus ideas que sabía que tipo de persona él necesitaba a su lado que tipo de mente, transformándose por completo. Aumentó el tiempo de deporte corriendo más kilómetros, jugando al golf, asistiendo a torneros de Whater Polo porque todo eso era lo que le gustaba a él.

Se esforzó para hablar un inglés perfecto, y cuidar su cultura leyendo y cuidando el tiempo, evitando perderlo en temas improductivos. Y se dedicó a escribir y a triunfar. A trabajar y a triunfar. A conocer a gente y a todo tipo de gente y a triunfar. A crecer en la escala social porque cuidaba la sociabilidad con la gente de su entorno. Cuidaba sus contactos y sus maneras. Igual que cuidaba a sus clientes y a su empresa. Porque él estaría orgulloso de ella siendo ella así.

El tiempo fue pasando y nada la hizo recular. Ni siquiera nada consiguió hacerla parar. Era consciente de que mucha gente se interesaba por ella, pero era hermética para el resto del mundo. Tenía un camino trazado tan claro, en una dirección que se llamaba igual que él. Nada que no se relacionara con una posibilidad más le iba a llamar la atención. Esa esperanza le daba tanta y tanta fuerza que en su cabeza buscaba mil manera de relacionar las cosas para crear y crear conexiones…

Al cabo de muchos años, como visitaba tan a menudo Madrid, y económicamente se lo podía permitir, se compró en la capital una casa. Y la decoró con todos los muebles que habían señalado viendo lujosas tiendas durante esas tardes que habían pasado juntos en esa época loca que habría de marcar su vida para siempre. Para que cuando él volviera lo pudiera reconocer. Para que se sintiera en casa. Con la colección de libros en la biblioteca que él habría elegido. Que él había leído o querría leer.
Tenía tan interiorizada su opinión sobre todo que, recorriendo de un vistazo esa casa, le costaba separar lo que hubiera cambiado ella si él no hubiera aparecido, hace 26 años en su vida…Tras mucho pensar decidió que únicamente el color del sofá… sin su influencia ella lo hubiese elegido blanco en lugar de marrón.

Habían compartido un año. El año más intenso. La conexión se creó entre los dos desde el primer día. Pero entonces él desapareció. Ella, con una voluntad de hierro y algo de orgullo, lo dejó de buscar.

Tenía muchas excusas en su razonada mente: su intemperante carácter, su cambiante opinión, sus dudas, sus principios básicos tan distintos… para convencerse a si misma de que no se trataba de él…

Pero algo en el fondo, algo le decía que su singularidad le atraía como un imán. Recordó que en esa época se preguntaba si a todo el mundo le ocurría igual ensalzando el atractivo de la persona hasta tales límites que ningún humano podría llegar nunca a alcanzar. Ella estaba convencida que él era distinto. Especial. Nadie podía querer como ella, porque nadie tenía una persona tan completa y magnífica como él. Y sin embargo la gente se enamoraba. Y eso pasaba todos los días. Pero sabía que nunca encontraría a otra persona tan interesante, tan activo y activador… un motor de creatividad, de pensamientos, de locuras, de risas… un motor de la vida…

Eso justificó que su lógica y sus razonables comportamientos se convirtieran, sin ella analizarlos, en autentica obsesión. Y cada acto era consecuencia de una meta, a largo plazo, pero una meta.

Y en Madrid y en Paris, y en las islas, en sus calculadas visitas recorría calculadas calles y quedaba con calculados amigos. El resto del año realizaba calculadas llamadas, visitaba calculados sitios y coincidía con calculadas personas. Sin plantearse nada. Sabía lo que quería, y eso era lo que tenía que hacer para conseguirlo.

Durante algún tiempo, muy al principio, dudó en acercarse abiertamente a él. En seguirle de cerca mostrando indiferencia sin sentimiento delatador. Una manera paulatina de recuperarlo, mostrando ningún interés por su parte, pero estando a su lado, temiendo, de otro modo, caer en el olvido.

Pero su orgullo y la pérdida de contacto repentino le impidieron actuar así. Su compromiso era una forma de demostrarle que ella lo respetaba a él. Convencida de que, antes o después, él volvería a ella.

Sin embargo lo que empezó por una semana esperando que sonara un teléfono que conocía su número de memoria, se transformó en meses y años de espera. Sin rencor. Únicamente espera. Espera que hasta entonces nunca hubiera cuestionado por su infinita paciencia y su total convencimiento. Espera que había sabido llevar absorbiendo minutos de vida, de cultura, de fuerza, de energía, para que él, a su vuelta, estuviera orgulloso de ella. Espera volcada en un maravilloso reencuentro. Espera paciente, trabajosa, trabajada, tramada con disciplinada perfección, basada en días y días de fortaleza. Espera rechazando todo lo humano, ni siquiera llegando a la comparación puesto que no existía comparación que valida. No existía persona a su altura, ni a la altura de lo que ella, esperándole, se había convertido.

Estaba recostada en ese sofá marrón, con la mirada, por primera vez en tantos años, empapada de recuerdos lejanos. Se miró al espejo y vio una figura perfecta, una cara de 50 años cuidada, un busto recto y la imagen, a diferencia de las otras veces que había notado la fuerza de la proyección de su imagen, la hizo sollozar ahora en voz alta, como jamás se había escuchado.

Esa magia, esas casualidades y todo el encantamiento que había creado era imaginario y el tiempo había dejado plasmado que nada de eso era cierto. Nada de lo que le rodeaba era cierto. Todo había sido creado por una ilusión de lo que no existe por no estar ahí. Puede que exista en alguna parte del mundo, pero no junto a ella, y eso ya no merecía más espera. No merecía ni la espera de la primera semana. No podía entregar una vida a aquello que no había entregado ni una llamada, ni una carta ni una tarde para un último café.

Por primera vez se vino abajo. Y se encerró al mundo. Pasaron semanas y semanas y no contestó a ninguna llamada. No abrió ninguna puerta. Encerrada en su habitación con sábanas de seda permaneció sin cambiarlas meses cuando ella tenía que dormir cada noche con sábanas limpias… y de tanto llorar se le marcaron los ojos y se le secó la piel. Y de no comer más que algo de noche se le notaron los huesos de la cara, de la espalda, de las manos… Empezó a toser justo antes de empezar a delirar. A pasar calor y frío. A perder el color de la piel. A ser pellejo reseco a penas viviente.

Y nadie se preguntó porqué no respondía la número 1 de la sociedad madrileña a las llamadas, a las cartas, a la puerta… la máxima figura de las relaciones públicas… nadie se preocupó al no recibir la devolución de las llamadas perdidas, de las cartas, de las visitas...

Porque al fin y al cabo el mundo que había creado también era falso, como su interés por tantas amistades falsas, con conexiones falsas y alegrías falsas.

No se si se hubiese encerrado la primera semana sin aquella llamada llegara, lo hubiera superado… si lo hubiera pasado igual de mal, y tampoco hubiera aguantado más de 3 meses… puede que la fuerza que entonces tenía la hubiera llevado a levantarse de la cama al 4º mes. Pero probablemente firmaría por que hubiera terminado igual con 25 años menos de vida… siendo su único motor él…

Y así fue como la encontraron mucho tiempo después, un día forzando la cerradura de su casa, por el olor que desprendía su cuerpo inerte tendido en una cama mugrienta, demasiado grande para el peso que recogía. Y entonces, la noticia de su horrible muerte llenó la prensa de la capital. Y a su entierro asistieron todos sus amigos. Todas sus conexiones. Todos los contactos creados por ese disciplinado trabajo elaborado durante años. Y también asistió él. El motor de los últimos 25 años de su vida. Junto a su mujer, y a su hija de unos 20 años, una chica preciosa que llevaba el mismo nombre que la mujer que despedían bajo la lluvia…
2022 palabras
30 de septiembre 2007

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